Carlos Derpic
Ha muerto Humberto Ortega, hermano del dictador nicaragüense Daniel Ortega. Según señalan reportes de prensa, falleció a consecuencia de un paro cardiorrespiratorio que no fue posible revertir con las maniobras de rigor.
El 19 de mayo pasado, Humberto Ortega concedió una entrevista al diario infobae, en la cual afirmó, entre otras cosas, que el poder dictatorial de su hermano no tenía sucesores y que, tras su muerte, debería haber elecciones; que miembros del régimen dictatorial quisieron asesinarlo; y que, si las fuerzas políticas en Nicaragua no entran en una negociación pronto, el país iba al desastre.
Tal entrevista determinó su caída en desgracia. Fue detenido en su domicilio, privado de comunicación con el mundo exterior y no se supo más de él hasta el 29 de septiembre pasado, fecha en la cual el hospital militar al que fue trasladado emitió un comunicado en el que informaba que “El paciente presentó deterioro brusco de su condición con choque cardiogénico y alteración de estado de consciencia que ameritó tratamiento de terapia intensiva para mantener cifras de presión arterial”. Lo que siguió fue el anuncio de su muerte.
Lo ocurrido con Humberto Ortega se suma a la cadena de abusos que la dictadura nicaragüense comete diariamente en su afán de mantenerse en el poder, como lo hemos señalado en una anterior oportunidad. Cualquier voz crítica al régimen es inmediatamente reputada como al servicio del imperialismo. El propio Humberto Ortega fue denunciado por su hermano y su cuñada como traidor a la patria y calificado como peón de la oligarquía y del imperio.
Es fácil imaginar de lo que es capaz un sujeto que irrespeta de esa forma a su propio hermano. De ahí por qué la persecución que ha desatado a la Iglesia Católica, a muchísimas ONG y a toda voz crítica del gobierno, no debe sorprender.
Cierto que el enfrentamiento entre hermanos se remonta a muy antiguo, como se puede evidenciar con el relato bíblico de Caín que asesinó a su hermano Abel, En otras ocasiones, reyes y monarcas hicieron barbaridades para impedir que sus hermanos los desplazaran de su sitial de privilegio. En tal sentido, lo ocurrido con los hermanos Ortega no es el único caso de desalmados a los que no les importa la suerte y la vida de sus parientes más cercanos. Otro caso conocido es el de Stalin, el dictador soviético, que envió a su hijo Yákov a primera línea del frente durante la segunda guerra mundial y no movió un dedo para rescatarlo con vida pese a que los nazis le propusieron en dos oportunidades canjearlo por otros prisioneros. En aquella ocasión, el feroz bigotudo dijo que todos los prisioneros de guerra eran sus hijos y que Yákov no era nada especial para él. Este infeliz era el que afirmaba, a voz en cuello, que “Sólo el pueblo es inmortal, todo lo demás es efímero”.
En nuestro país vemos también cómo los hermanos masistas se dan con todo en su afán de mantenerse en o de retornar el poder. Así, escuchamos barbaridades como “hermano corrupto”, “hermano traidor”, “hermano asesino” y sandeces semejantes, lo que demuestra que la “hermandad” masista era pura ficción y que desapareció ni bien el poder, el abuso, la corrupción y el enriquecimiento ilícito sentaron presencia en las filas azules.
Por lo demás, las disputas por el poder, que arrastran incluso a parientes o a quienes en determinado momento lucharon juntos, con toda su energía y dedicación, en afanes que en su momento fueron válidos, revelan algo muy grave que, infelizmente, campea en el planeta en la hora presente: la falta de amor.
Siendo éste el único capaz de permitir a los seres humanos superar el sentimiento de soledad que les embarga luego de que evidencian que se encuentran separados de la naturaleza a la que creían pertenecer, luego de darse cuenta que son seres individuales y no prolongación de sus madres. Falta de amor que también se revela cuando los gobernantes ven arder al país y no se les mueve un pelo para enfrentar los incendios descontrolados que son provocados por moros y cristianos.
La frase con que titulo mi columna hoy es parte de un tango poco conocido, titulado “Bronca”, de autoría de Edmundo Rivero y Mario Battistella, cuya difusión fue prohibida el año 1963 en Argentina, durante el gobierno de José María Guido, títere de los militares (entre ellos Onganía y Lanusse, que llegarían a la presidencia de Argentina algunos años después. La estrofa completa dice: “¿Qué pasa en este país? ¿Qué pasa mi Dios que nos venimos tan abajo? ¿Qué tapa que nos metió el año sesenta y dos! Qué signo infernal lo arrastra al dolor, que ni entre hermanos se entienden en esta atroz confusión. Que si falta la guita, que si no hay más lealtad. Y nuestra conciencia no vale eso más. Pucha, ¡qué bronca me da! Ver tanta injusticia de la humanidad”.
Parece que, lamentablemente, esa letra en enteramente aplicable a Bolivia y al mundo.
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Carlos Derpic es abogado.
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