Adalid Contreras Baspineiro
Procesos históricos fallidos como la civilización de la polarización, suelen pretender legitimarse apelando a la utilización antojadiza del lenguaje, otorgándoles a las palabras significaciones discrecionales para encubrirse en la opacidad de los términos y la nebulosidad de los conceptos. Uno de estos términos es el diálogo, vaciado de contenido para forzarlo a significar desencuentros. Así, le llaman diálogo a las confrontaciones verbales que alimentan como shows los espacios mediáticos, a las univocidades autoritarias que no escuchan ni conversan, a las realidades que se callan con cortinas de humo que desvían la atención hacia otros temas, a las descalificaciones que no proponen y a las vorágines ruidosas de infoxicaciones que enredan las comprensiones.
En nuestro mundo polarizado y polarizador las confrontaciones naturalizadas como cultura política rompen la posibilidad del entendimiento, el sensacionalismo mediático enajena el pensamiento crítico, las intolerancias enmudecen las expresiones, la soberbia aniquila las autoestimas, los haters cultivan masas de odiadores, las mentiras alimentan desconfianzas y las inequidades siembran rebeldías. Estamos viviendo un tiempo de posverdades que asfaltan como legítimas las avenidas del patriarcado, de la depredación ambiental, de los racismos, de las desigualdades sociales y de la mercantilización de la comunicación que tienden a incrementarse y sostenerse en la tensión social y política. Tenemos que cambiar este rumbo si queremos garantizar vida a las futuras generaciones. Necesitamos ponernos de acuerdo en horizontes comunes de bienestar recuperando el sentido comunitario del diálogo, y de la palabra.
Recordemos que el término diálogo viene de la voz griega dialŏgus, compuesta de la raíz logos, que significa palabra o significado de la palabra, y del prefijo dia, que significa “a través de”. En consecuencia, diálogo es manifestación de ideas, experiencias, prácticas y afectos o encuentro de los seres humanos con nosotros mismos, de los seres en sociedad, de las sociedades con la naturaleza y el cosmos, del presente con el pasado y el futuro, de las culturas diversas, de los saberes convergentes y desiguales, de las lógicas plurales y de los proyectos de sociedad iguales y distintos. Diálogo, como la comunicación, es poner en común, es hacer comunidad, es debatir, comparar, calibrar, confrontar, converger, construir horizontes con la palabra razonada.
Desde la perspectiva filosófica, el diálogo tiene su asidero en la frónesis, que Aristóteles define como virtud, sabiduría práctica y prudencia para la deliberación y la decisión, cuidando el contenido y la forma de las expresiones. Los diálogos se hacen siempre en situación y se guían por la voluntad del encuentro, transitando del intercambio de vivencias a la palabra razonada que va tejiendo corrientes de significado que legitiman creativamente nuevas comprensiones y otras esperanzas. Diálogo es intercambio deliberativo de la palabra que implica conocimiento, información, argumentos, y es encuentro complementario de prácticas sociales para la construcción edificante de sentipensamientos y propuestas.
Desde la experiencia y sabiduría de nuestros pueblos, diálogo es jaqin parlaña (aymara), runakunaq parlaynin (quechua) o ñañe´ê oñe´êháicha ñande rapichakuéra (guaraní), que quieren decir hablar como habla la gente, que dice, hace, piensa y siente desde las búsquedas de inclusiones. Desde esos lugares dialogan escuchando con los cinco sentidos, ¿cómo se podría pensar siquiera en el diálogo si no escuchamos y si no nos ponemos en el lugar de los otros? Para nuestros pueblos, la gente, las personas somos todos los seres vivos, no sólo los humanos. En consecuencia, se dialoga escuchando también las voces de la naturaleza que en situaciones extremas como los incendios configuran una realidad en la que unos operamos informándonos sobre los hechos, mientras que otros, en este caso las plantas, los animales, el ambiente y los pueblos afectados hablan no sobre, sino desde los hechos. Son dos lógicas que deben deliberar y decidir horizontes no sólo con palabras sino con prácticas sociales.
La perspectiva política tiene más argumentos para la confrontación y las disputas por el poder, pero en este camino, también propone alternativas como el consociativismo, que Fernando Calderón entiende como relaciones y reconocimiento de la existencia de intereses distintos e intercambio permanente de opiniones y el desarrollo del espacio público como eje de la renovación democrática. El consociativismo es reconciliación de la fragmentación social. Intercultural e interactuante es un proceso construido a través de un sistema de alteridades y reciprocidades, como encuentro entre distintos, donde el orden político es esencialmente público y comunicativo, fundado en una cultura deliberativa.
Para salir de la vorágine polarizadora que nos minimiza como sociedades, necesitamos dialogar cuidando, protegiendo, cultivando el poder de la palabra, que es el poder de la sociedad construida socialmente, intercambiando, argumentando, deliberando, contrastando y convergiendo propuestas o sentidos de sociedad.
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Adalid Contreras Baspineiro es sociólogo y comunicólogo boliviano.
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