M. Isabel O. Gutierrez
El 19 de marzo, Día del Padre, Mujeres Creando realizó una intervención, no destructiva, en el monumento del Mariscal Antonio José de Sucre en La Paz. Colocaron carteles con nombres de padres que evaden la asistencia familiar, un mandil de cocina y una canasta de alimentos. Esta acción, lejos de ser un “atentado al ornato público”, como clamaron autoridades, es un espejo que refleja la hipocresía de un sistema que glorifica la paternidad simbólica mientras normaliza la irresponsabilidad paterna.
Dicha intervención invita a cuestionar y denunciar a padres que prefieren gastar en abogados antes que pagar pensiones alimentarias. Los carteles con nombres, el mandil y la canasta no dañaron el mármol, pero sí desafiaron la narrativa de la paternidad como un mero hecho de ser progenitor. La acción fue un recordatorio que, en Bolivia, 4 de cada 10 padres están ausentes en la vida de sus hijxs (World Vision, 2023) y muchos evaden su responsabilidad económica con impunidad.
Las críticas de autoridades y figuras públicas a la intervención desnudaron su machismo. La alcaldía de La Paz tachó la acción de “atentado” priorizando la estética colonial de un monumento sobre la urgencia de visibilizar a madres que hacen “magia” con canastas de alimentos insuficientes. Mientras, el abandono económico de miles de niñxs no es considerado “daño público”. La máxima autoridad municipal expresó: “¡Duele! Nuestro ornato público dañado, nuestros héroes ridiculizados”. Al respecto un exdiputado tildó a las feministas de “feminazis” y señaló que “ridiculiza al hombre con estas estupideces”. ¿Por qué un mandil “ridiculiza” a Sucre?. Porque en el imaginario patriarcal, el cuidado es sinónimo de feminización, algo denigrante. Esto evidencia que, para estas autoridades, lo verdaderamente intolerable no es el abandono paterno, sino que se asocie a un “héroe” con tareas consideradas “femeninas”.
Para ellos, un mandil, en un héroe masculino, es una afrenta, pero no les indigna que mujeres carguen con ella. La furia ante esta intervención no es casual, para estas autoridades, un hombre con mandil es un acto de “humillación”. Ninguna autoridad se escandaliza cuando mujeres con mandil les sirven comida, día a día, pero sí cuando un símbolo masculino es “manchado” con esa misma indumentaria.
Este acto no busca generalizar, sino cuestionar un sistema que romantiza la paternidad ausente, bajo frases como “ella eligió un mal padre” y exonera a los padres de su responsabilidad; naturaliza la explotación femenina, mientras las mujeres “hacen magia” con canastas de alimentos insuficientes, los discursos machistas insisten en que “todos los padres son importantes”, aunque no paguen la asistencia familiar; criminaliza la protesta feminista, al tildar de “feminazis” a sus integrantes, a quienes exigen corresponsabilidad, como estrategia para silenciar reclamos legítimos.
La intervención no dañó el mármol, pero sí le dio en la yugular al patriarcado. Denunció que la paternidad no se puede reducir a ser meramente progenitor, sino que se debe asumir con corresponsabilidad y presencia activa. La reacción de ciudadanos/as que coinciden con las actitudes machistas y misóginas de las autoridades, evidencian una sociedad que glorifica el sacrificio de mujeres que deben ser madres y padres, sin cuestionar el impacto socio-emocional que implica la ausencia paterna en las y los niños; una sociedad que se ofende por esta intervención, pero no se indigna ante la normalización de padres irresponsables, refleja la profundidad del machismo estructural. Además, el hecho de que asocien el uso de un mandil a un acto de humillación revela la persistencia de una misoginia que ve el cuidado como algo degradante para los hombres, pero no para las mujeres. Esta intervención no solo visibilizó la irresponsabilidad paterna, sino que también puso al descubierto que, mientras las mujeres asumen trabajos no remunerados en silencio, cualquier cuestionamiento a la comodidad masculina se considera “violento”.
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M. Isabel O. Gutierrez, socióloga, activista y defensora de DD.HH.
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