Pablo Solón
El informe de la Organización Meteorológica Mundial (OMM) sobre El Estado del Clima 2023 señala que el año pasado “fue el año más cálido en el registro observacional de 174 años”. Dicho texto sostiene que apenas faltaron unas pocas centésimas para superar el incremento de la temperatura del planeta en un 1,5°C. Los datos que aporta el informe de la OMM sobre el calentamiento de los océanos, el derretimiento de los glaciares y el aumento del nivel del mar anuncian que se está produciendo un salto cualitativo en la crisis climática. Las Naciones Unidas, haciendo eco del Servicio de Cambio Climático Copernicus de la Unión Europea, afirman: “La temperatura media mundial en julio de 2023 fue la más alta jamás registrada en al menos 120.000 años”. Gavin Schmidt, la principal autoridad de la NASA, escribe: “Los modelos climáticos no pueden explicar la gigantesca anomalía de calor de 2023. Es posible que estemos en territorio desconocido“.
La evolución de las crisis del sistema de la Tierra está avanzando a saltos. El año pasado el Foro Social Panamazónico (FOSPA), la Red Eclesial Panamazónica (REPAM) y la Asamblea Mundial de la Amazonía (AMA) junto a varias organizaciones indígenas, campesinas, de mujeres y sociales entregamos a la Cumbre de Presidentes de la Amazonía, reunida en Belém do Pará, Brasil, un conjunto de propuestas para evitar el punto de no retorno de la Amazonía. Los presidentes adoptaron una declaración que reconoce el peligro del punto de no retorno de la Amazonía y anunciaron mecanismos de participación social, pero no adoptaron medidas urgentes, con compromisos claros, para frenar la deforestación, la minería ilegal del oro, la extracción petrolera, la pérdida de la biodiversidad, y el reconocimiento de territorios de indígenas y afrodescendientes. Apenas meses después de esta Cumbre, la Amazonía empezó a sufrir un calor extremo, con incendios descontrolados, ríos y embalses sin agua que dejan sin electricidad a regiones enteras, mientras que en otros lugares se presenciaban ríos desbordados por las lluvias que arrasaban poblaciones cobrando vidas humanas.
El punto de no retorno de la Amazonía y el territorio desconocido al que está entrando el sistema de la Tierra son dos procesos que se retroalimentan. La falta de acciones en un lado aviva la crisis en el otro y viceversa. Desde el XI FOSPA a realizarse en Bolivia del 12 al 15 de junio, debemos profundizar nuestras propuestas para hacer frente al punto de no retorno de la Amazonía y al mismo tiempo promover acciones para confrontar el descalabro del sistema climático mundial.
El Acuerdo de París ya no es la respuesta para hacer frente al “territorio desconocido” del clima. Las Contribuciones Nacionalmente Determinadas son demasiado raquíticas para hacer frente al aceleramiento de la crisis climática. Estamos en un momento donde requerimos un nuevo tipo de acuerdo que confronte las causas estructurales del cambio climático. Un acuerdo que no se limite a hablar de emisiones de gases de efecto invernadero, sino que establezca claramente acciones para salir de los combustibles fósiles, frenar en seco la deforestación, desmantelar el modelo del agronegocio y combatir el modelo de consumo insostenible, entre otras medidas.
Cada año se extraen más de 4.000 millones de toneladas de petróleo, un tercio de los cuales provienen de Estados Unidos, Arabia Saudita y Rusia. Requerimos de un verdadero acuerdo climático que fije metas anuales de reducción de la extracción y consumo de petróleo, carbón y gas. De igual manera, es fundamental tener compromisos precisos de disminución de la deforestación y degradación de los bosques por cada país y región. No es posible que se gasten cientos de millones de dólares para cuantificar las emisiones de gases de efecto invernadero de los bosques con el objetivo de generar mercados de carbono para la venta de permisos para seguir contaminando. El tiempo de hacer dinero con los mecanismos de flexibilidad climática debe acabar.
El nuevo acuerdo que necesitamos debe atender tanto la crisis climática como la crisis de la biodiversidad. La división que existe entre la Convención de Biodiversidad (CBD) y la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (CMNUCC) responde a la lógica de la diplomacia antes que a la realidad de los procesos de la Naturaleza. Requerimos un acuerdo integral que no parcele la crisis del sistema de la Tierra y menos que lo reduzca a un sólo factor como las emisiones de gases de efecto invernadero.
Precisamos un acuerdo no antropocéntrico que no esté supeditado a los intereses de los gobernantes de turno. Un acuerdo que asuma a la Naturaleza como un sujeto y no como un objeto. Un acuerdo basado en el reconocimiento de los Derechos de la Naturaleza para restablecer el equilibrio de los ciclos vitales del planeta Tierra.
Un acuerdo integral del clima y la biodiversidad que establezca medidas para hacer frente al militarismo, el neofascismo, el racismo, a la violencia patriarcal y al hambre que se extiende por el mundo. Es imposible una solución a la crisis ecológica del planeta si no detenemos la escalada armamentista y guerrerista que se está esparciendo como un cáncer. Es absolutamente inadmisible que las principales potencias incumplan sus promesas de financiamiento para el clima y la biodiversidad cuando destinan una cifra veinte veces más grande para sus presupuestos militares. El acuerdo que necesitamos debe pronunciarse claramente contra las invasiones militares a Gaza y Ucrania. También, este nuevo acuerdo que necesitamos debe fortalecer la lucha contra los movimientos neofascistas que esparcen el negacionismo climático y socavan los derechos sociales, en particular de las mujeres. La paz, la democracia y la justicia son esenciales para hacer frente al “territorio desconocido” del planeta y al punto de no retorno de la Amazonía.
Necesitamos construir un proceso para la acción que esté basado en soluciones territoriales como las asumidas por el Ecuador en el referéndum del Yasuní para el retiro de todas las instalaciones petroleras que están en dicho bloque. El destino del cambio climático depende del fortalecimiento y propagación de estas acciones de autogestión territorial a nivel de los hidrocarburos, la soberanía alimentaria, los bosques, los ríos, las urbes y todos los espacios de la sociedad.
El XI FOSPA en Bolivia tiene el desafío de sentar las bases de esta construcción colectiva para este nuevo pacto por la vida en la Tierra desde la perspectiva de la Amazonía. El Encuentro de la Movilización de los Pueblos por la Tierra y el Clima, que se llevará a cabo inmediatamente después del XI FOSPA, será clave no sólo para aportar una dimensión mundial, sino para profundizar las propuestas y acciones contra las guerras, el neofascismo, y la erosión de la justicia a diferentes niveles.
Entre el XI FOSPA y la COP 30 en Belém do Pará Brasil, debemos construir una hoja de ruta de luchas territoriales como las del Yasuní en el Ecuador que nos convoca a la más amplia solidaridad para hacer realidad el retiro de las actividades petroleras y empezar la fase de la reparación a la Naturaleza y los pueblos afectados; luchas territoriales por la demarcación y titulación de los territorios indígenas; luchas territoriales contra la minería ilegal del oro y el mercurio; luchas territoriales por defender y expandir las áreas protegidas; luchas territoriales por la soberanía alimentaria, la defensa del agua y reconocer los derechos de los ríos, lagos y ecosistemas acuáticos.
La COP16 de la Biodiversidad en Colombia será otro momento clave para avanzar en esta construcción colectiva que vaya más allá de los textos de las negociaciones y se centre en las propuestas de acción y en la construcción colectiva de un nuevo acuerdo integral. No desmerezco la discusión de los textos diplomáticos, considero que algunos párrafos podemos y debemos utilizarlos; pero, después de dos décadas de negociaciones intergubernamentales, estoy absolutamente convencido que los movimientos sociales, de mujeres, juveniles, académicos y otros no podemos consumir nuestras energías en estos procesos y menos alimentar falsas expectativas.
La realización del G20 en Brasil y muchos otros encuentros a nivel regional e internacional debemos aprovecharlos para pensar más allá de los chalecos de fuerza de estos encuentros. Nuestra perspectiva debe ser no sólo construir un nuevo acuerdo desde los Pueblos y para la Naturaleza a adoptarse en Belém do Pará, Brasil, sino avanzar en un plan de acción para la implementación del mismo.
La COP 30 debe ser recordada no tanto por las declaraciones vacías a las que nos tienen acostumbrados, sino por la determinación de los pueblos que hemos dicho basta de imposturas y hemos comenzado a andar por la senda de un pacto por la vida en la Tierra.
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Pablo Solón es director de la Fundación Solón
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