Un guiño acompañado de un sobre que ya tiene la lista de ganadores para instalarse en el cargo de alta autoridad. Un anillito de oro como regalo a una alta autoridad por “usos y costumbres”, una ficha ambiental fantasma, pero tan bien hecha que confunde hasta a los más expertos, una alta autoridad torturada, asesinada y arrojada en medio de una carretera como señal de advertencia, ataques de madrugada con explosiones de dinamita en un campamento minero.
Pedófilos vacacionando y juezas acogidas al silencio, abogados extorsionadores ofertando talleres de know how en redes sociales, cuerpos decapitados dispuestos en los puentes, títulos académicos falsos y de Doctor Honoris Causa a cualquiera, Barbies que salen con chóferes de gorra y chalina o aquellas cara-conocida que posan de forma obscena con fajos de dólares.
Sé que usted no tuvo dificultad alguna en identificar todos estos sucesos que, cada vez que emergen, tienen la capacidad de generarnos una profunda tristeza e indignación, una gran impotencia. Somos testigos de la tormenta copiosa de códigos subterráneos que tienen nombre- ojo que la definición no es mía-es de un académico italiano que dedicó su vida a estudiar el fenómeno de la ilegalidad, conceptos que otros cientistas sociales escalaron en complejidad y siguen trabajando hasta nuestros días.
Diego Gambetta comprendió que los códigos son la señal más fuerte de la presencia de un grupo social con comportamiento mafioso, o como él dice más directamente, la mafia. El autor la define como “aquella proveedora de seguridad privada” un “servicio” que germina y se oferta a partir de la descomposición de la confianza entre varios actores de la sociedad y que de forma retorcida, termina cuál hábil arácnido enredando en corrupción todo el sistema hasta provocarle la asfixia. El autor identificó que la acción práctica y sostenida de la mafia no solamente detuvo el desarrollo económico en el sur de Italia, si no que degeneró el tejido social.
La evidencia del código es el pago por la fila, la coima por el trámite, la extorsión por la sanción de una ley, la amenaza y asesinato de activistas, indígenas y defensores. El secuestro de mujeres y niñas, la expulsión de las fuerzas del orden en determinados territorios, el silenciamiento de casos de pedofilia. La golpiza violenta a trabajadoras municipales en ejercicio de sus funciones, la laceración en el rostro a un pasajero por su reclamo al chofer de no parar en el punto establecido. El atropello doloso a un funcionario municipal para escapar de un control, o como sucedió en estos días, la golpiza a militares que identifican prácticas de contrabando.
La forma de actuación mafiosa es reticular, horizontal y altamente especializada. Se garantiza con candados de vida el código del silencio, el código de la deuda.
Si Bolivia se lamentó por las locuras de Melgarejo o la pérdida del mar, ahora mismo puede despedirse conscientemente de territorios que están dejando de pertenecer a la nación. Ya no es un secreto que son otros grupos los que gobiernan en estos espacios y que los que se fragmentan en azul y protagonizan los culebrones baratos, probablemente sean los que les regalen la patria, digo, total, si cualquier extranjero (a) con la venia de la descendiente del llorando se fue, puede obtener una cédula, certificado de nacimiento, para luego reírse desde su sillón de nuestro sistema de seguridad mediante videos y tiktoks, entonces ya nada es extraño.
Necesitamos con urgencia dejar de romantizar las formas de organización engañosas depredadoras y nocivas para el Estado,tenemos que llamarlas por su nombre y accionar en consecuencia, incluso por resguardar la dignidad de aquellas otras formas de organización social que sostienen, nutren y enriquecen el tejido social, que aportan y generan confianza en un sistema y aparato institucional respetuoso, ético, garante de la justicia.
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Daniela Leytón Michovich es psicóloga política y cientista social (El gato de Schrödinger)
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