Pedro Portugal Mollinedo
Se enfrentarán estos dos días dos celebraciones, la ancestral de San Juan y la innovadora del “Año Nuevo Andino Amazónico”. Puede parecer extraño que se denomine ancestral a una festividad que tiene el nombre de un santo, figura de una religión “ajena e invasora”, y se tilde de flamante a la otra, cuyos defensores argumentan es atávica y reivindicadora de legitimidad milenaria.
La festividad de San Juan en Occidente es resultado de la concordancia entre festividades paganas y aportes cristianos. Como las conductas y las referencias son comunes a todos los humanos, los cambios de estación también eran evocados y celebrados en América, antes de la llegada de los europeos. En la Europa antigua, como luego en nuestras tierras se dio la transición de rituales originarios a otros con matiz cristiano. Ciertamente, ello en muchos casos mediante mecanismos violentos, más propios de las implicaciones políticas que propiamente religiosas.
La religión ha sido utilizada por poderes políticos. En nuestro caso por la Colonia española. Empero, un proceso social de conquista obedece más a intereses económicos y políticos que a otros propiamente religiosos. Es gratificante evocar la invasión de la cruz y de la espada, como si fuese un contubernio indisoluble. Sin embargo, en la España de entonces hubo contradicciones con la iglesia y, en el ambiente europeo, el papado fue repetidamente contestado y el Vaticano en diversas ocasiones invadido.
Lo religioso hace su camino específico. Al ser respuesta a preguntas humanas fundamentales, sus respuestas deben comportar parámetros semejantes, lo que explicaría la transición de una a otra. De ahí que en sus expresiones políticas el “sincretismo religioso” sea muchas veces proyección más que sometimiento. Las formas ideológicas que vinieron con el conquistador son apropiadas por el conquistado, no solamente como consecuencia de una universalidad satisfecha, sino como necesidad de formas de resistencia e incluso armas de emancipación.
En el San Juan del 24 de junio se dio en nuestra región la manifestación de creencias antiguas con forma contemporáneas. Es pues, la exteriorización más evidente de la identidad cultural indígena en el plano de las ceremonias populares. Ello explica su generalización en todo nuestro territorio y a través de sus diversas conformaciones sociales.
En los años 90 jóvenes indianistas buscaron la recuperación de saberes y prácticas ancestrales. Ellos sabían que se trataba de recuperación, es decir, de “volver a tomar o adquirir lo que antes se tenía”. Eran conscientes de que lo que propugnaban –la implantación del uso de la wiphala y la instauración de un Año Nuevo Aymara– no existía como formas ni actitudes en ese entonces, pero que era útiles y necesarias dentro de un proyecto político.
El indianismo katarista implosionó por varias razones. De sus postulados, y de los jóvenes indianistas agrupados en el MUJA, quedaron sobre todo símbolos. Estos fueron aprovechados luego por potra formación política, el MAS. Se utilizó así el ropaje, pero no el contenido, con todo lo riesgoso y manipulador que ello implica.
El 21 de junio fue así oficialmente declarado Año Nuevo Aymara primero y luego Año Nuevo Andino Amazónico, luego. Ese cambio de nombre señala insustancia y superficialidad, Si los chaqueños reclamaran, con la misma facilidad se convertiría en Año Nuevo Andino, Amazónico y Chaqueño.
Queda al descubierto así contradicciones que al poder no incomodan ni tampoco a los indígenas que se entusiasman con esa festividad. El eje del actual gobierno es el respeto a la identidad cultural, hasta se han catalogado 36 naciones indígenas, cada una con su propia especificidad a respetar. Se supone que cada una tiene su cosmovision y su propia idea y fecha de Año Nuevo, pues de no serlo, volveríamos a la universalidad que se pretende negar.
Así, el actual Año Nuevo Andino Amazónico del 21 de junio es una construcción espuria. Adquiere notoriedad por disposiciones administrativas que la declaran como feriado. Es día de jolgorio, en el que la espera de los primeros rayos del sol (a veces en lugares andinos sagrados) es una verdadera profanación, por el consumo en esa ocasión de alcohol y otros elementos. Disposiciones estatales y municipales, esfuerzos de ONG y actividad de lucro de agencias de turismo son la estructura que mantiene la vigencia de esa fecha.
Contrastando con ello, las fogatas de San Juan sufren las arremetidas administrativas. Se las declara ilegales, bajo pretexto de que contaminan el medio ambiente. ¡En tanto se toleran las fogatas que se encienden en la madrugada del 21 de junio! Multas pecuniarias y penas de prisión amenazan a quienes enciendan fuegos la Noche de San Juan. Para ello, policías y gendarmes municipales patrullan el 24 de junio las calles de las ciudades. Aun así, las fogatas se encienden. Y más aún en las periferias y ciudades de fuerte composición indígena. En el medio rural ninguna autoridad se atrevería apagar las fogatas o multar a los comunarios que se congregan entorno a ellas.
Si entendemos que la colonización fue la represión cultural, el castigo y la opresión ahora es hacia el 24 de junio y no para el 21 del mismo mes. Sería extravagante que, con el tiempo, el levantamiento cultural llegue a manifestarse en el encendido intenso de fogatas en la Noche de San Juan.
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Pedro Portugal Mollinedo es historiador, autor de ensayos y estudios sobre los pueblos indígenas, además de columnista en varios medios impresos y digitales.
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