Mario Vargas
En 1880 se publicó “El derecho a la pereza”, de Paul Lafargue, discípulo, traductor y difusor de las obras de Karl Marx, que critica el énfasis en el trabajo como un valor y reconoce en su antónimo la verdadera virtud. En esos tiempos, y en los nuestros, pereza es una palabra provocadora. Lafargue entiende la pereza como un derecho innato, el ensayo transita por las sociedades antiguas y la relación con el trabajo, hasta el momento cuando el trabajo se constituye como una forma de existencia del humano, luego propone mayor tiempo de esparcimiento para los obreros y disminuir a tres horas la jornada de trabajo diario.
Etimológicamente la pereza y el ocio no son sinónimos, pero son parientes en cuanto a su distanciamiento del trabajo. Desde mi lectura, percibo que Lafargue aborda la palabra pereza con una proximidad hacia el ocio, dado que considera importante el trabajo, mas no como el centro de la humanidad. Al respecto, Virginia Ayllón dice que “los padres de la liberación del ser humano ponen en el centro el trabajo”, refiriéndose a Marx y Engels, “pero para Lafargue en el centro debería estar el ocio”.
El 2001 conocí a una microempresaria que encontró un nicho de mercado para la producción de ajo del sur de Bolivia, entre Potosí y Tarija. Mensualmente enviaba varios contenedores de este producto hasta Japón. Su principal dificultad, según ella, era la “informalidad” de los agricultores. Durante los días festivos, los agricultores estaban sumergidos en el ocio, bailando, comiendo, bebiendo, compartiendo, disfrutando de la vida y sus felicidades. Situación que dificultaba el acopio y cumplir los volúmenes de exportación, frente a ello su estrategia fue importar ajo desde el norte argentino para exportarlo como producto boliviano.
Una situación parecida escuché en mayo de este 2024. Una emprendedora, dedicada al negocio de la fibra de camélidos en el norte argentino, comentó sus dificultades en el acopio de fibra de llama durante los días festivos de las comunidades criadoras, donde todos estaban de fiesta y no había quien entregara la fibra a los acopiadores. Mientras escuchaba su preocupación, recordé a la exportadora de ajo y “El derecho a la pereza” resonaba en mi mente.
Lafargue nos invita a recordar la historia del trabajo, desde las culturas más antiguas hasta los tiempos en los que escribió su ensayo sobre esa locura que “es el amor al trabajo, la pasión moribunda del trabajo, que llega hasta el agotamiento de las fuerzas vitales del individuo y de su prole”. También nos refiere al Cristo bíblico, quien predicó la pereza, en el sermón del monte decía: “Contemplen cómo crecen los lirios de los campos; ellos no trabajan, ni hilan, y, sin embargo, yo les digo, Salomón, en toda su gloria, no estuvo más espléndidamente vestido”, y a Dios, que después de seis días de trabajo se entregó al reposo por toda la eternidad.
En “El derecho a la pereza”, se realiza una sátira del mundo laboral y un juego irreverente de ideas para fusionar dos pares aparentemente opuestos: hedonismo y comunismo. Recordemos que Marx y Engels eran del buen vivir. El comunismo nace de dos hedonistas. Marx comía bien y fumaba habanos, Engels tenía una casa impresionante, muchos caballos de carrera, una bodega y bastante dinero. Marx no tenía mucho dinero, pero ambos vivían muy bien. Sin embargo, el comunismo fue una ideología donde el placer no tenía mucho margen, al contrario, la disciplina acaparaba el mayor espacio, como fue en el caso de la Unión Soviética. Marx y Lafargue, que escribieron enalteciendo el trabajo y la pereza, respectivamente, murieron inmersos en la extrema pobreza.
De una u otra manera, la humanidad está sumida en una sociedad capitalista, ofrecemos bienes o servicios con ánimo de lucro, o somos consumidores de esos bienes o servicios. Los paradigmas de desarrollo, bajo los que emprendemos acciones desde la cooperación internacional, las organizaciones de la sociedad civil, los gobiernos de los Estados y los emprendimientos privados, dinamizan innovaciones en las formas de organización, sistemas productivos, desarrollo de productos, vinculación a mercados locales y externos, entre otros.
Retomando las preocupaciones de las emprendedoras en el comercio del ajo y fibra de camélidos, es necesario destacar que la dinámica de los mercados de exportación requiere altos niveles de disciplina para cumplir con volúmenes, tiempos establecidos y estándares de calidad, en algunos casos lleva a la especialización y consecuentemente ocurre la pérdida de la diversidad, cambios de los sistemas de producción, disminución del uso de la agrobiodiversidad y menos ocio para los miembros de la familia, a cambio de incrementar los ingresos económicos y posibilitar una “mejor calidad de vida” (¿quizá al final de sus días con algo de ocio?).
En la cotidianidad rural pensar en 3 horas de trabajo diario y el resto destinado a la contemplación, como plantea Lafargue, es algo improbable, existen periodos con alta demanda de mano de obra y otros en los que posibilita dedicar el tiempo a otras actividades no agropecuarias. Sin embargo, los habitantes rurales viven y aún practican sus ritualidades y tradiciones festivas. También es improbable pensar o asumir que el habitante rural no prevé la administración de su tiempo para las actividades productivas, su supervivencia depende mucho de la producción para su alimentación familiar y la venta de productos. Tienen sus dinámicas propias, donde el ocio es un aspecto importante, no solo dentro el seno familiar, sino trasciende al nivel de sus comunidades y regiones.
El desafío es encontrar un punto de equilibrio saludable, entre el trabajo y el ocio, de todas maneras, ambos requieren de la disciplina. La tendencia dominante pretende homogenizar, establecer características iguales o uniformes en los modos de vida y los sistemas de producción, bajo un constructo externo de paradigmas de sostenibilidad que inciden en el uso de recursos productivos, la productividad, calidad de vida y el futuro. Quienes nos desenvolvemos en los ámbitos rurales, especialmente en las comunidades indígenas y campesinas, y sus temas inherentes, requerimos comprender que la ruralidad no es solamente una máquina de producción, sino una complejidad multidimensional. Los agricultores, criadores de animales, recolectores, pescadores y todo habitante rural, vive con intensidad el ocio y la producción, quizá con el mismo nivel de disfrute.
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Mario Vargas Condori es investigador CIPCA. Ingeniero agrónomo, candidato a doctor en ciencias del desarrollo rural. Trabaja en procesos de innovación, desarrollo de conocimientos, tecnologías y saberes locales.
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