Avalancha de profetas

Opinión

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Roger Cortez

Ocurre durante los grandes espasmos históricos, cuando el desconcierto se desparrama con preguntas que se multiplican y dudas que florecen. Como lo vimos durante la pandemia en 2020; o cuando las guerras se esparcen y el clima se desborda arrollándonos. Ahí se multiplican los profetas, impacientes por anunciarnos lo que nos espera; casi siempre, calamidades incontenibles.

En el inicio de  la pandemia de 2020 se alinearon principalmente en dos bandos: los que aseguraban que la “nueva normalidad” sería preámbulo del hundimiento o los que apostaban que con la cura llegaría la redención. No pasó lo uno ni lo otro.

Ahora, con el arribo del ángel redentor (o el demonio naranja, según se prefiera) y su implacable alfil de bolsillos rebosantes, se arremolinan los augures que ya lo tienen figurado todo: “Se acabó la globalización”, predican allá. “El mercado mundial está fracturado sin remedio, igual que la libertad”, aseguran otros. Casi todos, sin importar lo disímil de sus pronósticos, comparten la certeza de que Trump, Musk y Bannon (por citar a los más conocidos), primero, tienen los mismos caóticos anhelos y que podrán imponerlos, con poca o nula resistencia.

Este alud de profecías nos cae, antes de cumplirse el segundo mes desde que proclamó la vigencia de su proyecto de reinado e imperio, el 47avo presidente de Estados Unidos, imponiéndose por encima de todas las demás preocupaciones.

Las ráfagas de decisiones y decretos que ha disparado contra  vecinos y amigos, a contramano de sus renovadas muestras de devoción hacia Vladimir Putin, quien le fascina y subyuga desde hace varios años, alimentan la epidemia de predicciones apocalípticas. Sus decretos ejecutivos y actos de demolición institucional interna, completan los estímulos a la incubadora de augures.

Una personalidad que persigue obsesivamente “(al) poder, la evasión de responsabilidades y la creación de ardides en los medios” como describe su última e informal biógrafa, Maggie Haberman, puede ciertamente producir sin pausa una cadena de decisiones y actos inesperados, porque ama sorprender y deslumbrar.

Pero, pese a que el sujeto es personalmente imprevisible, su ruta ha sido labrada por sus predecesores y por la sociedad que lo encumbra y acepta. ¿O, no es caso cierto que el bonachón Biden apañó inmutable el genocidio palestino, antecedente indispensable de la Riviera en Gaza que promete la nueva administración? Se reitera la tradición por la que mientras los republicanos agitan el avispero internacional, les toca a demócratas como Kennedy, Clinton u Obama inflamar las guerras.

Olvidar la trama y desarrollo de los conflictos, es decir los cimientos sobre los que se despliegan la excentricidad, el desparpajo y la brutalidad de los nuevos actores, da lugar a que se lancen, con exceso de rapidez y certidumbre anuncios sobre un futuro que se ha forjado sobre bases más profundas y complicadas que los excesos y caprichos de personalidades inestables.

La globalización, por ejemplo ¿puede simplemente evaporarse por el irrespeto de tratados económicos y por el despliegue de una guerra comercial, con tormenta de aranceles? No, si nos referimos al fondo del asunto que es la universalización de relaciones capitalistas y transacciones aceleradas mediante las tecnologías de comunicación, con su cultura de consumo a muerte e individualismo galopante. La globalización, en tanto asimilación de los capitalismos monopólicos de estado, principalmente chino y ruso, por la construcción económica y social predominante y su penetración hasta en los últimos rincones planetarios no se está desvaneciendo con el trumpismo.

Cambian centros y configuraciones de fuerza, sin magia, pese al espectáculo, porque las novedades que laten fuerte en segundo plano como, por ejemplo, la conquista de la punta tecnológica global por parte de China, vienen construyéndose por décadas. Sabemos que la teatral puesta en escena del paleoimperialismo estadounidense, alentará el gasto armamentista europeo, sin que eso pueda revertir la pérdida de peso e importancia en que ha caído el continente donde nacieron las corrientes colonialistas mayores, en parte por su seguidismo a la hegemonía que hoy lo acosa y ridiculiza.

Las mutaciones y los nuevos flujos del capital no lo empujan a refugiarse en cuevas, ni paralizan su tendencia a expandirse sin pausa. Las contradicciones y cortocircuitos internos del relato democrático de Estados Unidos no van a resolverse mediante amenazas o, incluso, actos de usurpación y conquista, así como tampoco pueden aparecer de la nada ampliaciones de libertad en los regímenes represivos autoetiquetados de socialistas.

En una palabra, el intento de decodificar el confuso horizonte del futuro requiere del mayor y disciplinado esfuerzo por analizar con ojos renovados lo que nos está ocurriendo y revisar incansablemente sus nexos con lo ya vivido. Las premoniciones, el ingenio, o la erudición,  no alcanzan para reemplazar ese trabajo.

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Roger Cortez Hurtado es investigador social y docente.

Las opiniones de nuestros columnistas son exclusiva responsabilidad de los firmantes y no representan la línea editorial del medio ni de la red.

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