Estando próximos a la realización de las elecciones generales en Bolivia, emerge una sensación que, lejos de garantizar el ejercicio real de la democracia, adormece a la población y debilita los cimientos de una sociedad democrática. Este fenómeno se manifiesta en la apatía política y la aceptación pasiva de discursos vacíos, factores que impiden el intercambio crítico y convierten a las elecciones en un espectáculo que la mayoría observa con indiferencia o resignación, como si votar fuese un trámite más que una decisión consciente e informada.
Este adormecimiento no es el resultado de una ciudadanía ignorante o indiferente por naturaleza, como algunos piensan; es la consecuencia de la crisis política que atraviesa el país, que ahora viene reforzada por las elecciones a realizarse en agosto, pues encontramos campañas saturadas de propaganda sin contenido; promesas que, en un acto nefasto y reprochable, juegan con la vulnerabilidad y necesidad de la población, y además un sistema político que premia la lealtad partidaria por encima de la competencia ética e intelectual.
Las consecuencias de este adormecimiento social son realmente preocupantes, más aún en el contexto boliviano porque favorecen la continuidad de estructuras que se benefician de la desinformación y que legitiman sistemas corruptos e ineficaces. A partir de ello, las personas dejan de participar activamente, exigiendo información acerca de las propuestas y su viabilidad de ejecución, transparencia y coherencia en el proceso electoral; en ese momento la indignación se sustituye por resignación y la democracia se convierte en un acto simbólico, vacío de contenido real.
Ahora bien, en el marco de aquellas actividades que tienen la finalidad de promover un voto informado, el reciente debate presidencial fue el escenario perfecto para impulsar este adormecimiento social, ya que los candidatos reflejaron su escasa o nula disposición para dar a conocer y mucho menos discutir las propuestas que plantean con su postulación, pues se dedicaron a cuestionar aspectos generales y personales, que resultan insuficientes e irrelevantes para medir qué candidato podría ser la mejor opción, con base a las propuestas elaboradas.
De igual manera, este debate confirmó que la tendencia a apoyar a un candidato se reduce a una serie de acciones predeterminadas instruidas por los jefes de campaña y que, para poder cobrar esa lealtad partidaria, deben ser acatados a ciegas.
Entonces, ante este fenómeno y su tendencia a potenciarse, debemos fomentar la difusión de información que permita conocer a los candidatos y, esencialmente, sus propuestas; rechazar la usual práctica de lealtad partidaria, que tiende a polarizar a la población y promover sesgos. Finalmente, debemos asumir el rol protagónico en este contexto electoral, los cimientos de la democracia se erigen a partir de una sociedad que promueve la consciencia y la responsabilidad al ejercer su derecho al voto.
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Luciana B. Miranda Serrano es investigadora y estudiante de Derecho
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