Daniel Espinoza
La anterior semana, durante una charla con un amigo economista, me comentó cuales serían sus medidas «cuando sea presidente» (del Estado Plurinacional de Bolivia). Pensé en todas las veces en las que mis amigos y colegas me hablaron de sus propuestas, razonando desde sus profesiones y experiencias para encontrar soluciones a los problemas que afrontamos como bolivianos. Mentiría si les dijera que no he imaginado qué acciones tomaría como presidente, pero, después de esta charla, fue la primera vez que pensé cómo debería ser un presidente para afrontar adecuadamente la agenda que le corresponde.
Mi amigo economista abordó el problema desde su especialidad, decantándose por el liberalismo y la desregulación estatal de la economía como solución a la crisis que estamos viviendo. Más allá de nuestra discusión sobre la pertinencia de este modelo, me comentó que aplicaría esta ideología de la manera más rígida posible, negándose a discutir o negociar sobre su aplicación con cualquier actor que tenga la posibilidad de participar en esta decisión. Me admiró su convencimiento sobre la pertinencia de su propuesta económica, mostrando mano dura para afrontar y resolver nuestros problemas.
En otra ocasión reciente, una amiga comunicadora me expresó una postura altamente punitiva contra las personas que cometen delitos o agresiones graves contra las personas y sus patrimonios. Los violadores, asesinos, y corruptos, entre otros, tendrían un final fatal. Esta posición la he escuchado muchísimas veces, en mi familia, entre mis amigos, colegas, e incluso en la calle, proponiendo castigos corporales y mutilaciones, entre otros. De manera similar al primer ejemplo, la solución es la rigidez y la aplicación de medidas contundentes, buscando erradicar a quienes abusan de su poder y dañan tan profundamente a las y los desfavorecidos.
También escuché, en varias oportunidades, que, como presidentes, impondrían un régimen ajeno al democrático. Esto porque que la mayoría de nuestros problemas provendrían de la participación de varios grupos que, al poder participar, actuar y decidir, impiden que el gobierno pueda tomar decisiones y rumbos adecuados para nuestro país. En algunos lamentables casos, esta propuesta se basa o está acompañada de argumentos xenófobos o discursos de odio contra uno o más grupos humanos. Este tercer tipo de propuestas, lamentable desde todo punto de vista, también se caracteriza por su rigurosidad.
La severidad de estas propuestas se me hace muy similar a varias de las acciones efectuadas por los distintos gobiernos que he presenciado. La imposición de medidas económicas sin un diálogo informado me hace recuerdo a lo ocurrido en los inicios de los ’90. El sistema altamente punitivo lo vivimos actualmente, con más del 50% de la población carcelaria sin siquiera una sentencia que compruebe su culpabilidad, y un enfoque exclusivo en la sanción, olvidándose de la víctima y su cuidado. La acción gubernamental, por su parte, goza de una democracia que, en muchos casos, es nominal, y en diversas oportunidades ha atentado abiertamente contra grupos humanos específicos.
Más allá de las buenas intenciones que me han comunicado, creo profundamente que un presidente, lejos de ser impositivo o rígido, debe ser un agente de diálogo, conciliación y representación de la población como una unidad. Las discrepancias y divergencias deben ser tratadas con la naturalidad que las caracteriza, buscando espacios de intercambio para llegar a consensos en todos los temas. Un presidente debe ser determinado, pero siempre con una altísima sensibilidad ante las poblaciones vulnerables, y enfocar sus acciones para reducir desigualdades y atender las demandas de estas personas. Quien sea presidente debe entender que la democracia no está a su servicio, sino que él o ella está al servicio de la democracia. Un presidente tiene que saber que la democracia no se cumple solamente con su posesión tras ganar una votación popular, sino que debe enfocarse en la protección y garantía de los derechos de todas y todos nosotros. Admiro la valentía de quienes quieren afrontar esta tarea, y si les toca, por favor, escuchen para decidir, no impongan.
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Daniel Espinoza es abogado y politólogo, comprometido con la defensa de los derechos humanos.
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