Sobre la (des) gracia de ser vicepresidente

Opinión

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Sumando Voces

Pedro Portugal Mollinedo

El vicepresidente ha sido concebido, en cualquier parte del mundo, como simple reemplazo del presidente.  El diseño del sistema presidencial es respuesta a la necesidad de que alguien presida, que “esté al frente” de determinada comunidad. Es, pues, el puesto más importante, de mayor autoridad en una asamblea, tribunal, acto, empresa o dirección de un país.

Esta centralidad en una persona es elemento necesario para el ordenamiento de los grupos humanos y obedece, quizás, a condicionamientos socio biológicos. La diferencia entre el poder secante de un individuo y la armonía comunitaria se la realiza a través de los valores que una cultura otorga al liderazgo individual o a la participación comunitaria en el poder, y a través de contrapesos y equilibrios que se construyen en cada sociedad.

En todo ese proceso, sin embargo, el rol de quien preside es básico. Por ello, el vicepresidente ha sido concebido como estricto reemplazo del presidente, por causa de ausencia temporal de este último, cuando por alguna razón debe desatender transitoriamente sus funciones y definitiva, principalmente en casos de renuncia y de deceso.

La relación entre presidente y vicepresidente, y las atribuciones de este último, varían según los países. No es de buen tono que el vicepresidente sea simple repuesto, útil solo como reemplazo temporal o definitivo del presidente. Por ello, diferentes Estados han brindado al vicepresidente funciones específicas de coordinación intergubernamental o de representación estatal, sin que ello afecte las prerrogativas del presidente.

El desenvolvimiento armonioso de esa relación depende de la solidez institucional y de la madurez política. Sobra decir que en el nuestro pais esas características son exiguas y limitadas. Por ello, en nuestro contexto el vicepresidente es percibido más como amenaza que como colaboración. El cargo de vicepresidente suele ser producto de componendas entre facciones internas o alianzas entre fuerzas políticas disímiles. De ahí que el vice sea imaginado como un buitre al acecho y no como buey con el cual se pueda labrar conjuntamente. Así, en Bolivia, para todo presidente el retrato ideal, aunque inconfesable, de un vicepresidente es alguien limitado y anodino, que no pueda ni cumplir las funciones con que las leyes le emperifollan. Por ello es común que se identifique al vicepresidente como “la quinta rueda del carro del Estado”. 

Es pues comprensible que todo vicepresidente en Bolivia manifieste, más o menos visiblemente, descontento y frustración. La excepción fue Álvaro Marcelo García Linera que acompañó en esa función a Evo Morales desde el 22 de enero de 2006 hasta el 10 de noviembre de 2019. Nunca se quejó de su subalternidad, ni expresó lamento sobre lo frívola y trivial que podría ser su responsabilidad.

El esquema presidencial y su relación con el vice requiere, para que sea efectiva y funcional, que el primero tenga preminencia (o, por lo menos, equivalencia) sobre su vice en cuanto carácter, capacidades, inteligencia y conocimientos. Si el presidente es tal solo por factores no relacionados con las facultades necesarias para gobernar, el vice será en realidad el verdadero presidente.

Escuchaba recientemente una grabación del que fue conocido grupo folclórico Takipayas, grabada durante el primer periodo del gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada (1993 – 1997). Ese conjunto era conocido por la sátira sobre la política local con que matizaba sus intervenciones. En esa ocasión, hacen burla de la coyuntura citando a los actores políticos del momento, entre otros al Mallku Felipe Quispe: La insurgencia indígena en Bolivia era presidida por ese personaje. Para nada hacen referencia a Evo Morales. No existía políticamente en esos momentos.

A partir de esos años, la figura de Evo Morales fue creciendo a medida que la de Felipe Quispe menguaba. No fue un fenómeno que obedecía a la dinámica interna de los grupos indígenas, sino a la interferencia del sistema político e institucional criollo, sobresaltados por el discurso y postulados del katarismo del Mallku, y a la acción de las ONGs y de la cooperación internacional en Bolivia.

Se fue instaurando en Bolivia un relato culturalista sobre lo indígena y sobre sus dirigentes (en el que la inopia fue disfrazada de identidad cultural) que culminó con el encumbramiento del MAS y de Evo Morales. Años después, los artífices de ese fenómeno estuvieron entre los primeros acusadores de dolo y plañidores de desengaños. Así, se “normalizó” las nuevas características de presidente y de vicepresidente.

Consumada la ruptura entre quienes se profesaban mutua devoción política, Evo Morales y García Linera, ambos vagan ahora desamparados y huérfanos. Empero, a Evo le será relativamente fácil encontrar un nuevo vice. El ex vicepresidente deberá contentarse con narrar sus recetas y experiencias en foros y simposios.

Hace una semana atrás, los medios informaron que “Evo quiere un candidato a vice que ayude a resolver la economía o la justicia”. Es decir, requiere un “nuevo Lineras”.  Resta saber si lo que es necesario para él, será esta vez aceptado como normal por el elector boliviano: elegir como presidente a alguien que no puede ni sabe presidir y que solo se escuda en una legitimidad “indígena”, producto de un momento, de una moda, de un reflejo colonial para desfogar una necesidad de cambio en el esquema colonial boliviano en solo una transmutación del discurso y del imaginario.

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Pedro Portugal Mollinedo es historiador, autor de ensayos y estudios sobre los pueblos indígenas, además de columnista en varios medios impresos y digitales.

Las opiniones de nuestros columnistas son exclusiva responsabilidad de los firmantes y no representan la línea editorial del medio ni de la red.

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