Sonia Montaño Virreira
Un cantante conocido como Papirri, ahora casi de tercera edad, reconoció que tuvo a los 40 una relación con una alumna de 14; lo hizo después de que Cristina hiciera pública su experiencia. Luego él, muy suelto de cuerpo, acepta que era cierto, agregando a modo de disculpa que no sabía su edad y acusándola de haber tenido relaciones con otros docentes para mitigar su responsabilidad, lo que en verdad empeora la situación mostrando la gravedad del delito que no solo es el hecho sino las ideas que lo justifican.
Aunque se ha dicho mucho al respecto vale la pena resaltar algunas cosas: La demora en el tiempo que media entre el hecho y la denuncia muestra una vez más lo difícil que es atreverse a hablar sobre una experiencia que entraña tanto sufrimiento en un mundo plagado de prejuicios y doble moral, suscitando dudas y culpas en la víctima y su entorno: En tiempo de redes sociales parece más importante juzgar antes que entender. Este es un tema importante que no debe eludirse, pero sin volver atrás cuando los delitos sexuales eran actos de amor y celos.
Cristina, que nos relata la relación con su maestro -no es la primera vez que sientes amar a tu abusador-, lo hace en un momento crítico de la sociedad porque, por un lado las mujeres y los hombres, especialmente los jóvenes, tienden a entender y solidarizarse con quien ha sido una víctima y por otro lado estamos ante una arremetida global contra los derechos humanos de las mujeres encabezada por Trump, el presidente de Estados Unidos, Milei de Argentina y sus pequeños seguidores. Algunas personas que han sido víctimas de una justicia corrupta o mal administrada tienden a aprovechar, generalmente con fines electorales, levantando unas banderas retrógradas que desconocen en carácter estructural del machismo. Quieren desconocer que, a pesar de la igualdad ante la ley, ser hombre, blanco y rico, por nombrar algunas cosas, son ventajas que operan como privilegios.
Me he sentido particularmente conmovida por la valentía de Cristina que además de generar mi admiración me trajo a la memoria lo que viví siendo joven durante la dictadura de Banzer. Muchos años me he debatido entre mi lealtad a la memoria y mi necesidad de olvido. Nunca busqué justicia porque pensé que no la encontraría. A menudo he pensado que nadie está obligada a lo imposible, pero también creo que es muy sanador compartir lo vivido en beneficio de las y los que vienen. Una de las razones por las que no abrí mis recuerdos fue que, comparada mi experiencia con la de otras mujeres que estuvieron presas durante las dictaduras, la mía fue un rasguño. Sobreviví y aunque fui repudiada por parte de algunas mujeres que sufrieron mas que yo, poniendo en duda mi integridad, aprendí a vivir una nueva oportunidad y quise olvidar aquellos momentos en que fui violada por tres “tiras” acompañados por dos mujeres también tiras en una “casa de seguridad” en Cota Cota.
Lo que hizo el Papirri con esta mujer podría ser parte de “El manual del abusador”; falta un capítulo que muestre la cultura patriarcal y que muestre cómo se justifica el abuso apelando a una supuesta natural tendencia a la incontinencia masculina, “los pobres, son provocados por las mujeres” y, en segundo lugar, porque si la víctima no tiene el himen intacto, entonces no tiene nada que reclamar. Pues ese fue mi caso, cuando afectada por la violación de la que fui víctima durante el gobierno de Banzer y con una infección, me llevaron donde Juan Asbún, un médico amigo del ministro, quien también suelto de cuerpo me preguntó/ afirmó si yo era virgen antes de la violación. Nunca olvido esa tarde sombría con un cielo nublado y las calles llenas de vendedores cerca del Ministerio de Trabajo, acompañada por otros tiras y una secretaria. ¿Por qué me llevaron? La cantidad de películas que me he pasado tratando de entender me hizo pensar que al constatar que no hubo embarazo, aliviados me devolvieron a la prisión.
Otro capítulo debe incluir el comportamiento de las familias que oscila entre la solidaridad y la negación. ¿Cuántas víctimas pueden hablar sin miedo con sus familias? ¿Cuántas familias son capaces de ver la diferencia entre una sexualidad sana y una abusiva? Lo que quiero decir es que el abuso sexual en todas sus expresiones y contextos tiene una matriz común que es el abuso de poder aunque en un caso se encubra por la admiración y en otro por el miedo. Todos se parecen, pero cada caso es único. Ambas características se pueden combinar y mezclar, pero eso ya es otro cuento.
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Sonia Montaño es socióloga jubilada y feminista por convicción.
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