Sonia Montaño Virreira
«¡Somos más!», gritan. El censo es nuevamente motivo de protestas. Detrás está la preocupación por los recursos que las regiones pretenden recibir y también la aspiración de los partidos por incrementar la representación en la Asamblea Legislativa. En el primer caso se supone que es para hacer “obras” y en el segundo a menudo es la forma de recompensar el esfuerzo de los militantes para la campaña. Se dice que en boca del mentiroso, lo cierto se hace dudoso. El gobierno miente tanto que es más rentable acusarlos de mentir que demostrar que están alterando la verdad. El chivo expiatorio es un Instituto de Estadísticas venido a menos que llegó al censo dando muestras de ineficiencia, retrasos injustificados y muchas fallas que en un país de desconfiados son el mejor caldo de cultivo para armar un lio y sacar ventajas políticas.
Aun no se conocen todos los resultados y algunos críticos ya acusan que se les ha robado población porque dicen- apoyados en encuestas locales- que sus proyecciones les aseguraban mas población. Un ministro ignorante y misógino ha entrado al ruedo para destilar su odio contra la diputada cruceña que expresa el disgusto de una región que estaba convencida, antes del censo, que tendrían más representantes y más plata. Lo cierto es que, es posible que las proyecciones estuvieran equivocadas. La naturalización de la mentira abona la desconfianza y sigue alimentando las disputas facciosas de oficialismo y oposición. La verdad no importa.
Dejemos de lado la legítima aspiración a tener más recursos, aunque también es posible suponer que quien menos tiene, más necesita o como decían los comunistas antiguos “a cada uno según sus necesidades y de cada quien según sus capacidades “. Lo verdaderamente llamativo es el hecho de salir a reclamar por más representantes cuando, como demostró la politóloga Jimena Costa, muchos de ellos no asisten a las sesiones, los que asisten no se enteran de la agenda y levantan la mano cuando se les ordena. Es verdad que en este caso, justos pagan por pecadores y pienso en las cinco mujeres que están mostrando una capacidad propositiva y fiscalizadora ejemplar (me refiero a Cecilia Requena, Luisa Nayar, Andrea Barrientos, Toribia Lero y Luciana Campero) frente a una mayoría de invisibles, inútiles y tránsfugas. Lamentablemente cinco golondrinas no hacen verano, estamos ante desafíos descomunales que nos obligan a pensar en una reforma total del sistema político y electoral, de reformas económicas que atiendan las necesidades de los territorios considerando, además de la población, la protección del medio ambiente. ¿No deberían tener más recursos quienes son víctimas de la indiferencia del gobierno a cuya vista y paciencia, si no es con su complicidad, ven sus bosques quemarse, sus ciudades contaminarse y sus aguas envenenarse?
Es muy loco ver que a medida que aumenta la desconfianza hacia las instituciones- todos los poderes del estado están sometidos al gobierno- se pone en el primer plano el debate sobre un censo cuyos resultados así fueran incorrectos, son menos graves que lo que ocurre con la falta de dólares, de combustibles, el déficit fiscal, la mala educación; ¿recuerdan que habíamos superado el analfabetismo?, nos rebela el estado de la salud, ¿el censo traerá buenas noticias sobre la mortalidad materna? O seguiremos estando a la cola de los países? ¿Saldrá el ministrillo de marras a recomendar tener hijos después de ver los datos?
La crisis que vive el país hace tiempo que sigue el camino de Nicaragua y Venezuela: judicialización de la política, informalidad laboral, penetración del crimen organizado, inseguridad ciudadana e impasividad de las nuevas élites ante al ensanchamiento de las brechas sociales. Los nuevos ricos se han acercado a los ricos de siempre y los pobres aumentan con el deterioro de las condiciones de vida de quienes hasta hace no mucho se sentían de clase media.
El censo es una herramienta para las políticas públicas, o debiera serlo, no ha sido así salvo por la entrega de plata a universidades, gobernaciones y municipios que en su mayoría la han utilizado para profundizar el prebendalismo, la fragmentación de las organizaciones sociales y la cooptación y corrupción de dirigentes que hoy se enfrentan como dos bandos irreconciliables para defender a sus caudillos. Arce y Morales no necesitan del censo para sacar sus afines a las calles o para bloquear las reforma en la Asamblea Legislativa. Para ellos importa más cuanta gente sale a gritar luciendo los cada vez más manoseados símbolos patrios y cívicos, siempre y cuando vayan acompañados de vivas a sus jefes. Tampoco se preguntan por qué no volvieron siendo millones y por qué son tantos los que se van para no volver.
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Sonia Montaño es socióloga jubilada y feminista por convicción.
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