En la historia del mundo, nosotros, los Homo sapiens, aparecimos en la faz de la Tierra hace aproximadamente 300.000 años. A lo largo de ese tiempo desaparecieron cerca de nueve especies humanas por distintos factores. Los estudios paleontológicos confirman que la supervivencia de los sapiens se debió a su capacidad de cooperación y organización, que les permitió sobrellevar cambios climáticos mediante estrategias de caza, uso de herramientas y, sobre todo, el lenguaje.
Es paradójico que hoy, en pleno siglo XXI, vivamos en un mundo tan polarizado ideológicamente. Lo que en el pasado nos salvó de la extinción la unión y la cooperación hoy parece ser reemplazado por la división y el enfrentamiento, afectando gravemente a las economías y debilitando a nuestras sociedades.
Hace apenas 15 años resultaba difícil imaginar el nivel de división ideológica que hoy atraviesa Estados Unidos y que se expande al resto del mundo. En tiempos de crisis económica, siempre aparece la tentación de buscar culpables: un grupo social, religioso, étnico o político. En este escenario, los republicanos liderados por Donald Trump han utilizado en los últimos años la religión cristiana conservadora como estandarte, culpando a los más liberales en especial a los latinoamericanos de los males de la nación. Quien no respalda sus políticas es automáticamente señalado como “de izquierda”. Y con ello, se han impulsado prácticas peligrosas: censura a voces críticas, intentos de silenciar comentaristas como Jimmy Kimmel o incluso demandas contra medios de comunicación como The New York Times.
Esta dinámica no surge en el vacío. Estados Unidos, como toda economía capitalista, atraviesa ciclos económicos de expansión y recesión. En la última década, el país ha mostrado señales de agotamiento en su modelo: desigualdad creciente, pérdida de empleos industriales, endeudamiento y un sistema financiero cada vez más frágil. Cuando la economía entra en la fase descendente del ciclo, el malestar social se intensifica y se busca un “enemigo interno” o externo al que responsabilizar de la crisis. Trump y sus seguidores han convertido esa fase de declive en un arma política: canalizan la frustración hacia minorías, inmigrantes o adversarios ideológicos, en lugar de atacar las verdaderas causas estructurales del problema.
El pleito iniciado por Trump deshumaniza a quienes tienen una posición política, religiosa o ideológica distinta, tanto dentro como fuera de sus fronteras (Gaza). La estrategia, que en América Latina conocimos muy bien de la mano de gobiernos autodenominados “socialistas del siglo XXI”, ahora es aplicada por la mayor potencia económica y armamentística del planeta. La paradoja es evidente: aquello que antes criticaban en nuestros países, hoy lo replican con fines de poder. Lo hacen porque los intereses colectivos de la sociedad estadounidense que alguna vez marcharon de la mano con sus empresas y corporaciones se rompieron. Ahora los intereses particulares de las élites más ricas se anteponen al bienestar de la mayoría estadounidense. Y no hay herramienta más eficaz que generar división en la sociedad para ganar control. De eso, los bolivianos conocemos demasiado.
La crisis en Estados Unidos es inminente. Como enseña la historia económica, cuando una potencia entra en declive, los impactos no se quedan en sus fronteras: se expanden al resto del mundo. La gran pregunta es: ¿a quién favorece este declive y qué consecuencias traerá para la humanidad?
En Bolivia tras las elecciones generales de agosto 2025, varios analistas señalaron que el ciclo del Movimiento al Socialismo había llegado a su fin, por los resultados del balotaje. El desgaste de la gestión del Presidente Arce, marcada por denuncias de corrupción, enriquecimiento ilícito, aumento del gasto público y reducción de la renta, pasó factura en las urnas. Todo parecía indicar que, con Rodrigo Paz Pereira (PDC) y Jorge Quiroga (AL) en la segunda vuelta, tendríamos campañas a la altura de lo que demanda la ciudadanía: propuestas concretas y soluciones estructurales a la crisis.
Pero la realidad tomó otro rumbo. De manera desacertada, el candidato a la vicepresidencia por el PDC, Edmand Lara, comenzó a realizar declaraciones ofensivas, buscando congraciarse con sectores tradicionalmente afines al Movimiento al Socialismo. En vez de marcar una diferencia y encarnar la renovación política, terminó recurriendo a viejas fórmulas de división: insultar a los candidatos de AL, acusar a los medios de vendidos y hacerse nombrar la opción del pueblo. Fue así como el propio PDC, abrió el camino hacia una nueva polarización ideológica.
Este error estratégico revive las tácticas de confrontación que ya conocemos en Bolivia: inventar enemigos, dividir a la población. Lo que necesitamos son respuestas claras y soluciones estructurales, no discursos diseñados para generar odio y réditos políticos.
Si algo debemos aprender de nuestros antepasados, los «Homo sapiens», es que la única vía para superar las crisis es la organización y el trabajo en común. No podemos permitir que la polarización nos convierta en piezas de un juego político donde siempre ganan los mismos: unos pocos que se enriquecen mientras la mayoría pierde. La historia ya nos dio la lección: sobrevivimos como especie gracias a la cooperación. Si olvidamos eso, estaremos repitiendo los errores que llevaron a la extinción a nuestros parientes más cercanos, la humanidad es mucho más que conflictos, confrontación y guerras.
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Rubén Ticona Quisbert es economista y activista del Colectivo Lucha por la Amazonia
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