Tambaquíes

Opinión

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Yenny Escalante

Sayuri Loza

Las marchas de protesta son un fenómeno habitual en Bolivia. La toma de las calles portando pancartas, banderas, estandartes y estribillos acordes a la ocasión como “Goni, ladrón, la patria no se vende” “Tuto, cabrón, el pueblo tiene hambre” de los 90s, el “Evo de nuevo, huevo carajo” creado además por la clase media, un segmento de la población que no tenía por costumbre salir a las calles y que así y todo tumbó a un presidente, o el tan actual “Evo no está solo carajo” que promete el regreso del así llamado “mejor presidente de Bolivia”.

El siglo XX fue sin duda el siglo de las marchas y los mítines, los sindicalistas, imbuidos del espíritu de la lucha por los derechos de los trabajadores, utilizaron las movilizaciones y la huelga de hambre para hacer escuchar sus pedidos y reivindicaciones no sólo en Bolivia sino en todo el continente en lo que se conoce como el periodo trágico de los movimientos sociales; ahí surge una palabra que se ha manejado hasta el presente: masacre, pues las protestas eran sofocadas con violencia y muerte; podemos recordar en 1944 la masacre de San Pedro Sula en Honduras  y aquí en Bolivia la masacre de Catavi en 1942.

En el primer caso, los trabajadores de las compañías bananeras, que recibían pagos miserables y malas condiciones de trabajo, habían decidido iniciar una huelga de brazos caídos para exigir mejoras, pero fueron atacados por las fuerzas armadas del gobierno que se encontraba a favor de las bananeras; en el segundo, los mineros de las empresas de Patiño poseían demandas similares y salieron en una marcha que fue interceptada por la milicia, dejando varios muertos. ¿Cómo no conmoverse con estas demandas? En nuestro país el MNR capitalizó estas luchas, tanto así que el nombre María Barzola, una minera caída en la masacre, bautizó a sus comandos femeninos, que posteriormente se convirtieron en grupos de choque. Esta época marcó profundamente el imaginario latinoamericano, tanto en el arte como en la política, de ahí viene la división entre la izquierda que defendía estas protestas y la derecha que las rechazaba.

En la segunda mitad del siglo, el fenómeno no fue diferente, pues en el país el 21060 y sus reformas sacaron nuevamente a la gente a las calles; en 1986 nuevamente los mineros iniciaron una marcha, esta vez en contra de la “relocalización”; la marcha fue detenida por los militares mientras aeronaves amenazantes la sobrevolaban. Filemón Escóbar lanzó entonces un discurso llamando a detener la marcha pues la derrota era segura, la percepción y el apoyo de la población ya no eran los mismos.

Otra inolvidable fue la marcha por el territorio y la dignidad de 1990, cuando los pueblos originarios de tierras bajas llegaron a La Paz desde el Oriente protestando contra el avasallamiento de sus tierras por empresarios; lograron la titulación y restitución de las TCOs, aunque esto duró poco. A partir de aquí toda la década estuvo llena de marchas de indígenas exigiendo sus derechos, entre pueblos de tierras bajas y cocaleros principalmente.

Todos nos solidarizábamos con esas protestas, ver llegar a estar personas cansadas, con los pies deshechos, hambre y frío, llevó a la población a recibirlos con vituallas, medicina y alistando predios donde cobijarlos; llevábamos pan, alimentos, ropa y lo que se pudiera porque sentíamos su dolor y nos identificábamos con él. Justamente por eso, cuando en 2011 la marcha del Tipnis fue reprimida por un gobierno cuyo presidente había participado en las movilizaciones de los 90s, muchos que creíamos en él nos desencantamos.

Hoy la marcha ha dejado de ser, igual que la huelga de hambre, una herramienta válida de los movimientos sociales. Ojo que no estoy hablando de su efectividad sino de la sensación que genera en la población que ha pasado de esa profunda identificación a un rechazo airado pues las razones son cada vez más políticas, como esta última marcha que llegó a La Paz desde Cochabamba que alegaba ser supuestamente para salvar Bolivia pero al finalizar ésta nadie se sintió salvado, posiblemente ni siquiera los que acompañaron a Evo Morales, quien se retiró en su coche último modelo diciendo que debía cosechar sus tambaquíes.

Los detractores de Morales dijeron que está sepultado; yo no lo creo, Morales todavía tiene fuerza política y base social. Lo que sí creo es que la marcha y la huelga como mecanismos de protesta e inspiración, están dejando de ser parte de nuestro imaginario; la gente que sale a las marchas y bloqueos, ya no es aquella que salía a las calles con conciencia y corazón soñando con mejores días para sus hijos, ni aquella indignada por los abusos del poder servil a la oligarquía, quizás por ello hay cada vez más denuncias de cobros, multas o pagos por ir a marchar, ya no hay voluntad.

Pero hay una excepción: las movilizaciones pidiendo el cese de los incendios en la Amazonía, ésas sí son marchas auto convocadas y no responden a un líder sindical ni a un caudillo político, se llaman por redes sociales y los asistentes son más diversos, son ciudadanos indignados, quizás muchos forman parte del nuevo lumpen social: los profesionales malpagados o desempleados en este sistema extractivista que no es capaz de crear industria. No lo hemos notado pero estamos viendo nacer, en otro espacio, de la mano de jóvenes con nuevas formas de organizarse que ya no es la dictadura sindical, la auténtica lucha social.

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Sayuri Loza es historiadora, artesana y bailarina.

Carolina Méndez es periodista.

Las opiniones de nuestros columnistas son exclusiva responsabilidad de los firmantes y no representan la línea editorial del medio ni de la red.

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