Mandarinas y pasankalla en el ch’iji

Opinión

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Esther Mamani

Han pasado algunos meses desde ese video donde paceños y paceñas fueron grabados corriendo. La escena era simple: un par de calles saturadas de personas durante las primeras horas de la mañana. Algunos iban al trabajo, a la escuela, a la universidad, por trámites y todos buscando esquivarse entre sí y superando los obstáculos de la vía.

El video quedó en la jocosidad, pero hoy lo recuerdo a propósito del libro La sociedad del cansancio, del filósofo surcoreano-alemán Byung-Chul Han. El texto propugna que hemos caído en la trampa de la hiperproductividad, dejando de lado la naturaleza lúdica que tenemos intrínseca.

Es seguro que la vertiginosa y apurada vida de la sociedad boliviana que sale en esos videos —un recorte de la realidad— no se acerca a la que podemos ver en ciudades con millones de habitantes. Aun con esas diferencias, el estrés en las personas es igual.

Byung-Chul Han recibió hace unos días el Premio Princesa de Asturias de Humanidades. En sus intervenciones, a propósito del reconocimiento, hizo énfasis en la autoexplotación y el mito de la superación que nos venden. «Ahora la gente se explota a sí misma en el trabajo pensando que se está realizando en la vida y el hombre solo es plenamente humano cuando juega», señala.

El filósofo Byung-Chul Han, con su propuesta sobre el descanso, el juego, la diversión y la lentitud de la vida como nuevo anhelo, ha recibido muchos elogios y réplicas de su pensamiento. Es considerado uno de los pensadores más influyentes de los últimos años e igualmente fue criticado. Algunas sociedades académicas calificaron sus ideas como «superficiales». En un mundo donde todo se tasa en números, decir que tomemos tiempo de descanso sin duda es una afrenta.

Han indica que no hace falta una jefa para que caigamos en esa autoexplotación, porque nosotros mismos somos capaces de exigirnos ser más productivos y eficientes cada día. «Nos matamos por ser productivos, pero el hombre no ha nacido para trabajar, sino para jugar», sostiene.

Pero el descanso es un privilegio y uno muy caro. Descansan quienes no se preocupan de los alimentos en la mesa, de las deudas con bancas usureras, de las cuentas de hospital, de los estudios de los hijos…

No descansan quienes quieren, sino quienes pueden. Esas son las abismales diferencias que nos envuelven y que alimentamos en esta rueda globalizada donde solo importa lo que ocurre detrás de nuestra puerta, olvidando que somos comunidad.

Para quienes tenemos cuna de altiplano, ¿cuándo fue la última vez que nos sentamos a comer mandarinas y pasankalla en el ch’iji bajo el sol? La situación del país parece una pesadilla de terror con cifras rojas y un proceso de recesión con consecuencias de gran magnitud. Hablar de descanso parece imposible, pero eso probablemente salve nuestras mentes del colapso y nos brinde la lucidez de continuar en este panorama luctuoso.

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Esther Mamani es periodista, workaholic, especialista en género

Las opiniones de nuestros columnistas son exclusiva responsabilidad de los firmantes y no representan la línea editorial del medio ni de la red.

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