Manuel Menacho
En los últimos días, la decisión del Gran Cabildo Indigenal de San Ignacio de Mojos de restringir la participación del Ensamble de Moxos en las celebraciones del Viernes Santo y del 31 de julio ha desatado una serie de críticas en redes sociales. Muchas de ellas, más que aportar al debate, han resultado ofensivas, desubicadas y hasta discriminatorias contra la institución indígena más antigua y representativa del pueblo ignaciano. Se ha llegado a acusar al corregidor de “creerse dueño del pueblo” y a sugerir que la decisión podría afectar el reconocimiento otorgado por la UNESCO en 2012 a la Ichapekene Piesta como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Estas afirmaciones, sin embargo, carecen de fundamento y responden a un desconocimiento profundo de la historia, la cultura y el rol que cumple el Cabildo.
No hablo desde la distancia ni desde el prejuicio. No soy mojeño ignaciano de nacimiento, pero tuve el privilegio de vivir varios años en esa tierra generosa que me acogió como a un hijo más. Con el tiempo, fui conociendo su riqueza cultural y espiritual, y tuve la fortuna de participar de diferentes celebraciones, incluida la Ichapekene Piesta. Incluso llegué a tener el honor de acompañar al Cabildo en un momento de esa gran festividad, lo que me permitió comprender desde adentro la dimensión de esta institución. Es desde esa vivencia, desde el respeto y el cariño profundo por San Ignacio y su gente, que me siento con la legitimidad suficiente para pronunciarme y defender lo que considero justo.
El Gran Cabildo Indigenal tiene más de 327 años de existencia. Nació casi al mismo tiempo que la fundación jesuítica del pueblo en 1689 y desde entonces se ha convertido en el pilar de la vida cultural, social, política y espiritual de los mojeños ignacianos. No se trata de una estructura improvisada, el Cabildo cuenta con un estatuto propio, normas internas y procedimientos orgánicos que regulan su funcionamiento. El corregidor no actúa de manera unilateral ni “por capricho personal”, como algunos han insinuado, es el vocero y ejecutor de decisiones colectivas que son asumidas en el marco de un sistema orgánico y consensuado. En el Cabildo nada recae en una sola persona, las determinaciones son el resultado de una organización viva que incluye parcialidades, conjuntos, mamitas abadesas, sacristanes, coro musical y un directorio que mantiene su legitimidad desde la participación constante del pueblo.
Es importante subrayar que lo que la UNESCO declaró Patrimonio de la Humanidad en 2012 no fue al Ensamble Moxos ni a ninguna institución moderna en particular. El reconocimiento recayó en la Ichapekene Piesta como un todo, incluyendo las danzas, músicas y ritualidades transmitidas de generación en generación, y destacando explícitamente el rol del Cabildo y de sus estructuras como guardianes de esa herencia cultural. Sin el Cabildo, sin sus 44 conjuntos y sin sus más de veinte celebraciones anuales que sostienen la vida espiritual y cultural, simplemente no existiría la Ichapekene Piesta, ni tampoco habría sido posible su inscripción en la lista del Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.
Dicho esto, nadie niega el aporte que la Escuela de Música y el Ensamble han hecho al difundir el talento local y al abrir espacios para que jóvenes músicos tengan oportunidades. Ese trabajo merece respeto. Pero es necesario dejar claro que la Escuela no es la dueña de la cultura ignaciana ni puede apropiarse de un rol que corresponde de manera orgánica y legítima al Cabildo.
La molestia de las autoridades y del Coro Musical no es reciente, recuerdo desde el momento que llegué a San Ignacio, escuchar sobre ello, y que a lo largo del tiempo se ha ido acumulado y era conocida por todos. Lo incomprensible es que hoy la Escuela pretenda desconocer esa situación y, peor aún, quiera trasladar la responsabilidad al Cabildo o a la Iglesia, como si fueran estas instancias las obligadas a convocar y facilitar el diálogo. Cuando en realidad, los principales interesados (y también quienes en muchas ocasiones han sido los beneficiados a partir de la proyección cultural) son precisamente la Escuela y el Ensamble. Era su deber haber buscado un espacio de acercamiento hace mucho tiempo, no esperar a que la situación se agrave para luego victimizarse. El Cabildo, con toda la carga que ya sostiene como organizador y custodio de la vida cultural y espiritual del pueblo, no puede ser responsabilizado de una tarea que correspondía a quienes buscaban insertarse en las celebraciones tradicionales.
Ahora, al no haber prestado la importancia que correspondía durante todos estos años, la Escuela debe asumir las consecuencias de su dejadez. No puede sorprenderse de que el Cabildo finalmente ponga límites a una situación que era evidente y advertida desde hace tiempo. Cabe aclarar, además, que en ningún momento el Cabildo ha promovido el cierre de la Escuela ni algo semejante, su observación se limita a señalar que, aunque la música del Ensamble es hermosa y elaborada, no es la misma que interpreta el Coro Musical en las festividades tradicionales. Esta diferencia preocupa profundamente, porque poco a poco va introduciendo modificaciones que, con el tiempo, pueden terminar tergiversando y alterando la esencia de la tradición mojeña ignaciana.
En este sentido, lo que pide el Cabildo Indigenal y el Coro Musical no es una negación completa de la Escuela o del Ensamble, al contrario, se reconoce y se resalta el alto nivel musical y la formación de calidad que se genera en ese espacio, sin embargo, la demanda es clara, limitar la intervención de esta institución únicamente en dos fechas muy concretas (el Viernes Santo y el 31 de julio) que son altamente espirituales, religiosas y fundamentales para el mundo indígena mojeño ignaciano. Se trata de celebraciones donde la solemnidad, la ritualidad y los ritmos tradicionales del Coro Musical forman parte esencial de la vivencia espiritual. La preocupación del Cabildo es que las interpretaciones del Ensamble, por muy elaboradas que sean, no van acorde con la carga espiritual de estas fechas. Por ello, la petición no es excluir a la Escuela de todo, sino simplemente dejar claro que, para los actos más sagrados y trascendentes, no corresponde su participación, porque el Ensamble puede ser muy apropiado para escenarios de proyección cultural o de espectáculo, pero no para un momento de profundo recogimiento espiritual que constituye el corazón de la tradición ignaciana.
Lejos de ser un cierre definitivo, la decisión del Cabildo debe entenderse como un llamado a la reflexión. Es una oportunidad para redefinir los roles y recordar que el patrimonio cultural tiene un custodio legítimo, el Cabildo. La Escuela puede y debe seguir aportando, pero siempre en el marco del respeto a quienes sostienen la tradición los 365 días del año. De lo contrario, corremos el riesgo de tergiversar la cultura, de reducirla a un espectáculo y de alejar a las nuevas generaciones de su esencia verdadera.
Más allá del ruido de las redes sociales, este momento debe servir también para que el Gran Cabildo recupere con fuerza no solo su rol cultural, sino también su papel político, representativo y jurisdiccional. El Cabildo es una instancia de resolución de conflictos, una autoridad espiritual y religiosa, y la institución que ha garantizado la cohesión del pueblo ignaciano a lo largo de más de tres siglos. Reducirlo únicamente a “organizador de la fiesta” es un error histórico que hay que corregir.
Resulta profundamente injusto que ahora muchos se proclamen como “ignacianos de corazón” y supuestos defensores de la cultura, lanzando acusaciones contra el Cabildo Indigenal, cuando en realidad ha sido siempre esta institución la que se ha puesto al hombro el enorme peso de sostener la Ichapekene Piesta y todo el ciclo festivo anual.
Quienes hoy critican, desconocen que el Cabildo, lejos de contar con un respaldo sólido del Estado, muchas veces ha tenido que implorar recursos a las instancias municipales, departamentales o nacionales para poder cumplir con su misión. En algunos casos, de manera tan lamentable como pedir apoyo para costear la pólvora de los chasqueros, como sucedió este último año. No basta con decir “amo la fiesta” desde la comodidad de un discurso, lo que se necesita es un compromiso real y concreto, con apoyo efectivo que permita perfeccionar y sostener el trabajo del Cabildo. La defensa de la cultura ignaciana no puede quedarse en palabras, debe traducirse en acciones y en un reconocimiento sincero al rol que históricamente cumple el Cabildo Indigenal.
Defender al Cabildo es defender la raíz misma de San Ignacio de Mojos. Es reconocer que, sin él, sin sus normas, sus cargos, sus parcialidades y sus cientos de miembros comprometidos, no existiría la Ichapekene Piesta, ni los reconocimientos nacionales e internacionales que hoy enorgullecen a todo San Ignacio y Bolivia. El Ensamble y la Escuela tienen un lugar importante, pero no el principal o esencial. El guardián de la cultura, el custodio de la tradición y la espiritualidad del pueblo es, y seguirá siendo sin ninguna duda, el Gran Cabildo Indigenal de San Ignacio de Mojos.
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Manuel Menacho C. es abogado
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