Tres y más transiciones justas latinoamericano-caribeñas

Opinión

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Adalid Contreras Baspineiro

Con la firma de distinguidos estudiosos de los procesos integracionistas europeo y latinoamericano-caribeño, Fundación Carolina y Oxfam Intermon han puesto en circulación el libro “La triple transición. Visiones cruzadas desde Latinoamérica y la Unión Europea”. Es un documento desafiante tanto por su lectura descarnada de la realidad, así como por la osadía de rescatar alternativas de intervención integracionista. La introducción, que se titula “Transiciones justas, democracia y renovación del contrato social”, escrita por José Antonio Sanahuja y Andrea Costafreda, apela al concepto gramsciano del “interregno” para explicar nuestro tiempo histórico de permacrisis o crisis de la globalización, de la democracia liberal, y del orden internacional, porque el agotamiento del equilibrio hegemónico sin la emergencia, todavía, de una hegemonía alternativa. En nuestro tiempo, interregno viene a ser la combinación de elementos del orden anterior que pierden legitimidad, pero aflorando viejas contradicciones articuladas estructuralmente a nuevos procesos derivados de la disrupción digital, la crisis climática, las crisis de gobernabilidad y las asimetrías.

Desde esta perspectiva, se identifica lo que va del siglo veintiuno como un proceso histórico donde en el contexto de la globalización las políticas públicas nacionales e internacionales, así como las de la cooperación, han variado. Al inicio del siglo el desafío universal era el de la lucha contra la pobreza, encarado con el acuerdo mundial por los ODM (Objetivos de Desarrollo del Milenio). En la actualidad, el debate internacional, encauzado en soluciones con la Agenda 2030 y Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), se concentra en las desigualdades y la crisis climática.

En el marco de deterioro de la globalización, agravado estructuralmente por los impactos de las guerras Rusia – Ucrania e Israel – Palestina, la Unión Europea se ha planteado una “triple transición”, con capacidad de reconstruir contrato social con el planeta y las generaciones actuales y futuras. Esta propuesta contempla estas dimensiones que tienden a profundizar su naturaleza de Estado benefactor basado en el ejercicio de derechos: “i) socioeconómica, orientada a una mayor inclusión y cohesión social, con em­pleos de calidad, mayor protección social, y la incorporación de la economía del cuidado; ii) digital, con mejoras de la productividad y el ingreso, y un renovado énfasis en la educación, la inclusión digital, y los derechos digitales, y iii) eco­lógica, en favor de la descarbonización, a través de la masiva incorporación de las energías renovables y el abandono de los combustibles fósiles, la economía circular, y el cuidado de la biosfera”.

Mientras la Unión Europea consolida su unidad para dar respuesta a estas problemáticas, en América Latina y el Caribe, ganados por el impulso pandémico de la disgregación, nuestros países están buscando en clave nacional fórmulas de desarrollo y de superación de una crisis que no se acaba de entender, y asumir. No logramos superar el resultado segregacionista de la discontinuidad de nuestros espacios continentales con destino común. Nuestros esquemas subregionales son importantes y tienen que ser fortalecidos, pero para afectar sustantivamente los factores desigualadores de la realidad necesitan tender puentes de complementariedad y convergencia en esquemas mayores, que los recojan en su pluralismo.

En estas condiciones somos un continente más vulnerable, más polarizado y más pobre que antes de la COVID-19. Seguimos siendo el continente más desigual, donde la riqueza de los milmillonarios se ha incrementado en un 21%, mientras tene­mos 82 millones de personas viviendo en extrema pobreza, la mayoría mujeres, in­dígenas y afro, quienes deben dedicar casi el 50% de sus ingresos a comprar comida (Oxfam, 2023).

Nuestro continente está plagado de “zonas de sacrificio”, o territorios de extracción de materias primas, cuyas formas de producción vulneran sistemáticamente derechos ambientales y colectivos. Los estilos de la política legitiman la polarización que alimenta las desigualdades de clase, raza, género, generacional, inclusión y participación. La crisis es estructural y pone en cuestión la legitimidad del sistema. Por eso, como dice Mario Pezzini en el libro que motiva este artículo, ni una inviable restauración neoliberal, ni un distópico futuro más autoritario, securi­tizado, depredador y desigual son planteamientos viables ni deseables.

La realidad contemporánea de nuestro continente muestra un raudo deterioro de los indicadores de progreso, por lo que además de la existencia de las dimensiones socioeconómicas, digitales y ecológicas que destaca la Unión Europea en la triple transición, debemos considerar que se han reavivado las preocupaciones por la pobreza y extrema pobreza en el contexto de una crisis multidimensional e interseccional. De aquí resulta una situación de policrisis que es económica, de desigualdades, de polarización, de gobernanza, de seguridad, de salud, climática, de valores y de identidad sociocultural.

En estas condiciones, a las propuestas de la Unión Europea, que adquieren carácter universal, en América Latina y el Caribe debemos sumar otras de urgente y estructural resolución regional-mundial. Una de estas transiciones es la renovación de la lucha contra la pobreza, ahora multidimensional, con prioridad en la seguridad y soberanía alimentaria. Otra transición, urgente y estructural, está relacionada con la seguridad, explicable en factores cotidianos de orden ciudadano y ligada a la lucha contra el narcotráfico y contra las formas de expresión de la violencia criminosa. Y una última transición tiene que ver con la necesidad de tejernos en alteridades interculturales y pluralistas, como un continente que busca superar los arrastres de sus democracias inconclusas hacia sociedades de la buena convivencia en plenitud.

Necesitamos reconstruir procesos, mecanismos y proyectos continentales que nos permitan pensar y construir futuro con bienestar para todos, forjando consensos, unidad y cohesión por una mayor justicia social, económica, cultural y ambiental. Aislados, nuestro horizonte mayor es la recuperación de nuestras economías, cuando éste es el camino y no el destino. Juntos, integrados en esquemas continentales, podremos volver a definir transiciones justas que permitan clarificar indicadores de futuro en un interregno donde están dominando los factores que alimentan la crisis multidimensional.

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Adalid Contreras es sociólogo y comunicólogo boliviano

Las opiniones de nuestros columnistas son exclusiva responsabilidad de los firmantes y no representan la línea editorial del medio ni de la red.

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