Mejor ser gato

Opinión

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Sumando Voces

Dino Palacios

Misteriosos, independientes e impredecibles, pero indudablemente diferentes de nuestros sabuesos. Tengo al menos cuatro visitantes felinos que rondan por casa: dos de pelaje dorado, uno negro y el otro blanco con manchas plomas. Cada uno tiene una personalidad y comportamiento distintos que los hacen únicos. Se han convertido en dueños del jardín y, aunque celebro que ahuyenten a los ratones, me apena que también espanten a los pajaritos. Nunca he logrado tocarlos.

Mi hija tiene a Nala, Gaya, Milo y Misti, amorosos, cariñosos, elegantes y tan sociables que responden cuando los llaman por su nombre, se dejan acariciar y ronronean suavemente como si estuvieran susurrando e hipnotizando. Conviven con Zuri y Toby, desafiando extrañamente esa frase común de que «se llevan como perros y gatos».

Por cierto, esa idea de que los perros y los gatos no pueden convivir juntos es un estereotipo común, al igual que la eterna lucha entre artistas y críticos, como la que ocurre entre arcistas y evistas.

Cuando éramos niños, mi hermano y yo intentamos tener un gato como mascota en casa. Lo único que quedó como recuerdo de esa experiencia fue la alergia que nos provocó, lo cual hizo que su estadía con nosotros fuera corta.

Mi relación más duradera con un minino fue con el «Rey David», también conocido como el Pumita. A pesar de todos mis esfuerzos por caerle bien, nunca ocurrió. Ni los juegos, ni las caricias, ni siquiera las mejores piezas de comida que le ofrecía lograban ganar su afecto. Era natural; bastaba con que yo pasara a su lado para que gruñera desafiante. Si me acercaba demasiado, debía estar alerta para evitar sus zarpazos. Su retrato era el de un ser selectivo, independiente y completamente autónomo que no necesitaba fingir afectos, ni por comida, ni por nada. Me hacía pensar en el gato que todos deberíamos tener dentro.

Al reflexionar sobre ello, solo puedo concluir que conocemos mucho menos de los gatos en comparación con los perros y que lo único concluyente, como explicaba un documental de Netflix, es que no llegan a ser animales domésticos.

La frase de “no me gustan los gatos” es común; preferimos a los perros o cualquier animal que esté dispuesto a movernos la cola y lamer nuestras manos. Tal vez en algún momento toca y es mejor ser gato.

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Dino Palacios es ciudadano.

Las opiniones de nuestros columnistas son exclusiva responsabilidad de los firmantes y no representan la línea editorial del medio ni de la red.

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