Sayuri Loza
Hace algunos días, el SEGIP anunció un catálogo de profesiones y oficios que serían tomados en cuenta a la hora de registrarse para obtener la cédula, documento que en Bolivia debemos portar para fotocopiar y dar de comer a los fotocopiadores que ya no sacan textos para los universitarios porque ellos ya reciben PDFs, y presentar esas fotocopias hasta para comprar salteñas.
Pero vamos, que la cédula no es sólo para eso. ¿Me creerían si les digo que la idea de crear una cédula de identidad nació en 1927 como parte de una estrategia para juntar fondos para la defensa de las fronteras de Bolivia con Paraguay? El conflicto por límites con el vecino país ya se sentía fuertemente, por lo que en el parlamento se propuso la idea de extender una libreta o cédula por la cual se cobraría, de acuerdo a la categoría, una suma determinada.
Además de dicha función patriótica, la cédula cumpliría también la función financiera, policial, demográfica y garantizadora de los derechos políticos y civiles. Así pues, un diez de diciembre de 1927 se aprobó la ley de registro de todos los estantes y habitantes del país mayores de 21 años, y fue puesta en vigencia el primero de enero de 1928.
La institución encargada de realizar el registro, fue la policía. El funcionario recibía a la persona, le hacía su prontuario, donde anotaba señas particulares, características, estudios, etc. Etc. Y guardaba el mismo en archivo. Ahora bien, los criterios que se tomaba en cuenta eran: nombre, nombre de los padres, nacionalidad, lugar de nacimiento, fecha de nacimiento, estado civil, profesión, si lee y escribe, aspecto social en la vida ordinaria (o sea su pinta), domicilio, nombre de parientes y una detallada descripción física. Seguidamente se tomaba las impresiones dactilares del interesado y se establecía su categoría de identificación.
La categoría de identificación respondía a una disposición que dividía a los ciudadanos en tres condiciones: la primera de profesionales, industriales, comerciantes, empleados públicos y particulares; la segunda de demás habitantes, estantes cualesquiera que sean; y la tercera de indígenas, cada categoría pagaba 5 Bs. 3 Bs. y 1 Bs. por la cédula respectivamente.
La historiadora Carolina Loureiro ha analizado los prontuarios emitidos durante la década de los 30s en La Paz, y ha hecho notar que la nuestra, era una sociedad pigmentocrática. Loureiro analiza también los distintos tonos de piel que se identificaba, mostrando una heterogeneidad de pieles: blanco, blanco pálido, blanco rosado, blanco mediano, blanco tostado, blanco quemado, pálido, achinado, mestizo, moreno, moreno claro, moreno pálido, moreno rosado, moreno mediano, moreno tostado, moreno quemado, moreno oscuro, cobrizo, trigueño, trigueño claro, trigueño pálido, trigueño mediano, trigueño mestizo y negro.
Así, cuando se extendía la cédula, que era una libreta sin plastificado, debajo de la fotografía, los datos que se apreciaban eran la filiación, el lugar de nacimiento, el estado civil, la profesión u oficio, si lee y escribe, el domicilio y el servicio militar. La gran mayoría de inscritos eran hombres, ya que como el objetivo era hacer valer derechos civiles y políticos y los de las mujeres podían ser representados por sus esposos, padres o hijos, es lógico que fueran ellos quienes realizaran el trámite en mayor número.
Entre las profesiones populares, estaban: contador, labrador, comerciante, minero, militar, cocinero, tipógrafo, abogado, carrilano, tranviario, bordador, misionero, médico, telegrafista, curtidor, zapatero, etc. Las mayoría de las mujeres figuraba con “labores” como actividad, lo que hoy se llama “ama de casa”, había también costureras, comerciantes, lavanderas y religiosas, entre otras.
Demás está decir que en “estado civil” no existía el estado “divorciado”, eran todos solteros, casados, o viudos. Otro elemento no muy variado, era el aspecto social, el funcionario policial escribía en el prontuario, en base a sus observaciones: bueno, humilde, indígena, malo, regular, mediocre, y mucho más. Por último la categoría, si era ciudadano de primera, segunda o tercera, que hemos explicado anteriormente.
Volviendo a los oficios: telegrafistas o taquígrafos dejaron de existir, hay menos carrilanos y labradores cada día. Hoy uno puede ser influencer, creador de contenido, dirigente o artista. Un amigo mío peleó para hacerse poner como “amo de casa” y se salió con su gusto. ¿Qué les gustaría ponerse a ustedes?
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Sayuri Loza es historiadora, bailarina y artesana.