Si pudiera escribirte una carta, papá, serían estas las líneas que te escribiría:
Ocho años han pasado de tu partida. Se extraña tu vigorosa presencia, esa forma tan particular que tuviste de habitar el mundo. En las reuniones familiares, esas que son los más íntimas y sinceras, nunca faltan tus historias, tus anécdotas y ocurrencias que hacen que siempre vuelvas. La tribu -esa familia de dieciséis que tanto te enorgullecía, a la que veías como una de tus mejores obras- sigue firme. Nos apoyamos, y entre unos y otros nos damos sostén. Por ella, no te preocupes.
Y el país….ay el país. Siempre que evocamos a Bolivia, apareces con la moraleja certera. Ahora mismo, estamos metidos en la vorágine de una nueva elección nacional. Te cuento que estamos atravesando escasez de combustible y de dólares, la inflación se disparó y los precios de la canasta familiar están por las nubes, ya nos hubieras dado una clase trayendo a la memoria lo ocurrido con el gobierno de la UDP allí por el año 1982, y los errores que la izquierda cometió en aquella ocasión. Bueno, ese es tema para otra carta. Regreso a mi relato. El presidente Arce, siendo economista, sigue repitiendo que “no estamos tan mal”, pero la realidad grita otra cosa.
Te hubiera dolido profundamente presenciar en lo que se ha vuelto la política: una mezcla de cinismo, promesas vacías y desconexión con la gente de a pie. Tus tiempos eran otros, nada “sexys”. Tiempos en los que la polémica estaba a la orden del día, la lectura, la confrontación ideológica, las discusiones interminables de fondo y el gran esfuerzo por entender el país. Hoy, corren otros vientos, se postulan los viejos lobos de mar que van de sigla en sigla y algunos jóvenes que se encuentran incursionando en la política. Sin embargo, viejos o jóvenes da la sensación que viven ensimismados en sus burbujas y no conocen el país que dicen querer gobernar. Nos prometen milagros en 100 días, otros ofrecen acabar con los bloqueos y manifestaciones a punta de juicios, sin entender las causas estructurales. Seguro hubieras soltado un “¡¿por qué no leen, pues?!” o un “¡no conocen su país, ché!”. Pues sí, existe un desconocimiento de Bolivia, del entendimiento de las transformaciones acaecidas. Falta recorrerlo, conocer sus potencialidades y acuciantes problemáticas por las que los bolivianos más desfavorecidos atraviesan cotidianamente.
Sé que lo que más te dolería ver es lo que pasó con el Instrumento Político por la Soberanía de los Pueblos, ese MAS-IPSP al que tanto apostaste. Hoy está dividido, desgastado, convertido en una pelea mezquina por la sigla. Y pensar que quedarse con ella no es garantía de nada, menos de victoria hoy en día. Ya no queda mucho de la visión que inspiró su fundación. La lucha política se volvió una guerra intestina por el poder, sin ideas ni debate, sin trazar un horizonte de país.
Y lo más grotesco del circo electoral es cómo hablan en nombre del “pueblo” con una facilidad que asombra. “Me debo al Pueblo”, “Que decida el pueblo” “A ver qué dirá el pueblo”, “Así lo quiere el pueblo”. Y lo que verdaderamente estamos presenciando es una lucha por acceder al poder y al manejo del Estado, como un botín del cual medrar. Evo —ese que solías llamar “llokalla malcriado”— sigue empeñado en volver a candidatear. Tú siempre dijiste que pasaría a la historia como un criminal, y tal vez tenías razón. Hoy, él y los suyos admiten que “se les pasó la mano” al desconocer el 21F, pues las consecuencias fueron nefastas. Pero la angurria de poder lo tiene atrapado. Incluso ha amenazado con iniciar una lucha armada si no lo habilitan como candidato. O sea, su talante provocador y perverso se ha acentuado con el tiempo y con el apego al poder.
¿Y la oposición?, también anda mal. Viejos políticos con siglas prestadas, todos hombres, se presentan cada uno jugando su propio juego, porque al igual que el caudillo del Chapare, las ansias de poder rondan por sus feudos. Y mientras tanto, crecen discursos conservadores disfrazados de libertad, y se sienten amenazas sobre derechos que costaron décadas conquistar. No, el panorama no pinta bien.
Pero no quiero terminar esta carta y dejarte con un sabor amargo. Porque también hay cosas que te harían sonreír. Regreso a contarte de tu tribu. Tus nietos caminan sus propios senderos, algunos ya empiezan a parecerse mucho a ti. La manada de perritos que tanto querías y para quien hacías la sopa con tanto cariño, ha crecido. Los árboles que plantaste están frondosos, y hemos puesto uno nuevo que crece con ímpetu, porque ese eres tú.
Tus hijos estamos madurando cada quién a su ritmo en todo sentido, aprendiendo, avanzando. Tu compañera sigue tan inquieta como siempre la conociste. Y tus libros… tus libros son nuestro Corán, nos recuerdan quienes somos y de dónde venimos.
A ocho años de tu partida, te decimos: quédate tranquilo. Sigues aquí, en lo cotidiano, en lo profundo. Como decía Javier Marías: “Los muertos, a falta de un lugar más confortable, se quedan en la cabeza de los seres queridos”. Y tú estás ahí, en nuestra memoria. Se te extraña, se te quiere, hasta el infinito
A la memoria de Filemón Escóbar (26 de octubre de 1934 a 6 de junio de 2017).
–0–
Gabriela Canedo es socióloga y antropóloga
Las opiniones de nuestros columnistas son exclusiva responsabilidad de los firmantes y no representan la línea editorial del medio ni de la red.