Hernán Ávila Montaño
Eran como las 5 de la tarde del domingo 25 de septiembre de 2011, cuando de forma violenta irrumpieron en el campamento de la VIII marcha indígena. Mujeres, hombres, niños, ancianos descansaban y se curaban las ampollas de las largas caminatas diarias. Media hora antes, éstos habían participado muy devotamente de una misa como es costumbre del mundo indígena mojeño. Sin embargo, la orden había sido dada desde el más alto nivel de gobierno, intervenir la marcha, aprehender a todas y todos, llevarlos al aeropuerto de Trinidad y subirlos en aviones de la Fuerza Aérea Boliviana para dispersarlos en puntos remotos de la geografía nacional, al clásico estilo de las dictaduras.
El carácter pacífico de la movilización indígena, buscaba instalar espacios de diálogo abierto y sincero con quien por aquel entonces todavía consideraban su hermano y, lo que menos esperaban, era una medida violenta y sañuda como la que se atrevió a dictaminar el denominado primer presidente indígena de Bolivia, en contra de una de las medidas más pacíficas propias de la tradición del mundo indígena de tierras bajas de Bolivia.
Al frente, la fuerza especial antimotines UTOP armada hasta los dientes, detrás de ellos, los colonizadores autodenominados “interculturales” movilizados en contra de la marcha indígena e irónicamente, defender el supuesto “proceso de cambio”. No hubo tiempo de recoger ni las carpas ni los víveres que cargaban los marchistas, arremetieron brutalmente, sin explicación ni motivos -porque no los tenían-. La golpiza que recibimos algunos más que otros son pasajes que no se olvidarán jamás, las imágenes de aquellas mujeres indígenas maniatadas llorando más que por los golpes recibidos, por no encontrar a sus hijos, los niños que huyeron a esconderse en las malezas, población de la zona de buen corazón que logró rescatarlos y acogerlos.
“Ese es el habladorcito”, me apuntaba un oficial de la UTOP, mientras otros a patadas y con palo en mano me curtían en el suelo. Recuerdo muy poco cuando me llevaban prácticamente arrastrando a los buses, en tanto, uno de estos oficiales me decía al oído “¿así que querían derrocar a nuestro gobierno?”. Qué impotencia daba escuchar eso, que seguramente era la narrativa de los altos niveles de gobierno, narrativa tan enfermiza, cuando fuimos nosotros (ONGs, Pueblos indígenas, originarios) quienes nutrimos de contenido, quienes construimos e impulsamos este proceso de transformaciones que llevó a Evo al gobierno y que, lamentablemente, quedó secuestrado en manos de los impostores.
En fin, el plan no funcionó como lo esperaban los de la UTOP, su primer revés fue San Borja, no contaron con el levantamiento de aquella población que en solidaridad con la marcha indígena se predispuso a no dejar que pasaran los buses hacia Trinidad, acto que obligó a las fuerzas represivas a retornar y cambiar el plan. El nuevo destino, Rurrenabaque, lugar al que tuvieron que trasladar los aviones.
Cerca de las cinco de la mañana llegamos al aeropuerto de Rurrenabaque, aún estaba oscuro, la orden fue separar a los hombres para subirnos primero a los aviones. Nos lanzamos al suelo y nos agarramos entre nosotros para impedir que nos suban a los aviones, el forcejeo se alargó hasta que empezó a aclarar el día, cuando de pronto escuchamos los petardos alrededor del aeropuerto, era la población de Rurrenabaque que al enterarse de nuestra presencia se lanzó decididamente a rescatarnos. Al ver la multitud enfurecida que empezó a rodear el aeropuerto, las fuerzas represivas huyeron en segundos, solo quedaron unas señoras dueñas de los buses que imploraban no destruyésemos sus buses, que ellas eran simples contratistas.
El resto, forma parte de una historia que reafirma la convicción del pueblo boliviano, levantamientos de solidaridad en todas las ciudades de Bolivia, que reprochaban los cobardes actos acometidos. En tanto que, el gobierno con su gabinete paranoico analizaba la posibilidad de trasladarse al Chapare para gobernar desde allí, frente a una movilización nacional contundente.
Con el cuerpo muy golpeado logré marchar junto a mis hermanos desde el aeropuerto hasta el centro de la ciudad de Rurrenabaque, donde fuimos recibidos con las muestras de solidaridad más profundas, propias de nuestros pueblos. Cantamos el himno nacional, lloramos de alegría y gritamos “la marcha continúa”.
A 12 años de estos hechos, lamentablemente muchas cosas han seguido su curso, cooptación de las estructuras orgánicas del movimiento indígena y originario, controlarlas para que no vuelvan a protagonizar semejante osadía como la de movilizar a todo el país en contra del gobierno “indígena”, asimismo, se han protagonizado nuevos intentos de construir la carretera por el TIPNIS, avasallamientos de tierras en territorios indígenas, entrega de tierras a colonizadores en áreas de pueblos indígenas chiquitanos en el oriente, despojo de tierras a pueblos tsimanes en el Beni, contaminación de los ríos por la actividad minera (legal e ilegal) en el norte de la Amazonía afectado a comunidades indígenas, escasez de agua por la actividad minera en tierras altas. En fin, “el proceso de cambio”.
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Hernán Avila Montaño fue parte de la marcha por el TIPNIS el 2011.