Experto alerta sobre riesgos y oportunidades en la construcción y gestión de represas

Desarrollo

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Yenny Escalante

Exposición de Andrés Calizaya sobre Pequeñas represas Vs Megarepresas. Foto: Sumando Voces

Exposición de Andrés Calizaya sobre Pequeñas represas Vs Megarepresas. Foto: Sumando Voces

La construcción y gestión de represas en Bolivia implica tanto desafíos como oportunidades, advirtió el especialista Andrés Calizaya Terceros durante el conversatorio “La conservación como alternativa al extractivismo”, organizado por la Plataforma Multiactor para la Implementación de la Meta 30×30 del Convenio sobre la Diversidad Biológica. Según el experto, en el país existen cerca de 350 represas, muchas de ellas construidas hace más de 50 años y con necesidad de revisión urgente por el desgaste de sus estructuras y los efectos del cambio climático, pero que también podrían optimizarse para garantizar agua, energía y resiliencia frente a sequías.

Calizaya, quien es docente e investigador del Instituto de Hidráulica e Hidrología de la UMSA y director de la ONG Prodener, explicó que las represas cumplen un papel vital en la seguridad alimentaria, la generación de energía y el desarrollo sostenible, siempre que se implementen adecuadamente. Sin embargo, la falta de normas nacionales específicas, escasez de técnicos capacitados y dependencia de consultores extranjeros ha generado problemas en el diseño y funcionamiento de varios proyectos.

«Las presas juegan un papel sumamente importante cuando no generan tantos problemas, o mega problemas como las que generan los megaproyectos. Estas obras están muy asociadas a la seguridad alimentaria y a la producción de energía, inclusive en pequeña escala. Juegan un papel vital para el desarrollo sostenible», dijo el especialista.

Hizo énfasis en casos recientes como la represa de Chimeo (en Villa Montes, Tarija) y la de Laka Laka (en Cochabamba), las cuales evidencian fallas que provocaron filtraciones, pérdidas económicas y, en un caso, la muerte de una persona adulta mayor. Otros proyectos, como Misicuni (en Cochabamba), el mayor del país con 120 metros de altura y 180 millones de metros cúbicos de almacenamiento, no alcanzaron su capacidad prevista de generación eléctrica, produciendo apenas un tercio de la energía proyectada.

Además de los desafíos técnicos, sostuvo que las represas grandes o “mega presas” presentan riesgos ambientales significativos. Entre ellos, la alteración de ecosistemas, fragmentación de ríos, degradación de suelos, cambios en el caudal —especialmente en la parte baja—, modificación en la calidad del agua y del oxígeno, variaciones de temperatura, atrapamiento de sedimentos, emisión de metano en grandes embalses e incluso alteración de la actividad tectónica.

Un ejemplo es la represa de Itaipú en Brasil, que implicó el desplazamiento de más de 60 mil personas y la afectación de ecosistemas, incluidas las cataratas del Iguazú. Estas obras también modifican el microclima local, incrementan enfermedades como la malaria, generan problemas de seguridad laboral y dejan un legado de corrupción, dijo Calizaya.

Los grandes embalses pueden incluso alterar la rotación de la Tierra. El experto mostró una nota de prensa en la que la NASA confirmó que la gigantesca presa de las Tres Gargantas, en China —una de las más grandes del mundo—, ralentizó la rotación del planeta al redistribuir la masa de agua y afectar su momento de inercia. Pese a ello, China planea construir otra represa aún mayor. «Las grandes presas en el mundo provocan graves problemas ambientales como la alteración y degradación de los ecosistemas acuáticos y terrestres, la pérdida de biodiversidad y la extinción de especies», sostuvo.

En Bolivia, se implementaron diferentes tipos de represas: de tierra, de hormigón, inflables e incluso subterráneas, cada una adaptada a las características del terreno y la cuenca. No obstante, Calizaya señaló que es fundamental que los proyectos sean adecuados al aporte hídrico disponible, que se simulen posibles rupturas y que se contemple el impacto sobre las poblaciones cercanas.

En todo el territorio nacional, en 2010 había 290 presas; hoy existen alrededor de 350. Cochabamba es el departamento con mayor número de represas, seguido por Potosí —debido a la actividad minera— y Santa Cruz. Pese a este crecimiento, el país apenas genera 1.600 megavatios de energía que, según Calizaya, es un indicador de pobreza energética si se compara con Brasil, cuya represa de Itaipú produce 12.000 megavatios.

Calizaya apuntó que las grandes represas de países vecinos también ponen en riesgo al bufeo, el delfín de la Amazonía boliviana.

Desde 2009, Bolivia ha expresado su oposición a estos proyectos por sus impactos ambientales. Sin embargo, su posición sigue siendo débil frente a Brasil, que además debería —de acuerdo con normas internacionales sobre aguas transfronterizas— resarcir los daños ambientales ocasionados al territorio boliviano, añadió Calizaya.

Finalmente, resaltó que las represas pueden ser una herramienta clave para enfrentar la crisis hídrica y la seguridad alimentaria, pero que su éxito depende de planificación técnica rigurosa, capacitación de profesionales nacionales y diseño adaptado a las condiciones locales, evitando tanto mega proyectos innecesarios como riesgos para la población y el medio ambiente.

«En 2002, La Paz ha enfrentado inundaciones con pérdida de vida de casi 60 personas. Las presas pueden jugar un papel regulador de esas crecidas», puntualizó. También recordó que la crisis de agua de finales de 2016 y principios de 2017 dio lugar a la construcción de estas represas. «La única forma de enfrentar el cambio climático y la seguridad alimentaria, es la construcción de este de este tipo de estructuras, pero adecuadas, no no gigantescas, sino adecuadas al sitio, al aporte hidrológico que pueda haber en la zona».

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