Diálogo es una palabra recurrente en este tiempo polarizado. Tanto se habla de él, desde distintas esquinas y con tantas perspectivas, que el término tiende a hacerse opaco. Por eso es necesario clarificar el concepto, para devolverle su sentido innegociable de encuentro desde la palabra que busca generar entendimientos. En efecto, revisando su etimología en el griego dialogus, tenemos que el vocablo dia significa a través y logos quiere decir racional o ciencia, lo que derivaría en una definición del discurso razonado a través de la palabra, toda vez que logos se entiende también como expresar y como reunir, lo que además añade el sentido de llegar a acuerdos.
En la práctica, diálogo unas veces es entendido como un método y otras como un derecho democrático. En consecuencia, existe un tipo de diálogo “aparente” y otro “trascendente”. El diálogo aparente es condicional, direccionado y tiene fines persuasivos, utilizando una batería de técnicas que conducen a respuestas retroalimentadoras de esquemas preelaborados que presumen a priori los desarrollos y las llegadas de los intercambios. Desde esta perspectiva se configuran espacios donde se maquillan las confrontaciones y el diálogo es la excusa para imponer posiciones.
Por su parte, el diálogo trascendente se caracteriza porque recoge la palabra en procesos dinámicos y nómadas de creación de sentidos más allá de lo que discrimina, y más cerca de lo que une. Son intercambios con sentido, con ajayu, con propósitos de arribar a entendimientos, cediendo para ello parte de las propias certezas para combinarlas con otras en una apertura por un nuevo significado, superior, de encuentro integrador. Paulo Freire asumía la trascendencia como un acto hermenéutico de vivir, sentir, interpretar y proyectar las libertades como misión conectada con un contexto más amplio y superior de una nueva sociedad. De eso se trata el diálogo.
El paradigma dialogal es parte constitutiva de las respuestas a los (des)órdenes mundiales caracterizados por la legitimación de un reparto asimétrico de los poderes y decisiones, operados por dinámicas de intercambios desiguales. El diálogo es el elemento clave del entendimiento que transforma y no justifica las diferencias sociales. Por eso se afirma que es la razón de ser de procesos transformativos democráticos como la inclusión, el reconocimiento, la creatividad la solidaridad, la participación y la libertad.
El destino del diálogo es la construcción de sociedad mediante la (re)conquista de la palabra de los distintos actores que intervienen algunos desde los centros y otros desde los márgenes de las decisiones. Empieza identificando y asumiendo los temas que separan, y que unas veces son estructurales como las diferencias étnicas y otras podrán ser temas de relevante coyuntura como la posición frente a la guerra en Ucrania. El diálogo parte de las miradas encontradas, las pone en debate argumentado y escrudiña caminos para concertar salidas de beneficio no de las partes, sino de los objetivos trascendentes como la reparación o la paz con justicia.
Diálogo presupone voluntades para la transformación, desde su idea primigenia de expresión de la palabra razonada y del pensamiento crítico para construir propósitos comunes, como una dimensión innata a la democracia. Por eso hablar de diálogo es hacer referencia a la presencia de distintos actores que se encuentran haciéndose audibles, reconocibles, legítimos en sus relaciones de alteridad con los otros, convirtiendo los espacios de disputa en territorios de mediación para generar propuestas.
Es en el marco de estas realidades que ganan presencia renovadora los communicare o puestas en común de sentipensares sobre el encuentro, la reconciliación, la convivencia y los imaginarios de un mundo donde quepamos todas y todos proponiendo un nosotros conectado relacionalmente a los otros, pares y opuestos, en búsqueda de superación de las exclusiones. Diálogo tiene un sentido de convivencia no estático, y menos conformista, sino de alteraciones de las inequidades.
En países polarizados como los nuestros, el diálogo parte reconociendo no sólo lo que ocurre en la realidad actual, sino también las identidades, las historias y visiones de lo que se quiere ser. Se trata de cambiar las lógicas del poder y no sólo el poder, porque no existe convivencia si no se superan las prácticas cotidianas, personales, grupales, espirituales, políticas, sociales y culturales discriminadoras. En estos tiempos de polarización el diálogo es el camino para trascender en democracia.
Adalid Contreras Baspineiro
Sociólogo y comunicólogo boliviano. Director de la Fundación Latinoamericana Communicare