El 11 de abril de 2025 asistí al debate 6A1, organizado por El Deber. Una de las preguntas finales abordó las causas de la crisis que atraviesa actualmente el país. Me llamó especialmente la atención la respuesta de Óscar Mario Tomianovic, representante de la corriente libertaria. Mientras la senadora Andrea Barrientos atribuía la crisis al clientelismo y a la repartija de cargos, mi intervención apuntó a una causa estructural más profunda: la dependencia del modelo productivo extractivista y su subordinación al mercado global.
Hoy, la mayoría de los actores políticos —desde Jaime Dunn, Branko Marinkovic, Luis Fernando Camacho, Jorge “Tuto” Quiroga hasta Samuel Doria Medina— comparten un diagnóstico simplista: los problemas económicos actuales serían consecuencia de veinte años de un supuesto gobierno socialista y comunista. A esta narrativa se han sumado nuevas figuras, como Marcelo Claure, quien, emulando el discurso de Javier Milei, insiste en que el “socialismo” y el “comunismo” implementados por el MAS son la raíz de todos los males del país.
Viejos políticos neoliberales y jóvenes libertarios repiten esta idea como un mantra. Parecen actualizar, sin ápice de ironía, la célebre frase del Manifiesto Comunista: “Un fantasma recorre Bolivia… el fantasma del comunismo”. En una cruzada ideológica, descalifican como “zurdos” o “colectivistas de mierda” a quienes cuestionan sus contradicciones, reduciendo el debate público a una falsa dicotomía entre una izquierda caricaturesca y una derecha vacía de contenido.
Identificar al gobierno de Luis Arce —e incluso al de Evo Morales— como socialista o comunista constituye, desde la teoría política, un error mayúsculo. Sin embargo, esta confusión persiste entre figuras como Marinkovic, Camacho, Agustín Zambrana y numerosos jóvenes libertarios que, en su afán por dotar de coherencia a su relato, terminan evidenciando una alarmante falta de rigor conceptual y escasa seriedad en la caracterización de sus adversarios políticos. Su visión binaria del mundo —donde solo existirían el socialismo y el liberalismo— incurre en la falacia de la falsa dicotomía. Esta reducción del espectro político no solo empobrece el debate, sino que revela una pereza intelectual preocupante.
Pese a ello, el discurso que califica al actual gobierno como “socialista” o “comunista” continúa ganando terreno, sobre todo entre jóvenes electores que, con escaso conocimiento histórico pero un genuino deseo de cambio, buscan una alternativa al modelo económico vigente en las últimas dos décadas. Muchos repiten que “no se puede seguir con el socialismo y el comunismo”, sin detenerse a examinar si eso es realmente lo que ha existido en Bolivia.
Así, figuras como Doria Medina, Tuto Quiroga, Carlos Paz, Camacho, Manfred Reyes Villa o Jaime Dunn insisten en que el “socialismo ha fracasado” y proponen como salida la aplicación de un modelo económico neoliberal inspirado en Milei. Lo paradójico es que los programas de gobierno de estos actores —al igual que los del denominado bloque nacional-popular, aunque con diferencias discursivas— no plantean transformaciones estructurales en la matriz productiva del país. Todos comparten una visión centrada en el extractivismo. Aunque promueven medidas como el achicamiento del Estado o el ajuste fiscal, pocos se atreven a cuestionar el núcleo del modelo económico: la dependencia de las materias primas.
En realidad, desde 1985, Bolivia ha oscilado entre un neoliberalismo explícito y un neodesarrollismo que, pese a sus matices retóricos, comparten una limitación estructural: ninguno ha logrado transformar la base productiva nacional. En ambos casos, el Estado ha operado como mero administrador de la renta extractiva, sin una estrategia consistente de industrialización ni de diversificación económica.
Para académicos como Renzo Abruzzese, el fracaso del experimento “socialista” del MAS representa una victoria histórica del liberalismo. Incluso si ningún candidato liberal ganara las próximas elecciones, existiría —según él— una conciencia democrática liberal incuestionable en la sociedad boliviana. Sin embargo, frente a esta afirmación, conviene recordar que el MAS nunca desmontó las políticas neoliberales impuestas por el Decreto 21060, ni transformó la estructura productiva del país. Ante ese panorama, cabe preguntarse: ¿qué haría un gobierno abiertamente liberal o libertario? Todo indica que profundizaría aún más el modelo vigente, cavando un pozo todavía más hondo.
Cabe entonces una última pregunta: ¿representaron Evo Morales y Luis Arce una izquierda verdaderamente dispuesta a transformar el modelo extractivista? Todo indica que no. Más bien, encarnaron una forma de “socialismo” funcional al relato libertario-liberal, que en la práctica no cuestionó ni el orden económico dominante ni la posición subordinada de Bolivia en el sistema global.
Finalmente, ante la insistencia de muchos simpatizantes liberales, neoliberales y libertarios en afirmar que Bolivia vive bajo el “socialismo” o el “comunismo”, no resultaría sorprendente que, tarde o temprano, surja una propuesta política genuinamente socialista o comunista, capaz de impulsar una transformación profunda y radical de las estructuras económicas y políticas del país. Cuando ese día llegue, quienes durante años repitieron que vivíamos bajo el socialismo quedarán como el personaje del cuento de Juanito y el lobo: ya nadie les creerá cuando vuelvan a gritar “¡viene el socialismo!”, “¡viene el comunismo!”.
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Juan Pablo Marca es politólogo e investigador social.
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