Sayuri Loza
Ernst Bloch escribió sobre el pasado, que nosotros nos mezclamos con él de manera viva, con lo cual los otros, los que vivieron entonces, también reviven, transformados. Ha dicho también que nosotros, con nuestros gestos, permitimos resucitar a los muertos y les damos derecho a realizarse. Walter Benjamin decía que nosotros somos la utopía largamente esperada por nuestros ancestros, que hemos sido capaces de hacer realidad cuando menos una de sus aspiraciones, desde las más pequeñas, como conocer un lugar en el mundo, hasta las más grandiosas, como tener una familia libre y feliz.
¿Qué buscaban nuestros ancestros de nosotros? ¿Qué buscamos nosotros de nuestros descendientes? ¿Cómo esperamos encarnar las utopías de nuestros muertos? ¿Se acuerdan qué les decían sus papás cuando eran niños? Algunos amantes del fútbol sueñan con que sus hijos sean grandes futbolistas y los bautizan con nombres como Lionel o Cristiano o Neymar; otros llaman a sus hijas con nombres de heroínas de telenovelas. Algunos padres les ponen los nombres de sus propios padres a sus hijos, o de sus abuelos, con el deseo de que sean como ellos o vivan en honor a ellos. Del otro lado están los papás que dicen que no quieren nada de sus vástagos más que sean felices eligiendo su camino, pero ¿y si no pueden?
Los legados son siempre una carga pesada y lo son mucho más cuando se trata de gente famosa, poderosa o reconocida. He dicho todo esto porque quería llegar al asunto de Evaliz Morales, quien la semana pasada ha protagonizado una “evada”, o mejor dicho una “evalizada”. La declaración se viralizó para mal en redes sociales (su padre dirá que no importa, que lo importante es viralizarse y seguro tendrá razón).
El punto es que, aunque cometió un error craso sobre el año de ejecución de Julián Apaza (Tupak Katari), que tuvo lugar en 1781 y no en 1978 como dijo ella, el mundo entero se lanzó en su contra cuestionando también a la universidad donde se graduó y acusándola de ignorante en el más ligero de los casos.
¿Fue un lapsus? Nunca lo sabremos, hablar frente a micrófonos no es tan sencillo como lo hacen parecer los creadores de contenido y mucho menos cuando llevas en la espalda ser la hija de Evo Morales. Hay mucho que demostrar y a veces uno no da la talla, pero más allá de eso, sé por buena fuente que ni su título fue comprado ni ella era la inasistente estudiante que describió el señor Carlos Börth. Evaliz iba a clases, no era la mejor alumna, pero se defendía y obtuvo su título con todas las de la ley, como cualquier otro estudiante, pero le ha tocado recibir la saña que su padre ha cultivado a lo largo de los años ahora que ella ha salido a dar la cara por él.
Así que no le voy a reprochar a Evaliz su posible lapsus, pero sí le voy a cuestionar que no está siendo capaz de trazar su propio camino. Claro que siempre es más sencillo trabajar bajo el ala de los padres –incluso si éstos en algún momento no se portaron a la altura, creo en las reivindicaciones– pero eso también implica hacerse cargo de todo lo que otro hizo mal y asumirlo como propio. Por tanto, viviendo así, Evaliz jamás podría hacer las cosas a su manera y nunca comprobará si su capacidad es auténtica o es más bien sólo una sombra de quien la precedió.
No es fácil ser hijo de famosos, la gente espera que uno sea como sus padres, que no sea como ellos o ambas cosas a la vez. El problema es que la gente espera cosas, tiene expectativas y eso no es nada bueno; pregúntenle a Cómodo, el hijo de Marco Aurelio, que por ser su padre todo un sabio y él un aspirante a gladiador, la historia le ha recordado como un caos y el insufrible Ridley Scott le ha convertido en un villano inolvidable, cosa que de ninguna manera era, era sólo un hombre que resultó no ser como su padre.
Por el contrario, muchos intentan ser la encarnación de sus padres y hablar como elloS y hasta vestirse como ellos, pero generalmente son vistos como una mala imitación; es el caso del gobernador Santos Quispe, hijo del célebre Mallku, que se hace llamar wayna mallku (joven mallku) pero la malas lenguas le dicen que sólo llega a “mallku qallu” (polluelo de mallku). No quiero hablar del nieto de Capulina que es un caso internacional y que causa más risa que reflexión.
¡Ay el legado! Si tuviera 20 años menos les diría que lo mejor es sacudírselo y buscar el camino propio, nada bueno hay en cargarse pesos ajenos, peor aún si son inventados y tratamos de parecer como herederos del legado, por ejemplo, de Túpak Katari y otras vainas.
Ahora que soy vieja les diré que no hay consciencia del camino propio sin antes haber transitado, existido y sufrido el legado, con todo y sus cargas negativas. No se puede superar aquello que no se ha sentido, pero si no lo superamos, estamos condenados a ser aplastados por su ominosa presencia.
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Sayuri Loza es historiadora, artesana y bailarina.
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