Campesinos

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Sayuri Loza

Mi padre solía decir que en sus últimos años se retiraría de la vida pública y se marcharía al campo, a trabajar una pequeña parcela, habría sido mejor que se retirara antes, tal vez habría tenido una vida más larga y con menos sobresaltos.

En Bolivia, el campo y la ciudad se han trazado como sinónimos de atraso y progreso, de ignorancia y educación, de pobreza y prosperidad respectivamente desde el nacimiento de la República, a pesar de que hasta bien entrado el siglo XX, la mayoría de  nuestros presidentes nacieron en el área rural (debido a que eran hijos de propietarios de haciendas). La Revolución Nacional le dio identidad étnica al campesino, pues propuso que aquellos que eran llamados indios, ya no lo serían -hasta el día de hoy hay quienes repiten el eslogan: no se dice indio, se dice campesino- y la Reforma Agraria se ilustró con hombres y mujeres con almilla, phullu, abarcas, pantalón corto y pollera, imagen que se ha quedado en el imaginario hasta el presente.

Así, desde la segunda mitad del siglo pasado, el campesino era el indígena, en una sociedad racista y discriminadora que entendía por tanto, que ser campesino era el peor de los oficios, por eso incluso en la actualidad escuchamos a padres que amenazan a sus hijos que sacan malas notas en el colegio, con mandarlos al campo a trabajar la tierra y a pastear ovejas porque claro, en el imaginario citadino, la vida del campo es horrible y sacrificada.

¿Cómo ha dañado esta mentalidad al desarrollo productivo del país? En occidente, sin el boom de la agroindustria, ha hecho que las ciudades estén superpobladas y que haya mucha competencia por el trabajo que además es escaso, que jóvenes profesionales queden desempleados, frustrados y que lo que llamamos “el campo” sea un espacio con pocos servicios básicos, poca educación, pocos habitantes, etc.

Por un lado, los hijos de los campesinos, migran a las ciudades porque saben que en su tierra no tendrán oportunidad, porque no hay universidades, no hay wifi, no hay postas sanitarias, etc. Por el otro, los hijos de los citadinos, por la mentalidad que he descrito antes, creen que irse al campo es sinónimo de fracaso, de aislamiento (porque las carreteras tampoco son buenas), y es más factible para ellos irse fuera del país que irse al interior.

Para colmo, los gobiernos nunca han pensando en generar condiciones para mejorar el campo, pero mejorarlo de verdad, hablo de una revolución agropecuaria, no de poner canchitas. Y se entiende, porque un campo que promete ingresos, progreso y prosperidad, deja de ser bastión de políticos oportunistas y se vuelve una fuerza social y política por sí misma. La otra traba es el control comunal, no se permite a nadie tener tierras y trabajarlas sin responder a las órdenes de la comunidad, y la comunidad no quiere gente nueva porque significa problemas, tanto así que una paisana mía me decía “hemos pasado de la dictadura del hacendado, a la dictadura del patrón y ahora a la dictadura del dirigente”.

¿Y la producción? Es penoso porque muchos creen que nuestro campo todavía nos alimenta y no es así, cada vez consumimos más y más productos del Perú: tomate, cebolla, papa, palta, mango, etc. un poco por el contrabando y otro poco porque nuestras áreas rurales se están llenando de mineros y de monocultivos. Es vergonzoso pensar que es en Bolivia donde se originó la papa, alimento mundial y exquisito, pero su principal productor es Perú.

¿Qué podríamos hacer? En un país competente, el gobierno incentivaría a las mejoras en el campo, construiría hospitales, escuelas, carreteras que unan el territorio de palmo a palmo y al mismo tiempo incentivaría la producción. El otro paso sería promover la migración ciudad-campo, que los jóvenes vayan a producir por un par de años, ganando dinero, especializándose y si les gusta, que se queden allí, hagan su vida, su familia, que tengan la opción de elegir entre un servicio militar o un servicio agropecuario.

Alguien dirá que son tonterías, que la modernidad está en las ciudades y que el trabajo intelectual es superior al manual, es mejor ser abogado que ser agricultor; gracias a esa mentalidad, mi generación se ha alienado de la naturaleza y la generación actual se está alienando de la realidad porque su vida gira en torno al celular.

Pero cuidado, porque el futuro es ahora y el mundo cambia cada segundo. ¿Qué será de aquellos cuyas profesiones sean sustituidas por la Inteligencia Artificial? ¿Será igual de grandioso tener un título obsoleto? En unos años, las profesiones intelectuales serán llevadas a cabo por aplicaciones, Chats GPT y otros, y todo lo que creemos será sometido a pruebas.

Sin embargo, en un mundo donde todo lo hacen las máquinas, seguiremos teniendo la necesidad de comer, de tal suerte que quienes produzcan los alimentos tendrán el poder, ese shift le dará al campo un valor como nunca antes y no parecemos darnos cuenta ni a nivel gubernamental ni a nivel societal. Es terriblemente lamentable que la evolución de las mentalidades no vaya de la mano con los avances tecnológicos.

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Sayuri Loza es historiadora, artesana y bailarina

Las opiniones de nuestros columnistas son exclusiva responsabilidad de los firmantes y no representan la línea editorial del medio ni de la red.

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