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Sumando Voces

Carlos Derpic

Nació en Oruro el 11 de marzo de 1927 y murió en Santa Cruz, en compañía de su familia y en el hogar de su hijo Juan Carlos, el pasado 23 de julio. Hablo de la Sra. Aurora Uribe vda. de Prada (“Doña Aurorita” como era conocida en la ciudad de Potosí) que, a lo largo de muchísimos años ejerció como matrona y, en tal condición, ayudó al nacimiento de miles de niños y niñas. Se dice que “más de medio Potosí nació en sus brazos” porque, además de Jefe de Enfermeras en la Caja Nacional de Salud, donde trabajó cuarenta años, ejercía también su profesión en el ámbito privado. Mi familia no fue ajena a ello, ya que Doña Aurorita fue actora principal en el nacimiento de mi hijo varón y de mis dos primeras hijas y ejerció supervisión en ocasión del nacimiento de las otras dos, colaborando además en la solución de un problema posparto presentado cuando nació la última de ellas.

Además de la experiencia y sabiduría que la caracterizaban, emergía de ella una condición amorosa por la cual todas sus pacientes, y las familias de éstas, confiaban ciegamente en su labor y se entregaban sin inconveniente a sus manos, para el desarrollo de las tareas propias de un parto.

Se casó en 1953 con don Facundo Prada (fallecido en 1998) y tuvo tres hijos y una hija; esta última falleció dos semanas después de nacer, se llamaba Cecilia. Al momento de su muerte, Doña Aurorita tenía nueve nietos y nueve bisnietos.

Dicen sus familiares que la recuerdan como una mujer alegre, luchadora, ocurrente, independiente, ejemplar y leal, con una fe inquebrantable por su creador Jehová (esto da cuenta de la confesión religiosa a la que perteneció). Sus amigos la recuerdan como un ejemplo de perseverancia, fe, amor incondicional y bondad sin límites. Su alimentación saludable le permitió tener fortaleza en su salud para salir adelante de situaciones delicadas como la covid y de una cirugía de cadera a la que se sometió cuando ya tenía una avanzada edad. Recordaba la fecha de nacimiento de todos los que pudo y ayudó a traer a este mundo.

¡Cuánta diferencia entre Doña Aurorita, y otras matronas de Bolivia y el planeta, y aquellos que hacen lo contrario, aquellos que ordenan o proceden a quitar la vida a sus semejantes!

Putin, Xi Jing Pin, Kim Jong Un, Salmán bin Abdulaziz, Amrullah Saleh, Alí Jamenei, Bukele, Ortega, Maduro, Díaz–Canel … son algunos de los dictadores que actualmente oprimen a sus pueblos y disponen quién o quiénes pueden vivir o deben morir porque no se someten a sus designios. No sólo eso, sino que también ordenan torturar salvajemente a sus opositores o a quienes, simple y llanamente, quieren pensar y vivir en libertad y buscan la justicia social.

Se suman, desde luego, a la larguísima lista de dictadores y tiranos que asolaron a diferentes pueblos del mundo: Stalin, Hitler, Mussolini, Pavelic, Pol Pot, Fidel y Raúl Castro, Pinochet, Banzer, Stroessner, Videla, Massera, Agosti, García Mesa, Franco y decenas más de desalmados que poblaron este planeta.

El respeto a la vida no corresponde solamente a los creyentes, sino también a quienes sin serlo tienen un profundo sentido humanitario. Unos y otros saben que el cuidado, que respeta la vida, es tan ancestral como el universo y que, en caso de haber estado ausente y no haber permitido la interactuación entre las fuerzas directivas del universo (la nuclear fuerte, la nuclear débil, la electromagnética y la gravitatoria), se hubiera producido el colapso de este. Saben que el cuidado se potenció cuando surgió la vida hace 3800 millones de años, permitiendo el diálogo de la bacteria originaria con el medio para garantizar su supervivencia y evolución. Saben también que el cuidado se complejizó cuando surgieron los mamíferos y más aún cuando surgió el ser humano hace siete millones de años.

El mundo necesita más personas que hagan posible la vida y la respeten; que se inscriban en el paradigma del cuidado y no se embarquen en la destrucción. Necesita más personas como Francisco de Asís, Gandhi, la madre Teresa de Calcuta o la Hermana Dulce, capaces de sentir como propio el sufrimiento de los demás, de ser tolerantes y abiertos y no soberbios, pretendidamente dueños de la verdad o representantes únicos de los pobres a los que utilizan para perpetuarse en el poder y desde él hacer barbaridades.

Doña Aurorita, como muchas otras personas, estuvo en ese paradigma. Gracias por todo, descanse en paz.

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Carlos Derpic es abogado.

Las opiniones de nuestros columnistas son exclusiva responsabilidad de los firmantes y no representan la línea editorial del medio ni de la red.

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