Luciana B. Miranda Serrano
Sumidos en una crisis económica, social, política y ambiental; el país afronta el mes que, por años, ha resultado ser el más conflictivo de todos.
Llegar al décimo mes del año y sentir que todo puede pasar es algo que caracteriza a las actuales generaciones, debido a que octubre ha llegado a convertirse en sinónimo de conflictividad e incertidumbre. Año tras año, este mes trae consigo recuerdos de episodios críticos que ha atravesado el país a lo largo de su historia; como también, un presente marcado por protestas, paros, bloqueos y un clima social bastante tenso. Es así que, para muchos bolivianos, octubre no es solo otro mes en el calendario; sino un período de inquietud.
Esta secuencia de octubres sumidos en conflictos e incertidumbre se remontan al año 2003, a aquel “Octubre Negro”. Dicho episodio marcó un punto de inflexión en el país, pues la renuncia del entonces presidente, Gonzalo Sánchez de Lozada, tras semanas de protestas y una brutal represión que dejó decenas de muertos y con ello, muchas cicatrices profundas en la sociedad boliviana.
Y ese fue quizás el comienzo, pero no es solo el pasado lo que convierte a octubre en un mes complejo. En los últimos años hemos visto cómo este mes se transforma en un escenario recurrente de paros cívicos, huelgas, bloqueos de carreteras y manifestaciones en todo el país. Por ejemplo, octubre de 2019, fue un año marcado por los bloqueos de carreteras, diversos enfrentamientos entre sectores opositores y oficialistas, y el desgaste social; lo que, en suma, marcó un mes de alta inestabilidad.
Otro aspecto que caracteriza a este mes es una estrategia de presión, que parece estar institucionalizada puesto que diversos sectores aprovechan la volatilidad que se atraviesa para generar un clima de tensión y violencia.
A esta situación se suma la polarización política y social que parece acentuarse cada octubre, protagonizada por los sectores urbanos, rurales, indígenas y gremiales, quienes a menudo se encuentran en un contexto en el que las soluciones parecen más lejanas que nunca.
Este año no parece ser la excepción a estos escenarios, ya se observan amenazas, como la de los evistas, quienes dejaron para el 12 de octubre su reunión para evaluar y planificar futuras movilizaciones, o la de los Ponchos Rojos, que dejaron pendiente la recuperación de su sede en la ciudad de La Paz.
En síntesis, octubre es sinónimo de conflictos e incertidumbre. Asimismo, caracterizado por las amenazas de bloqueos y paros, los que generan un estrés constante, afectando a diferentes sectores, como el transporte y el comercio; y esto, a su vez, afecta negativamente en la vida de las personas.
Es innegable que octubre tiene un peso histórico y simbólico en Bolivia, un mes en el que se expresan las fracturas sociales y políticas que persisten en el país. Y, por lo tanto, sigue siendo un recordatorio de lo frágil que es la estabilidad en Bolivia, marcado por una profunda conflictividad e incertidumbre.
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Luciana B. Miranda Serrano es integrante del colectivo de defensores de Derechos de Chuquisaca, investigadora y estudiante de Derecho.
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