Daniela Leytón Michovich
En contextos sociales en los que se experimenta violencia por acciones del crimen organizado sobre un territorio, la retórica sobre la valía de los militares sostiene un apoyo social complejo y contradictorio. Este respaldo evita el pensamiento crítico e ignora deliberamente los abusos y la violencia militar en contra de población empobrecida y vulnerable, se criminaliza la pobreza y se comenten crímenes racializados.
Pensemos en el caso del niño y los tres adolescentes afrodescendientes, aprehendidos arbitrariamente por un grupo militar, desaparecidos y finalmente encontrados incinerados. Ante semejante brutalidad y abuso de poder, es alarmante como ciertos sectores de la población hacen eco de la narrativa socializada por los militares para justificar lo injustificable.
¿Cómo es posible que la población defienda estos discursos y justifique acciones que vulneran todos los derechos humanos?, les invito a explorar las dinámicas cognitivas que contribuyen a la legitimación de la violencia militar-estatal.
Los sesgos cognitivos son atajos mentales que influyen directamente en nuestra percepción, distorsionan nuestra lectura de la realidad. Para Gilovich (1993) y Sloman & Fernbach (2017) estos sesgos se producen por cálculos apresurados, desinformación, confusión o desconocimiento, en los que además existe una sobresimplificación que permite lidiar con la presión, la incertidumbre o la sobrecarga de información, sirve para adaptarse.
La educación nacionalista tiene la función de promover en la población el sesgo cognitivo de efecto de halo y el sesgo de autoridad, que se imprimen atribuciones positivas hacia la figura militar.
Al no poder justificar la crueldad con la que los militares actuaron en contra de los niños, las personas experimentaron disonancia cognitiva, una incongruencia entre los valores y los hechos. Para evitar esta incomodidad en su razonamiento, ajustaron de manera forzada algún tipo de interpretación favorable: en este caso optaron por criminalizar a los niños por su raza y pobreza e instalaron sobre ellos el manto de la sospecha.Así lograron que la imagen representativa que tienen de los militares quede impoluta.
Ese tipo de pensamiento evitó que estas personas se enfrenten a la realidad angustiante de indefensión en el que un país no solo se encuentra a merced del crimen organizado, sino también a la potencial vulneración de los derechos humanos por parte de los militares y el Estado.
Es urgente reforzar en la sociedad estrategias de pensamiento crítico que permitan cuestionar la información socializada como “oficial”. Concentrarse en datos específicos, en los impactos reales del uso desproporcionado de la fuerza, y toda acción que vulnere los derechos humanos. Se necesitan foros comunitarios para hablar de estos temas.
Se requiere resistir e insistir desde la memoria sobre la vida de las víctimas, sus sueños, emociones, su cotidianeidad, el impacto brutal de estos hechos sobre sus familias. Es urgente luchar en contra de la normalización de la violencia estatal-militar, perseverar para evitar los atrincheramientos en la indiferencia.
Josué, Ismael, Nehemías, Steven son los nombres que el Ecuador llora con impotencia, son los cuatro que merecen respeto y justicia, son las infancias tratadas como territorio de guerra con las que el Estado está en deuda.
–0–
Daniela Leytón Michovich es psicóloga política y cientista social (El gato de Schrödinger)
Las opiniones de nuestros columnistas son exclusiva responsabilidad de los firmantes y no representan la línea editorial del medio ni de la red.