Esther Mamani
Aparecen aleatoriamente por alguna coincidencia y causalidad. Se quedan en tu vida sin ninguna obligación y a veces asumen compromisos que nadie de tu familia pudo… o quiso. Comparten sueños, alegrías, frustraciones, errores y aciertos… todo de ida y vuelta. Te hacen sentir afortunada y con ellas haces camino al andar. Mis comadres, mis amigas.
Algunas tienen jardines amplios; otras, más pequeños y discretos. Dicen que las reales solo se pueden contar con los dedos de una mano. Yo creo que algunas compañeras pueden hacer un conteo más prolongado porque igual que los jardines, ellas riegan esas amistades con constancia y cariño. No importa el número, lo importante es tenerlas en nuestros contactos de emergencia, así como ellas a nosotras.
Por eso, este jueves de Comadres tendremos un acto de resistencia. Un día en que las mujeres nos acuerpamos, es decir, formamos un cuerpo, nos encontramos y nos damos el espacio que a nuestras ancestras les fue negado.
A lo largo de la historia, los encuentros entre mujeres han sido prohibidos o restringidos en distintos contextos por considerarse una amenaza al orden patriarcal. En la Europa medieval se vinculaban con la brujería, en la época de invasión a América Latina las reuniones de mujeres indígenas y afrodescendientes eran vistas como un peligro.
En el siglo XIX y XX, los grupos feministas y obreros fueron reprimidos. Similar cauce se enfrentó en dictaduras latinoamericanas donde persiguieron los encuentros feministas y de madres organizadas, mineras, trabajadoras del hogar o sindicalistas culinarias. En todos esos casos se negó la unión entre mujeres por temor al cuerpo que podemos formar.
Y acuerparnos no es solo estar juntas, es unirnos como un tejido de historias, afectos y luchas. Es darnos la fuerza que las lógicas machistas tantas veces intentan quitarnos. Entre esos despojos, el tiempo de disfrutar. Si muchas han perdido el derecho a la vida, imagínense el derecho a la diversión. Quizás nuestras abuelas o bisabuelas padecían con más restricciones, pues la vida fue trabajar, criar, servir, estar al pendiente de los demás sin permitirse el goce. Y esa herencia sin sentido pesa todavía.
Para muchas mujeres el esparcimiento es un lujo, algo que alguien les dice: no te corresponde. Por eso me gusta el Jueves de Comadres, por eso, gracias al sur de este país, por traernos esa trinchera de alegría y compromiso entre nosotras en un mundo que muchas veces nos quiere tristes o calladas.
Esta es la reafirmación de que merecemos disfrutar, porque nuestra felicidad también es política. Porque cada carcajada es un acto de rebeldía, cada abrazo es una forma de resistencia y cada baile es una respuesta a quienes nos quieren limitadas.
No pedimos permisos ni buscamos igualar nuestro festejo al de los hombres. Queremos salir sin miedo, bailar sin la sombra de la violencia, reír sin que nos juzguen ni sancionen. Y también necesitamos más espacios entre nosotras. No solo en esta fiesta, sino todos los días del año. Lugares donde podamos acuerparnos en la vida cotidiana para seguir forjando con nuestras comadres un camino con más episodios de felicidad que de sufrimiento.
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Esther Mamani es periodista, workaholic, especialista en género
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