Cuando agosto era 21

Reportajes

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Rodolfo Huallpa

Esta investigación de la revista Lo Que Se Calló se realizó en el marco del taller virtual “El periodismo como ejercicio de defensa de derechos” (2da versión) que realizó la red UNITAS con el apoyo financiero de la Unión Europea y en coordinación con la Asociación Nacional de Periodistas de Bolivia (ANPB) y el coauspicio de FUNDAMEDIOS de Ecuador, dentro del proyecto “Sumando Voces Multiplicando Acciones: Las Organizaciones de la Sociedad Civil defensoras de derechos y redes de prevención y protección de grupos específicos en Bolivia”. El reportaje también lo puede ver en este enlace.

Abdel Padilla

El 6 de agosto de 1971, como parte de su mensaje por el 146 aniversario patrio, el presidente Juan José Torres advirtió al pueblo boliviano que “no se deje sorprender por la violencia que provocan agentes saboteadores…”, ya que el “derrocamiento” de su gobierno “solo traería guerra civil o anarquía”.

Quince días después, la noche del 21 de agosto, Torres dejaba Palacio Quemado, forzado y cercado por sus propios camaradas, luego de duros enfrentamientos en las calles con las fuerzas amotinadas. El resultado: más de 100 muertos, cientos de heridos y decenas de desaparecidos. 

Una vez más, como tantas en nuestra historia, la toma del poder por la fuerza, que por otro lado fue el medio que el propio Torres empleó un año antes para ceñirse la banda presidencial, se había consumado. En esta ocasión, el elegido para tomar el bastón de mando del nuevo gobierno de facto sería el entonces coronel Hugo Banzer Suárez.

Viernes negro

El Golpe de Estado del 21 de agosto se gestó semanas o meses antes, a través de intensas reuniones conspirativas, algunas de ellas en Argentina, de los miembros del circunstancialmente llamado Frente Popular Nacionalista, bloque conformado por los líderes de la Falange Socialista Boliviana (FSB), el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) y un sector militar, representado, entre otros, por Jaime Florentino Mendieta, Humberto Cayoja y Hugo Banzer.

Por eso se dice que el Golpe se cocinó en Buenos Aires, pero la mecha se encendió en Santa Cruz, donde se registraron los primeros enfrentamientos, el jueves 19 de agosto. Ese día, desde los micrófonos de la radio estatal Illimani, Torres pidió al pueblo boliviano “movilizarse junto al gobierno” para resistir la “asonada fascista”.

Una de las primeras medidas fue descabezar al bloque golpista, deteniendo a los líderes conjurados, entre ellos Banzer, que cayó en Santa Cruz, pero luego fue traslado a La Paz.

Ante el desesperado llamado presidencial, la Central Obrera Boliviana (COB) convocó a una marcha en La Paz para la mañana del viernes 20 de agosto, que se congregó en la plaza Murillo en apoyo al gobierno de Torres, que, animado por el apoyo de la masa, salió al balcón de Palacio, para agradecer y arengar a su gente.

En la oportunidad, el líder sindical Juan Lechín Oquendo, que presidía la Asamblea Popular o Parlamento Obrero, instaurado en junio de ese año, pidió públicamente armar al pueblo: “El pueblo quiere armas para combatir la rebelión”.

Por su parte, en el mismo evento, Torres, a tiempo de demandar “la movilización total del pueblo”, exclamó: “Ayúdenme, mi pueblo, a arrebatar las armas de la reacción para entregárselas a ustedes y defender esta revolución”. 

A esa altura, el temor del entorno presidencial era que la sublevación que comenzó en Santa Cruz encuentre eco en los jefes militares de otras guarniciones en el país. Este miedo no solo se hizo realidad, sino que devino en malas noticias de manera prematura: poco antes del mediodía del viernes, se sublevó, en Cochabamba, la guarnición militar liderada por el general Jaime Florentino Mendieta. Efectivos del Centro de Instrucción de Tropas Especiales (CITE) y de la Escuela de Clases ocuparon puntos estratégicos de la ciudad, entre ellos el ingreso de la Universidad Mayor de San Simón.

Solo tres horas después, efectivos militares del Ranger tomaron la Universidad Técnica y la entonces Prefectura de Oruro. Les siguieron las unidades militares de Camiri, Tarija, Riberalta y Trinidad. Paralelamente, grupos leales al gobierno, como los mineros de Siglo XX, Catavi y Huanuni, iniciaron movimientos de resistencia para la retoma de instituciones.

Ese agitado viernes 20 terminó con la explosión, al final de la tarde, de una bomba en la Prefectura cruceña activada por miembros del Ejército de Liberación Nacional (ELN), el grupo de choque armado de la resistencia. Tres personas murieron y hubo más de 30 heridos.

Sábado rojo

El sábado 21 de agosto los enfrentamientos y la violencia se trasladaron a La Paz. Convocados por Lechín y la Asamblea Popular centenares de trabajadores y universitarios se concentraron en la plaza del estadio Hernando Siles, entre ellos rostros conocidos como los de René Zavaleta y Marcelo Quiroga Santa Cruz, de quien queda una histórica foto empuñando un fusil.

Mientras tanto, Torres evaluaba en Palacio la crítica situación junto a su gabinete y los jefes militares leales que le quedaban, entre ellos y en primer lugar el comandante del Regimiento Colorados, Rubén Sánchez, quien permaneció a su lado hasta el último momento.

Pasadas las 13.30, llegó a plaza Murillo el general Luis Reque Terán, comandante del Ejército, para entregar a Torres, a nombre del Alto Mando Militar, un ultimátum de rendición. Según el periódico Hoy de esa fecha y el periodista de ese medio Eduardo Pachi Ascarrunz, cuyas crónicas guían en gran medida esta relación cronológica, la respuesta del Presidente fue: “Tú conoces cómo soy. Sólo saldré muerto de Palacio de Gobierno porque no puedo traicionar al pueblo”.

Probablemente, debido a esta última e incómoda visita militar, los efectivos de seguridad desalojaron la Casa de Gobierno, incluidos el personal administrativo y los periodistas. Desde ese momento, el ingreso quedó restringido solo a gente de confianza del Presidente.

Al igual que Palacio Quemado, las calles céntricas de la Sede de Gobierno, donde se escuchaban de cuando en cuando ruidos de morteros, quedaron progresivamente semivacías, con transeúntes que se volvían presurosos a sus casas para dar paso a los combatientes de la resistencia, armados con palos y viejos fusiles Mauser, y que se movían conforme a las instrucciones que recibían desde radio Illimani, donde miembros del ELN organizaban comandos de lucha armada.

Una de las voces que se escuchó desde temprano por esta radioemisora, y que acompañó todo el movimiento de resistencia fue la de Jorge Torres Mansilla, Coco Manto, quien años después, en una entrevista en el programa Memorias que perduran, relató que estuvo al aire de manera ininterrumpida desde las 9 de la mañana hasta las 9 de la noche. “Fue un trauma salir de la emisora, lo hicimos protegidos por gente del ELN, que vinieron a echarnos una mano, algunos de ellos murieron en la salida, por la (calle) Ayacucho y la Potosí…”

Alrededor de las 14.30 el presidente Torres decide poner toda la carne al asador y le ordena a su leal comandante, Rubén Sánchez, cercar el Estado Mayor de Miraflores, base de los militares rebeldes y en particular del sublevado regimiento Castrillo.

Los lugares elegidos como centros de operaciones de resistencia, y donde los efectivos del Regimiento Colorados tomaron posesión, fueron San Jorge, Villa Armonía, Miraflores y las inmediaciones del cerro Laikakota.

“En vista de que nuestros camaradas se han dado vuelta contra nuestro pueblo, vamos a atacar, esta es la orden del Presidente”, proclamó, una hora más tarde, el comandante Sánchez en los micrófonos de la red de emisoras de radio Illimani.

El anuncio fue el santo y seña para que los movilizados que se encontraban en la plaza del estadio se dirijan rumbo al objetivo madre: tomar el Gran Cuartel de Miraflores.

Laikakota

La primera parada de los combatientes de la resistencia fue la Intendencia de Guerra, en la esquina de las avenidas Saavedra y del Ejército, de cuyos almacenes, luego de dinamitar la puerta, capturaron 1.200 fusiles. En tanto, los efectivos de la guardia presidencial ya se habían ubicado en los dos flancos del Estado Mayor.

Los rebeldes respondieron con disparos de francotiradores que se apostaron en algunos edificios de los alrededores, con lo que se produjeron los primeros heridos y las primeras bajas. En algún momento, el intercambio de disparos fue tal que los vecinos del lugar debieron flamear ropa o banderas blancas para mostrar que no formaban parta de ningún bando.

Comenzó entonces un fuego sostenido que tuvo como epicentro Laikakota, el simbólico cerro enclavado en pleno centro paceño, y que hoy da nombre a un mirador y un abandonado parque infantil.

En este lugar confluyeron, por un lado, obreros, mineros, estudiantes, militantes del ELN y los soldados de los Colorados, y, por otro, los efectivos del regimiento Castrillo, aunque mejor armados.

Probablemente, la primera víctima fatal de este desigual choque fue un estudiante universitario, que murió poco después en la clínica Virgen de Fátima, en Miraflores.

La entonces universitaria Victoria López recuerda que alrededor del mediodía, convocaron a todos los estudiantes que combatían en Laikakota, incluidos los de secundaria, a dirigirse a la sede de la Federación de Mineros, en el Prado, para recibir armamento. Tal cometido, sin embargo, no fue posible porque las calles ya estaban tomadas por los soldados rebeldes.

Laikakota, sin embargo, no fue el único lugar donde hubo tiroteos. También los hubo en Villa Armonía, Sopocachi e incluso Calacoto, desde donde los cadetes del Colegio Militar intentaron abrirse paso a punta de balazos.

Este fue el estado de situación por al menos seis horas, hasta que un evento empezó a definir el nuevo escenario: la defección, alrededor de las 15.30, del Grupo Aéreo de Combate de la Base de El Alto, cuyos efectivos, en un comunicado dirigido al mayor Sánchez, dieron un ultimátum para que “deponga las armas bajo amenaza de movilizar aviones de combate”.

Paradójicamente, fue la misma Fuerza Aérea que encumbró a Torres un año antes, frente a Alfredo Ovando, que le daba a espalda, uno después, en favor de Banzer.

Cuatro “avioncitos”

El fallecido periodista Ted Córdova-Claure, en su escrito El descalabro de Torres y otras desgracias, afirma que “el momento decisivo” de la batalla el 21 de agosto fue cuando la Fuerza Aérea “decidió unirse al golpe”.

Se refiere al sobrevuelo de cuatro aviones de esta Fuerza —dos Mustang y dos AT-6—, exigiendo la rendición del Regimiento Colorados. “Es increíble la influencia de estos avioncitos, aparentemente obsoletos, en la historia reciente de Bolivia…, utilizados contra mineros bolivianos, contra estudiantes bolivianos, contra soldados bolivianos y contra campesinos bolivianos…”, reflexiona Córdova-Claure.

Hasta que se realiza el aludido sobrevuelo, pasadas las 17 horas, hubo un intercambio sostenido de fuego, con decenas de heridos y muertos. A ello se sumó, aprovechando el caos, una ola de asaltos en las casas comerciales del Centro, que obligó a la Policía a movilizar sus patrullas.

Entre las 17 y las 18, luego de que la Fuerza Aérea intensificará sus acciones de ametrallamiento, los efectivos del regimiento Castrillo finalmente tomaron el cerro Laikakota y las fuerzas civiles debieron replegarse hacia las laderas, como San Pedro Alto, Sopocachi, Calvario y Agua de la Vida.

De manera esporádica, un grupo de jóvenes atacó el Ministerio de Defensa, en Sopocachi, pero fueron repelidos por la guardia del lugar, dejando tres muertos y varios heridos.

Ahí cerca, en la calle Capitán Ravelo, alrededor de las 18 horas, fue herido por una ráfaga de fuego de 32 balas, provenientes del cerro Laikakota, el sacerdote canadiense Maurice Lefebvre, que conducía su vagoneta con la bandera de la Cruz Roja, intentando auxiliar a los heridos. Quisieron socorrerlo, pero sin éxito y perdió la vida poco después.

A esa hora, los hospitales, clínicas y centros de salud del Centro estaban saturados de heridos y las radios hacían pedidos de medicamentos y donantes de sangre.

En medio de la confusión, se inicia un incendio en la cárcel de San Pedro, que los reos aprovechan para abandonar el lugar sin que medie vigilancia policial alguna, solo la presencia del Cuerpo Nacional de Bomberos, que finalmente controlaron el fuego, pero no pudieron evitar la quema de 25 mil libros de registro civil, como actas de nacimiento y matrimonio, se habían trasladado poco antes del entonces Ministerio del Interior.

Al final de la tarde, el Regimiento Motorizado Tarapacá, de Viacha, anunció la salida de tanques y carros blindados rumbo a plaza Murillo. Este anuncio, a la postre, sería la estocada final al corto gobierno de Torres.

“Voy por armas”

En un desesperado intento por esquivar lo inevitable, a las 19.45 el Presidente Torres dirige un último mensaje al pueblo boliviano por radio Illimani, solicitando apoyo para “los obreros, universitarios, soldados y campesinos que combaten denodadamente contra el Golpe…”

Una hora después, deja Palacio de Gobierno junto a sus ministros, tres minutos antes de que, a las 20.48, ingresen los blindados del regimiento Tarapacá a plaza Murillo. Al dejar el lugar, la poca gente que quedaba le solicita armas para seguir combatiendo. Él contestó: “Voy al regimiento Colorados para pedir y entregar armas al pueblo”. En realidad, sabía que partía rumbo a la embajada del Perú para pedir asilo.

Minutos después, montado en su jeep, llegó a plaza Murillo el director de Televisión Boliviana, el periodista Ted Córdova-Claure, a quien el jefe de seguridad de Palacio le informó que el Presidente acababa de irse, y que él debía hacer lo mismo ante la presencia de los blindados. Así lo hizo, pero calles más allá fue alcanzado por siete balazos.

“Tendido en el asiento, vi como un muchacho abría la puerta y me alumbraba a la cara. ‘¡Pero si es el director de la televisión!’, gritó en ese momento. Y escuché otro grito, de voz familiar que venía corriendo a comprobar y gritaba: ‘¡Teddy, hermanito, esto te pasa por comunista!’. Era un ‘amigo’ de la infancia, Fernando Monroy, alias El Mosca, quien se había hecho famoso como guardaespaldas de políticos falangistas y, por lo tanto, integrante de sus bandas de matones”. Este párrafo es parte del relato Siete balazos “fachos” no matan un viejo periodista, que el propio Córdova-Claure escribió tiempo después.

Enterado de que el gobierno de Torres prácticamente había caído, el comandante general de la Policía, coronel Vitaliano Crespo, y a quien fue entregado el detenido más importante de esas horas, Hugo Banzer Suárez, ordenó su liberación. Quien estaba a horas de convertirse en el nuevo Presidente del país, yacía en un pequeño cuartito sin ventanas del cuartel de la calle Colombia. Para liberarlo sin que la masa movilizada lo identifique, Banzer fue disfrazado de policía, como se lee en la crónica El coronel sí tiene quien le escriba, de Pachi Ascarrunz, que también forma parte de este número de Lo que se calló.

Entre las 21 y 23 horas, el Palacio es tomado, sin que la guardia haga mayor resistencia, por los rebeldes y la gente del Frente Popular Nacionalista. Proponen la copresidencia del general Iriarte y el coronel Banzer, pero la idea no prospera.

De ahí para adelante el escenario de los enfrentamientos pasa a la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA), donde se producen tiroteos por la noche y los días siguientes; y se suspenden indefinidamente las emisiones de radio Illimani para dar paso a la cadena Nacionalista, que pasada la medianoche informa que “la revolución triunfó”.

Al día siguiente, el domingo 22, luego de acaloradas reuniones, primero en el Gran Cuartel de Miraflores y después en Palacio Quemado, se decide que el coronel Hugo Banzer Suárez asuma el mando del país.

A las 16.15, ante una biblia y un altar improvisado, el nuevo Presidente jura en los pasillos de la Casa de Gobierno. Luego sale al balcón, donde, flanqueado por sus aliados de FSB y el MNR, y ante la multitud que lo vitoreaba en plaza Murillo, promete “hacer cumplir las leyes”, “seguir los pasos de Busch, Villarroel y Barrientos”, y borrar las palabras “izquierda” y “derecha” para “hablar solo de nacionalismo”.

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