El poder y los 4 estados de la crítica contemporánea

Opinión

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Rubén Ticona Quisbert

Hace unos meses, en un café del centro de La Paz, conversaba con una persona muy apreciada en mi vida sobre distintos temas personales. En medio del diálogo mencionó a una familiar suya, una mujer altamente preparada a nivel intelectual, pero marcada por un sesgo evidente vinculado a la ideología de izquierda. La conversación dejó entrever que aquella familiar había sido muy admirada en el pasado; sin embargo, ahora despertaba decepción. Ese contraste me llevó a reflexionar sobre cómo incluso personas brillantes pueden quedar atrapadas en marcos ideológicos rígidos.

Un claro ejemplo es James Watson, ganador del Premio Nobel en Medicina, quien en 2019 afirmó la supuesta inferioridad intelectual de la población de piel oscura frente a los blancos basada en información genética, demuestra que ni los estudios más rigurosos ni los máximos galardones están libres de prejuicios ideológicos. Si un científico de su nivel puede caer en un sesgo tan absurdo, cualquier persona podría hacerlo. El problema se agrava cuando líderes políticos o corporaciones empresariales utilizan su poder para amedrentar o comprar medios de comunicación y plataformas digitales, con el fin de moldear la opinión pública e imponer su visión del mundo.

En el ecosistema digital actual, especialmente en redes sociales, se libra una batalla silenciosa por la interpretación de la realidad. Allí operan actores capaces de influir en el rumbo político y económico de países enteros. Esta dinámica motivó la construcción de una categorización que intenta describir a los distintos grupos que, consciente o inconscientemente, moldean el pensamiento contemporáneo.

En el primer grupo, al que denomino los oportunistas del poder, se encuentran líderes políticos y empresarios que instrumentalizan ideologías, religiones, causas sociales o identidades para acumular poder económico o político. No poseen convicciones reales: su única brújula es la conveniencia.

En esta categoría se pueden incluir figuras como Donald Trump, Elon Musk, Nicolás Maduro, Vladimir Putin y el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu. Esta categoría es la más influyente debido a su poder económico, político, así como su capacidad para incidir en el aparato mediático, tanto local como global.

Un ejemplo de ello es el interés de Donald Trump en adquirir medios críticos a su administración, como Warner Bros. Discovery, en alianza con inversionistas saudíes cuestionados, entre ellos el príncipe heredero Mohammed bin Salman, señalado internacionalmente por su presunta participación en el asesinato del periodista Jamal Khashoggi.

En el segundo grupo, al que denomino los intelectuales sesgados, se encuentran profesionales con sólida formación académica y una capacidad intelectual admirable, pero profundamente condicionados por una ideología fija. No importa cuánta evidencia científica o datos verificables se les presente; su marco de referencia no admite correcciones. Su rol es legitimar, desde el prestigio académico o técnico, las narrativas impulsadas por el primer grupo.

En el tercer grupo más numeroso, al que denomino los replicadores de verdades ajenas, se encuentran las personas que, replican, comparten y viralizan los discursos del segundo grupo, creyendo que al hacerlo se vuelven parte de una élite intelectual. Obtienen identidad y seguridad al alinearse con esas narrativas. Confunden participación con simple repetición, erudición con obediencia ideológica. Este grupo sostiene el andamiaje emocional y social de los discursos dominantes en las redes.

Finalmente, en el cuarto grupo al que denomino los  buscadores de la verdad, el grupo más pequeño, pero también el más necesario. Son quienes se esfuerzan por escapar de las lógicas ideológicas rígidas. Personas que no responden a partidos, religiones o doctrinas; que recurren a la evidencia, el análisis serio, la ciencia y el debate imparcial. No defienden causas por conveniencia, sino por convicción. No buscan un bando, sino soluciones que favorezcan al conjunto de la sociedad y al planeta. Su papel es cuestionar y romper las narrativas que se imponen sin oposición.

Bolivia vivió, como otros países de la región, la etapa del Socialismo del Siglo XXI. Durante ese periodo se incentivó el caudillismo, se judicializó la opinión pública y se asfixió económicamente a medios de comunicación. La reacción ciudadana emergió con fuerza en 2019 y se expresó nuevamente en procesos electorales recientes.

Sin embargo, como ocurrió en la historia de la humanidad, a los grupos de poder económico no les interesa la ideología dominante. Se adaptan a ella mientras favorezca sus intereses. Cuanto más débil o corrupto es el Estado, mayores son sus beneficios en forma de exenciones, permisos o marcos regulatorios diseñados a medida. El sector agroindustrial de Santa Cruz es un ejemplo claro. Este grupo obtuvo importantes beneficios bajo el gobierno del Movimiento al Socialismo. En los últimos meses ha desplegado comunicadores e “intelectuales liberales” en redes sociales para promover discursos utilitaristas sobre el medio ambiente, justificar la tala selectiva en áreas protegidas y fomentar una narrativa antiestatal basada en el supuesto freno al desarrollo departamental.

La reciente designación de autoridades gubernamentales vinculadas al agronegocio y a la explotación forestal como el ministro de Desarrollo Productivo, Oscar Mario Justiniano, expresidente de la Cámara Agropecuaria del Oriente, señalado por su cercanía y amistad al cuestionado el hijo del expresidente Luis Arce, confirma que estos sectores mantenían acceso directo a decisiones estratégicas del Estado.

Los bolivianos necesitamos fortalecer un pensamiento crítico orientado hacia el cuarto arquetipo: los buscadores de la verdad. Solo así se evitarán los errores del pasado, donde grupos afines al poder político se beneficiaron a costa de la mayoría y del medio ambiente. Incentivar el pensamiento científico antes que el ideológico.

El país no puede permitirse seguir priorizando intereses empresariales o partidarios mientras el 80 % (O.I.T. 2023) de los trabajadores bolivianos vive al día, sosteniendo a sus familias en medio de una crisis.

Es tiempo de exigir un Estado que responda a la ciudadanía y no a los mismos actores que, moldean el destino nacional desde las sombras.

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Rubén Ticona Quisbert es economista y activista del colectivo Lucha por la Amazonia.

Las opiniones de nuestros columnistas son exclusiva responsabilidad de los firmantes y no representan la línea editorial del medio ni de la red.

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