Sobre la diplomacia científica (primera parte)

Opinión

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Daniela Leytón Michovich

Columna de Daniela Leytón

Hace unos días, de manera acertada, el Ministro de Relaciones Exteriores realizó una declaración altamente significativa para la labor diplomática: subrayó el respeto a la institucionalidad y a la trayectoria académica de cientos de bolivianos. Además, introdujo un elemento clave que pasó desapercibido en los titulares: la urgencia de avanzar hacia una diplomacia científica. Este giro constituye una poderosa ventaja negociadora, pues permite propiciar el diálogo y el intercambio a partir de un lenguaje basado en datos, evidencias y trabajo colaborativo; se trata del impulso a ecosistemas de conocimiento transnacionales e interconectados y la apertura de puentes estratégicos para vincularnos con el mundo.

Dado el espacio limitado de esta columna, le propongo desglosar esta materia fascinante y amplia en una secuencia de artículos que estaré compartiendo. ¿Se anima a seguirme? Le invito entonces a revisar brevemente uno de los campos que confluyen en la diplomacia científica: las neurociencias y su vínculo con las tecnologías. Se trata de un debate global que aterrizó hace apenas unos años en Chile y que ya ha generado reformas normativas relevantes en el país vecino.

Vamos por partes: imagine un dron pilotado únicamente por ondas cerebrales derivadas del pensamiento. No es ficción; este avance tiene más de una década y junto al mercado que nunca duerme, se adelantaron con algunas estrategias de las que recientemente fuimos conscientes, sobre todo si pensamos en el mercado negro de los datos, en las polémicas “puertas traseras” de aplicaciones que permitieron y permiten la fuga y comercialización de datos personales. Es ahí donde hablamos de los neuroderechos como parte de los derechos humanos.

El Doctor Rafael Yuste, en sus papers y su reciente publicación (2025) nos brinda claridad en la materia de los neuroderechos, gracias a la comprensión primera de la neurotecnología, definida por el autor como “el conjunto de métodos o dispositivos —eléctricos, ópticos, magnéticos, acústicos, químicos— destinados a medir la actividad del cerebro o a modificarla ( descifrar, cambiar, alterar y manipular)” Yuste, invita a ser conscientes de que estamos hablando del órgano que genera nuestra cognición, comportamiento, identidad, creatividad, producción simbólica e infinidad de otras funciones. Ahora bien, fue la preocupación por el uso de estos datos y las otras múltiples consecuencias de estos avances lo que motivó hace ocho años la publicación de un paper en el que Yuste junto a otros expertos establecieron la urgencia de los neuroderechos con la finalidad de “proteger la identidad personal, el libre albedrío, la privacidad mental, la defensa frente a sesgos algorítmicos y la equidad en el acceso a las tecnologías de potenciación cognitiva”.

Ignorar o minimizar estos debates —y las implicaciones de lo que Varoufakis ya identificó como tecnofeudalismo— nos coloca en un escenario riesgoso y vulnerable, más si observamos que las grietas en el país son profundas, por nombrar algunas concretas en esta materia:

  1. La falta de institucionalidad en la Universidad Pública, que avala investigaciones etiquetadas como avances en las “neurociencias” pero que no pasan de ser neurofatuidad cuando están divorciadas de marcos bioéticos, sea por ignorancia (inaceptable) o con dolo.
  2. El nulo interés en políticas de generación de conocimiento.
  3. La débil e incipiente conformación de ecosistemas de conocimiento, ya sea por desinterés o por menosprecio.
  4. La desconexión brutal entre la universidad y las políticas gubernamentales.
  5. La banalización de conceptos como el neuromarketing (sea político o económico), simplificados de forma abusiva y vendidos como fast food trendy listo para el consumo y para apapachar el ego de la ignorancia.

Necesitamos discutir este tema sin más dilación, nos encontramos en la segunda parte de estas reflexiones, porque el Gato de Schrödinger ya está de vuelta.

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Las opiniones de nuestros columnistas son exclusiva responsabilidad de los firmantes y no representan la línea editorial del medio ni de la red.

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