El tema de la integración suramericana reflotó en el ambiente cuando los presidentes de la Argentina, Brasil y Colombia anunciaron su interés por retornar a Unasur (Unión de Naciones Suramericanas), organismo que, a pesar de sus importantes avances, el año 2019 había sido puesto en terapia intensiva por un grupo de gobiernos que pretendieron sustituirlo por el Foro para el Progreso de América del Sur (Prosur), que duró lo mismo que un suspiro.
Ahora, y siempre, la integración es un tema de trascendencia estratégica, más aún para un continente que no logra superar las tendencias centrífugas que arrastra desde la creación de sus repúblicas fragmentadas y que se agravan en contextos de policrisis como el que estamos viviendo por efectos de la pandemia, el cambio climático, la crisis energética, el ordenamiento internacional desigual, la polarización generalizada, la guerra y el arrastre del modelo productor-exportador de materias primas que caracteriza a nuestros países.
No es posible para países aislados hacerle frente a la nueva normalidad polarizadora. Por eso es loable la iniciativa del presidente Luis Ignacio Lula de Silva, de organizar un “retiro” que, sin las formalidades de las cumbres presidenciales, les permita a los presidentes de la región analizar a fondo, abierta, prospectiva y creativamente las posibilidades de reimpulsar formas de integración suramericana, asumiendo su impostergable necesidad.
Un grupo de ex presidentes y otras autoridades de los distintos países de la región, han propuesto revitalizar Unasur siguiendo cuatro líneas de acción. La primera, impulsar una mayor diversificación económica, con otra matriz productiva. La segunda, garantizar el pluralismo y una proyección más allá de las afinidades ideológicas y políticas de los gobiernos de turno. La tercera, un sistema de toma de decisiones con quórums diversos dependiendo de las materias a resolver, incorporando nuevos actores que complementen el esfuerzo de los gobiernos. La cuarta línea sugiere una agenda de temas prioritarios que aborden campos diversos como la economía, cultura, sociedad, ambiente, energía, educación, salud, paz, transporte, aduanas, tecnologías digitales, conectividad y otros.
Recientemente, en vísperas del mencionado retiro presidencial, el ex presidente uruguayo José Pepe Mujica, hace pública una carta dirigida al presidente Lula, reconociendo que no debemos repetir errores del pasado y que se deben innovar esquemas en los que podamos caminar juntos, con la flexibilidad necesaria para que las puertas estén abiertas para salir y para volver, construyendo consensos progresivos que no paralicen, sino que permitan avanzar a quienes estén en condiciones y sumar luego a quienes así lo decidan.
En otro punto, Pepe Mujica sugiere trabajar metas alcanzables, partiendo de lo posible para llegar a lo deseable con proyectos de cooperación diversos, dando respuestas regionales rápidas, a tiempo de potenciar la solidaridad continental y despertar el sentimiento de pertenencia. Este proceso guarda estrecha relación con la incorporación del sentimiento y el imaginario colectivo para construir no sólo proyectos sino también mística integracionista.
También sugiere formas de organización con esquemas de comunicación fluida y frecuente entre los presidentes, el funcionamiento de una secretaría de integración con la función de seguir los proyectos, evaluar su progreso, facilitar información, resolver obstáculos, escuchar a la gente, alentar y promover que los representantes en foros internacionales lleven posiciones y propuestas acordadas. Para la gestión de la integración propone combinar el método multilateral con una metodología bilateral, con acuerdos abiertos a nuevas adhesiones o agregación de participantes.
En su esencia, las reflexiones apuntan a tomar medidas integracionistas que sean irreversibles, es decir, imposibles o muy difíciles de abrogar, consolidando lazos de unidad cualitativamente superiores. Con este mismo espíritu, nos permitimos sumar/precisar algunas sugerencias. La primera, alimentar las interdependencias, o lo que es lo mismo, la vocación, decisión y compromiso político integracionista en los niveles oficiales y ciudadanos. Se tiene que generar una cultura de la integración con incorporación de las ciudadanías en su destino y su funcionamiento.
Otra recomendación, imprescindible en todo proceso integracionista sostenible, es la legitimación de la supranacionalidad, o nacionalidad superior compartida con objetivos y acciones complementarias a los derechos que los ciudadanos ya gozamos como nacionales de un país. No existe mejor arquitectura pluralista y al mismo tiempo integracionista.
La integración suramericana, además de la articulación entre países, tiene que recuperar la experiencia y conquistas logradas en sus sistemas de integración subregional, desafiándolos a encontrar caminos de convergencia y complementariedad, particularmente entre la Comunidad Andina (CAN) y el Mercado Común del Sur (MERCOSUR).
Otra recomendación, práctica, es la profesionalización. La formación diplomática es uno de sus componentes fundamentales, pero no lo es todo. Del mismo modo las otras profesiones, necesitan avanzar a un nivel de alta especialización que los esquemas de integración deben promover.
El continente, desde y con su diversidad, necesita hermanarse en proyectos multidimensionales y multiparadigmáticos comunes, proponiéndose alcanzar sus objetivos compartidos de desarrollo, viabilizar resistencias a las vulnerabilidades externas, canalizar sus aspiraciones de protagonismo decisor en el mundo, y garantizar el buen convivir de sus ciudadanías.
Adalid Contreras es sociólogo y comunicólogo