En esta columna haré un resumen del libro Memorias Colectivas. Miradas a la historia del Movimiento TLGB de Bolivia (2012), una producción importante y necesaria para comprender la historia de las diversidades y disidencias sexuales, expresiones e identidades de género en Bolivia. Este texto permite plantear objetivos personales activistas y organizacionales en la defensa de los derechos humanos a futuro, basados en las memorias del pasado. Memorias Colectivas recupera de primera mano gran parte de la historia del movimiento TLGB boliviano, a través de entrevistas con personas que estuvieron directamente involucradas en las distintas etapas del activismo que el libro identifica.
Publicado en 2012 por Conexión Fondo de Emancipación, el libro fue elaborado por tres personas con un claro compromiso con la defensa de los derechos humanos: David Aruquipa, Paula Estensoro y Pablo C. Vargas (+). La obra se organiza en cuatro capítulos y un apartado de reflexiones finales.
Me centraré en esta columna en el segundo capítulo y recuperaré principalmente la participación de hombres no heterosexuales, en los que los autores han denominado como los “Periodos” de Memorias Colectivas.
El libro organiza sus contenidos en tres periodos cronológicos:
- Primer periodo (1950–1980): Inicio de la visibilización homosexual, marica, q’iwa; fiestas populares, dictaduras y resistencia marica.
- Segundo periodo (1980–2000): De los grupos de amigos a las agrupaciones orgánicas. La marca del VIH y el sida.
- Tercer periodo (2000–2012): De la apropiación de espacios públicos a un movimiento nacional.
Este primer periodo se caracteriza por:
- Un contexto de alta migración del campo a la ciudad y hacia el oriente boliviano. Estas migraciones profundizan brechas y desigualdades.
- El periodo dictatorial, que se extendió de 1964 a 1980. Durante este tiempo, las distintas convenciones y pactos internacionales de derechos humanos no fueron reconocidos en Bolivia.
- La presencia de artistas populares como Gerardo Rosas y Jaime del Río, quienes, desde la música, compartieron un profundo dolor transformado en arte.
Gerardo Rosas, más conocido como el q’iwa Gerardo, se presentaba en chicherías de la ciudad de Sucre con sus característicos “bailecitos”. Fue un personaje de una valentía entrañable, con una resiliencia tal que se cuenta que, durante la dictadura, fue llevado al lago Titicaca y regresó flaco, pero con sus anécdotas trágicas convertidas en humor. Continuó resistiendo con vitalidad, aunque el desprecio de su familia lo empujó al alcoholismo, que poco a poco le fue apagando la vida. Para mí, escuchar sus canciones —como El chofercito— donde su ser toma su garganta y su voz se agudiza, me provoca un profundo remolino interno de sentimientos: entre memoria, sufrimiento, valentía y arte que nublan mis ojos con un mar ausente.
Jaime del Río es descrito en Memorias Colectivas como un hombre elegante, guapo, “bien parecido”. Las entrevistas indican que fue adoptado y que él mismo eligió el apellido Del Río, evocando la historia de Moisés recogido de las aguas. Sus canciones están cargadas de tristeza, pero también son una denuncia a la indiferencia y a la complicidad de una sociedad que no reconoce el sufrimiento ajeno. En su célebre canción Una pena, Jaime del Río lanza una declaración contundente de desapego frente a esa sociedad:
Una pena tengo yo, que a nadie le importa,
qué importa de nadie, si a nadie le importo yo.
No quiero humillaciones, no quiero compasiones.
Solo, solo he nacido, solito quiero morir.
Carlos Espinoza, más conocido como Ofelia, también deja huella en la memoria. Se presentaba en fiestas y entradas populares vestido de mujer, con atuendos sexualizados, abriendo un espacio con su diferencia en la cultura popular boliviana.
Valentía e irreverencia son rasgos que coinciden en estos personajes. Son pioneros que, con su existencia misma, abrieron camino y crearon espacio para la diferencia. Memorias Colectivas también invita a reflexionar sobre la pertenencia a la clase social. Los análisis interseccionales que atraviesan las vidas —como la clase, el género, la situación económica o el color de piel— invitan a construir reivindicaciones más conscientes, tanto a nivel personal como colectivo.
El libro también recuerda a las awilas, Lis Karina y Barbarella, pero al responder estas figuras más a una continua expresión de género femenina, no profundizaré aquí en ellas.
Recuperar la historia de quienes, desde su diferencia, aportaron con valentía a la cultura boliviana, es encender un faro persistente que ilumina los caminos de la resistencia, la dignidad y la lucha por los derechos humanos.
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J. Alex Bernabé Colque es defensor de derechos humanos
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