Pequeños errores

Opinión

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Roger Cortez

Reconozco que la tragedia de Vladimir Aguilar Choque, el niño de 17 años asesinado a golpes en el bloqueo de Llallagua (https://acortar.link/U4vhXy), me toca demasiado cerca para poder hacer un análisis desapasionado; neutral, digamos.  Está además el hecho de que, con la excepción del diario “Opinión”, aparentemente ningún otro medio masivo registra detalles del suceso.

Pero, la fuerza de los acontecimientos inclina a percibir que, de todas las muertes registradas en estos días, de las grandes pérdidas económicas, del sufrimiento de tantas familias desabastecidas o privadas de alimentos y todo lo demás, el sentimiento y la reacción colectiva frente a  la muerte de Vladimir ocupa el centro del apresurado repliegue de los bloqueos, planeados para durar semanas y coronar la ofensiva final que le permitiría candidatear otra vez a Morales Ayma. Por encima de los movimientos de fuerzas de seguridad, de pronunciamientos políticos y otros factores,  el rechazo social, pese a que no llega a manifestarse más allá de la comunicación, principalmente informal, se impone a los demás.

Cuando Morales, junto a su estado mayor de exministros, parlamentarios y dirigentes sindicales del “Pacto de Unidad” (versión 3.0) planeaban y organizaban los cierres de ruta y los cercos, sabían y anunciaban, con cierto toque eufórico,  que se producirían muertes; era parte clave de su estrategia. Es solo que tanta experiencia, maestría y entrenamiento de los avezados conductores tuvo la pequeña falla de no contar con que una sola muerte podía generar un clima tan particular, e impactar simultáneamente a bloqueados y bloqueadores.

El juicio de los estrategas de la ofensiva general ya venía muy oscurecido con el autoconfinamiento de meses dentro el perímetro de Lauca Ñ, impidiéndoles asumir que la hegemonía que quieren recuperar, es decir la capacidad de reinar en mentes y corazones, a diferencia del dominio crudo, no nace de amenazas y miedo. Tampoco de la ambigüedad continua, como lo está comprobando el joven presidente del senado, que pudo sobrevivir a la sombra de su protector y que no quiere perder su bendición  y mantener intactos sus lazos de clase y origen, al mismo tiempo que aspira conquistar a muchos otros sectores que rompieron con su maestro.

El momento en que el senador Rodríguez Ledezma reivindica los bloqueos, proclama su invariable lealtad a Morales, y pretende endosar todas las culpas a la aplastante incapacidad del gobierno de Arce Catacora, marca el punto donde empieza a perder capacidad de canalizar el voto útil de los electores masistas. La decepción, la fragmentación y la determinación de cerrarle al paso a “los de antes”, piden más que caras jóvenes, sobre todo si esos rostros están acompañados por los representantes de sectores sociales caracterizados por organizar y proteger a grupos violentos organizados, y por vanguardizar el avasallamiento, los incendios y la depredación ambiental.

Los pequeños errores de cálculo de las principales corrientes del MAS se reproducen en sus contrarios, como lo muestra el IV encuentro político organizado por el Tribunal Supremo Electoral, destinado a pedirle piedad y perdón de vida a los cinco autoprorrogados del TCP, como si no fueran los protagonistas de los grandes atentados contra la democracia; olvidando que mientras se mantengan cínicamente vigentes, siguen siendo el “arma secreta” del régimen para alterar o anular la voluntad popular, como remedio al quinto o sexto puesto que puede ocupar la candidatura del oficialismo más oficialista.

La nueva derrota del núcleo duro de cocaleros del Chapare, con su nada desdeñable influencia sobre familias campesinas asentadas en zonas rurales y urbanas, consolida la posibilidad de que haya elecciones en agosto e infla un poco más las expectativas de que los resultados electorales puedan ser un anuncio confiable de verdaderos cambios. Esas esperanzas, contradichas por  las tradiciones, hábitos y propuestas (o más bien falta de ellas) del conjunto de profesionales políticos (incluyendo la gran mayoría de la dirigencia sindical) estrechan demasiado el período de gracia de cualquier nuevo gobierno, sin importar cómo se autocalifique o presente.

Pequeñas fallas, como las del candidato que quiere explotar el aumento de demanda por mano fuerte que, según sus apologistas, le daría su origen militar, se derrumban cuando, mostrándose más como un previsor agente inmobiliario, antes que firme capitán para sortear tormentas, prefiere pedir licencia a su cargo y no renunciar. Esta diminuta flaqueza deja ver que ni siquiera cree en su triunfo, menos en su aptitud para conducir el país mejor que el largo conflicto del basural que empañó toda su gestión.

El repliegue del bloqueo muestra modificaciones del tablero de fuerzas, pero a merced de “pequeños” errores y grandes vacíos, muy lejos todavía de los ajustes  para cambiar de modelo productivo, matriz energética, recuperación de una democracia altamente descentralizada, con autonomías, con activa participación y control social efectivo.

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Roger Cortez Hurtado es investigador social y docente.

Las opiniones de nuestros columnistas son exclusiva responsabilidad de los firmantes y no representan la línea editorial del medio ni de la red.

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