Evelyn Callapino
Quisiera empezar con una pregunta: ¿Constituye un avance para los derechos de las mujeres que una mujer ocupe un cargo público? Las mujeres hemos reclamado por años la participación política. Nuestro propio sistema jurídico cuenta con un conjunto de leyes que promueven la paridad y la alternancia. En teoría si las mujeres participan activamente en política y asumen posiciones de poder debería gestarse una sociedad más democrática e inclusiva. Sin embargo, éstas son asunciones que no siempre se verifican en la realidad. Que una mujer ocupe un espacio de decisión no implica necesariamente un importante avance en los derechos de las mujeres. Aunque resulte paradójico, hay mujeres que defienden posiciones anti-feministas apoyando así el orden tradicional patriarcal. Como consecuencia hay mujeres que son funcionales a un sistema de discriminación y exclusión.
El pasado 11 de diciembre, Mujer de Plata, una colectiva feminista potosina, conjuntamente con otras organizaciones fueron invitadas por Luis Arancibia, Director de la Casa Nacional de Moneda, a la Jornada Intercultural por la Inclusión. Este evento fue realizado en el marco de 75 aniversario de los Derechos Humanos. Nosotras colocamos en las balaustradas interiores de la Casa Nacional de Moneda carteles con lemas denunciando las inequidades y violencias en Potosí (y en realidad en nuestro país). Algunos de ellos decían: “El Estado no valora la vida de las mujeres”, “No violarás” y “Mujer, tú decides sobre tu cuerpo”, entre otros.
Todo discurría muy bien en un ambiente de cordialidad, libre expresión de ideas y debate público, hasta que intervino Adriana Barahona Chungara, Secretaria de Desarrollo Turístico, Cultural y Patrimonial del Gobierno Municipal de Potosí. Su abrupta aparición buscaba, por un lado, menoscabar la libre expresión de las colectivas y organizaciones presentes y, por otro lado, repetir (y caricaturizar) de forma altisonante los más arraigados prejuicios contra la histórica lucha del feminismo. Por ejemplo, a los miembros de Divertad, les dijo que las feministas “manipulaban” a estos colectivos y en particular a las personas con discapacidad. Con palabras como “ellas (las feministas) desechan las personas con discapacidad ¡por si acaso!”. Barahona repetía el antiguo cliché según el cual las mujeres promueven irresponsablemente el aborto eugenésico, cuando en realidad hay un complejo debate sobre la interrupción del embarazo. Adicionalmente, ella se erigió como una defensora del patrimonio haciendo comentarios altisonantes sobre uno de los carteles, sin advertir que el evento era uno de diversidad, afirmación de derechos e inclusión.
Una se pregunta por qué una mujer puede cuestionar la organización feminista en un departamento con mucha violencia y discriminación. ¿Por qué una mujer puede denunciar estas luchas contra las injusticias y guardar silencio sobre las desigualdades que afectan más a las mujeres? La respuesta hay que encontrarla en el universo ideológico del conservadurismo potosino y en la forma cómo se ha construido la memoria histórica en nuestra ciudad. Si hiciéramos uso de la imaginación y pensáramos que ese día los carteles hubieran promovido el culto mariano y la teología cristiana (en su vertiente más tradicional y litúrgica), Barahora no solamente no las hubiera objetado, sino que habría felicitado a las organizaciones. A ello hay que sumar que, en el imaginario social potosino, se asocia a la ciudad con la prosperidad marcada por el auge de la industria de la plata entre 1570 y 1630. Un auge que, según lo recalcan los especialistas, no se expresaba en el desarrollo humano de la amplia mayoría de potosinos de entonces. La molestia contra los carteles es porque interpelan a la sociedad sobre sus desigualdades socio-económicas y no adhieren a la visión romántica de la prosperidad potosina. Una visión que fue principalmente promovida en el siglo XIX por Vicente Gregorio Quesada (1830-1913) y Modesto Omiste Tinajeros (1840-1898).
Un ejemplo de la persistencia del mito de la prosperidad potosina han sido las celebraciones por la declaratoria de Potosí como Patrimonio de la Humanidad, título conferido a la ciudad por la UNESCO en 1987. Éstas se llevaron a cabo el mismo día del evento sobre los Derechos Humanos. En conmemoración a los 36 años de esa declaratoria se realizó un desfile, donde participaron la alcaldesa, Leslie Flores y Adriana Barahona, entre otras autoridades. Se usaron trajes que evocaban el periodo de auge colonial con el propósito de perpetuar ese hecho en la memoria histórica de la ciudad sin considerar las condiciones de los trabajadores mineros y los problemas medioambientales que se arrastran desde entonces. En el momento mismo del desfile se dio a conocer un feminicidio en la ciudad, el noveno en Potosí, en lo que va del año. Horas más tarde se realizó un baile que conmemoraba el Baile de Simón Bolívar cuando éste estuvo en la ciudad en 1825. Hay un esmero en estos actos, porque en estas representaciones se insistió mucho en el uso de trajes de la élite de estilo europeo, olvidando expresamente nuestra herencia indígena. Como bien se sabe, la Casa de la Moneda, el principal edificio colonial de la ciudad, se erige sobre el antiguo mercado indígena en el que las mujeres comerciantes eran agentes principales.
Barahona y Flores bailaron al ritmo de las desigualdades sociales. Ellas no quieren empañar el patrimonio, porque ese patrimonio es la máscara que cubre el rostro potosino marcado por la violencia. Ese rostro que muestra la dejadez y la inacción de las instancias públicas municipales. En nuestra ciudad, las autoridades se escandalizan más por carteles que interpelan a nuestra sociedad por su indiferencia ante la violencia y el maltrato hacia mujeres y niños/s, antes que por la situación de desigualdad y violencia.
Mientras una esperaría que las autoridades mujeres tomaran en serio el desafío de construir una sociedad mejor, ellas actúan como funcionales al orden tradicional. Este “machismo con falda” debe servirnos para reflexionar sobre la urgencia de promover una trasformación social desde una perspectiva feminista. Urge construir los cimientos de un orden alternativo. A ello hay que sumar una lectura crítica de nuestra sociedad y su pasado.
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Evelyn Callapino es investigadora, politóloga e integrante de Mujer de Plata.
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