Glauser: ¿Podrá la sociedad moderna reparar la violencia y el desarraigo causado al pueblo ayoreo?

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Imagina que un día llegan personas extrañas a tu casa, te obligan a salir de ahí junto a tu familia. Para convencerte, te aseguran que otras personas vienen a matarte, te llevan a vivir a cientos de kilómetros lejos, te obligan a olvidar tu casa y te prohíben regresar. Nada menos que eso hicieron los misioneros con el pueblo ayoreo en Paraguay, y eso también ocurrió en Bolivia. Frente a ese proceso traumático, Benno Glauser relata la experiencia de retorno de los ancianos y ancianas ayoreas a un territorio al que ya no pueden volver porque ha sido entregado a propietarios privados.

Glauser ha estudiado por muchos años el choque que significa el desarrollo económico, en los términos del capitalismo, para los grupos marginados. “Cuando llegué a América Latina hace muchos años, el tema era la gente perseguida políticamente, era el tiempo de las dictaduras. Eso me metió a querer entender y comprometerme en trabajos, acciones y proyectos que propiciaban el fortalecimiento de los grupos de base y poblaciones marginales, como los pueblos indígenas, sobre todo en su autodeterminación”, dice en esta entrevista.

Tiene décadas viviendo en Paraguay, y estuvo hace unos días en Bolivia para presentar su libro “Huellas del futuro. El retorno de los ayoreos a su territorio”. ¿Habrá alguna posibilidad de que la sociedad moderna repare la violencia y el desarraigo causado al pueblo ayoreo? ¿Será posible que la sociedad moderna proteja a los grupos que aún permanecen en aislamiento voluntario?

Sobre este tema conversamos en esta entrevista realizada por el Observatorio de Derechos de los Pueblos Indígenas.

¿Cómo se acerca usted al pueblo ayoreo, fue en el Paraguay, en Bolivia, en ambos lugares?

Hay una primera etapa en los años 70, tanto en Paraguay como en Bolivia, cuando la mayoría de los ayoreos habían sido contactados y sacados del monte a la fuerza, contra su voluntad, y puestos a vivir otra vida. Era alarmante, el territorio se había como vaciado. Sistematizando la mirada, se podía hablar de una limpieza étnica del territorio, por lo menos en la parte paraguaya. El territorio ayoreo tiene un tercio en lo que es hoy Paraguay y dos tercios en lo que hoy es Bolivia, es más o menos el tamaño de Italia. Ellos, en la cultura ayorea, lo llaman eami, palabra que significa su mundo, el mundo ayoreo. El eami no es portátil, sino que va insertado a una realidad material y espiritual ligada al territorio. Ese territorio quedaba como huérfano. En una segunda etapa, en los años 90, en Paraguay, se agudizó la mirada para constatar que había todavía grupos ayoreos sin contacto con nuestra civilización, ni con los blancos ni con los criollos ni con otros ayoreos u otros pueblos indígenas, se quedaron en el monte rechazando el contacto. Es un fenómeno que hay hasta hoy. En los años 90, yo y otras personas, empezamos a ver que había ayoreos que fueron sacados en el 79, otro grupo en el 86  -en un hecho muy violento con cinco muertos y varios heridos-, y el último grupo en 2004. En ese momento empecé a sentirme como fascinado con entender lo que pasaba ahí, ¿cómo es eso de vivir en el mismo paisaje, pero en otra geografía, en otra conciencia, pero en el mismo lugar?, ¿cómo verían ellos la realidad, cómo sería su vida? Empecé a explorar tratando de captar cómo se movían, pero eso era una tarea muy delicada, es como buscar una cercanía con alguien que, sin embargo, no se quiere encontrar porque al momento de encontrarlos colapsa su mundo, es su destrucción, es su fin.

Rápidamente se volvió evidente que necesitaban algún tipo de protección, era ya la época que en Bolivia y en Paraguay se extendían los desmontes y las partes que no fueron tocadas hasta ese momento estaban con ganadería y últimamente con campos para soya. En ese tiempo se veía una protección posible y formamos una ONG, Iniciativa Amotocodie, para que estos grupos puedan seguir su vida sin que nadie les moleste. Entonces combinamos todas las estrategias habidas y por haber tratando de crear normativas del Estado, alianzas internacionales, recorridos en el terreno, información a la población circundante. Hoy en día es una protección que está en manos de los ayoreos de Paraguay, acompañados siempre por la ONG.

¿Qué diferencia hay en el tratamiento tanto de gobiernos como de sociedad civil hacia el pueblo ayoreo no contactado?

El mismo territorio muestra diferencias claras que se pueden apreciar en los mapas satelitales o en sobrevuelos. Al venir en avión desde Asunción a Santa Cruz, los desmontes y las estancias en Paraguay son cada vez más extendidos hacia el norte, llega al punto donde se cruza la frontera. Sí, hay una zona bastante grande todavía sin tocar de lado boliviano y esa es la diferencia porque Bolivia creó el Parque Kaa Iya y el Parque Otuquis, y últimamente también el Ñembi Guasu. Eso crea una protección, pero aparentemente del lado boliviano también hay más y más penetración y están también los incendios. La otra diferencia es la que viene de las políticas públicas y las posturas de los gobiernos, ahí la trayectoria de Bolivia en los últimos 20 años marcó algo importante por el hecho de permitir un espacio de autodeterminación a los pueblos indígenas.

Es más notable acá (Bolivia) esa voluntad de proteger los derechos de los pueblos indígenas, aún cuando su manera de vivir se considere como algo que ya pertenece al pasado. En Paraguay tenemos una realidad política totalmente sometida a la idea del crecimiento económico a ultranza; hay como dos realidades, la normativa sí existe, pero cuando hace falta se hace caso omiso, se la borra, se la transgrede o incluso se la cambia.

¿Qué nivel de no contacto o aislamiento tienen estos estos grupos del pueblo ayoreo?

El término científico es pueblos en aislamiento voluntario. En este caso, la separación es radical. Los ayoreos ya contactados, por ejemplo, los que viven en Santa Cruz o hacia la frontera con Brasil, lo mismo que en Paraguay, los que fueron sacados del monte, no tienen ningún contacto con los aislados, incluso un tiempo no podían tener porque los misioneros en Paraguay les prohibieron volver al territorio, se creó como una una frontera invisible.

Hay que saber también que cuando son contactados y cambiados de vida se ejerce un alto grado de violencia. Imagine que llega alguien a su casa que usted no conoce y le dice: Señora, usted y su familia tiene que salir ahora mismo, viene con nosotros, deje todo. Para convencerle, dicen: Usted está en peligro porque van a matar a todos si no vienen con nosotros. Les cargan en un remolque y les llevan a centenares de kilómetros a vivir. “Pueden olvidar todo lo que saben, nosotros ahora les vamos a decir cómo hay que vivir”, les dicen. Es un transplante violento, no se sobrevive fácilmente a eso, de hecho hay mucha gente que murió; por un lado se enfermaron de sarampión, viruela, tuberculosis; pero muchos también se dejaron morir, murieron de tristeza, como dicen los ayoreos. Muchos sobrevivieron, pero el precio de la sobrevivencia era el olvido. Entonces, si a usted le pasa algo muy grave, una manera de sobrevivir es vivir con un trauma, que es una herida que al mismo tiempo le protege. Entonces, usted no accede más a lo que había sido en el pasado, crea una protección para su vida actual y al mismo tiempo le impide volver a lo que fue antes.

Tal vez esa es la explicación de por qué para el pueblo ayoreo ha sido tan brutal ese encuentro con nuestra civilización… 

Y hace tan poco tiempo en comparación con otros pueblos indígenas. Ellos no eran de un pueblo como los guaraníes, por ejemplo, que son más sedentarios, sino que los ayoreos se mueven en un territorio muy amplio. El paso de su manera de vivir a donde están ahora es mucho más grande y la gran distancia entre su vida y la nuestra les hace mucho más vulnerables. Pero no me siento cómodo al hablar de lo que les pasa a ellos. Mi trabajo es más bien sobre lo que veo que les pasó y también lo que yo deduzco de muchas observaciones y conversaciones. El libro trae historias de vida, historias de las más dolorosas sobre el contacto, etc., pero es siempre delicado hablar cuando están las víctimas. Es mi visión que decidí compartir para que muchas personas puedan tomar conciencia y después, por su cuenta, explorar más y tratar de conocer más. El libro está escrito para gente en todos los países, pero evidentemente en Paraguay y en Bolivia se trata de realidades y de personas que tenemos a nuestro costado.

La segunda parte del libro es El retorno de los ayoreos a su territorio, ¿qué quiere decir con esto, es posible un retorno?

Hay un episodio que está relatado en el libro: en cierto momento, después de los primeros años de trabajo, de recorrer el territorio, unos ancianos que habían sido contactados en los años 60 vinieron a vernos, hombres y mujeres. Ellos dijeron: Nosotros somos ya muy viejos, vamos a morir en cualquier momento y nos gustaría ver el territorio donde nacimos y vivimos parte de nuestra vida antes del contacto, por lo menos una vez, los misioneros no nos dejaban volver. Me acuerdo de una señora, ella inclusive dijo: Yo quiero volver y quiero morirme ahí, no quiero volver a la misión; ni un día más quiero comer la comida de la misión.

Nos pidieron apoyo para poder hacer ese viaje porque ellos no estaban en condiciones,  económicamente ni físicamente. Decidimos organizar un viaje con aquellos ancianos y eso fue una experiencia tremenda, que después la repetimos con otros grupos. Ahí surge esa imagen del retorno al territorio donde ya no vivían, y la posibilidad no solo de retornar, visitando, sino para quedarse de vuelta o para recuperar el territorio. La pregunta es si se puede volver a la vida que les fue prohibida, si se puede hacer una reparación e ir atrás en esa historia para reparar la injusticia cometida por nuestra sociedad moderna. Todo eso está en esa imagen del retorno al territorio. En el viaje mismo se despertó su memoria con muchos relatos que empezaron a compartir, incluso hay un volumen que son siete historias de vida que ellos mismos cuentan y donde hablan del contacto, pero sobre todo de la vida en el monte antes del contacto, son testimonios preciosos. Empezaron a brotar esos relatos que no habían podido salir porque no hablaban más de eso, por ese trauma colectivo. “Ya no queremos saber nada de nuestro pasado”, decían, de repente se cambia y de repente hay más y más gente que empieza a acordarse. Pero cuando se quiere trasponer eso a la realidad vivida, ahí sí hay muchas dificultades porque el territorio del lado paraguayo se convirtió en propiedades privadas, hay dos o tres parques nacionales, y después todo el norte del Chaco fue loteado por la dictadura de Stroessner y declaradas tierras de reforma agraria. Reforma agraria que en realidad fueron miles de lotes de tierra entregados por el gobierno de la dictadura a sus adherentes o para agradecer determinado negociado. Si usted tiene plata, puede ir y comprar miles de hectáreas sin ningún problema y ninguna pregunta sobre el pasado, ¿de quién sería esa tierra o quién vivió ahí?

¿O sea, ya no hay un territorio al que retornar?

Es muy difícil contestar esa pregunta. Por un lado, el territorio siempre existe, existen muchos de esos lugares sobre todo donde no se deforestó, pero se desfigura más y más con la deforestación y la extensión de las estancias. Cuando no se puede vivir en el territorio por no tener acceso, en ese sentido deja de existir. Eso tiene que ver con las generaciones jóvenes, se vuelve algo un poco teórico, se sabe porque los abuelos, los ancianos o los padres, todavía hablaban de eso, pero no es suficiente saberlo: el territorio significa una manera de vivir, significa muchos mitos, rezos, qué hacer en tal y tal situación. Los jóvenes crecieron mirando hacia otra vida: la posibilidad de entender cómo se puede vivir y tener éxito en una sociedad de blancos, de criollos. Ya hay dos a tres generaciones que no aprendieron. Entonces, lo que se necesita saber para vivir el territorio cae en el olvido. Pero yo quise usar esa imagen del retorno al territorio en el subtitulo del libro porque se refiere a algo que descubrí que para mí era muy significativo. Yo nací en Suiza, vine a América Latina, aprendí mucho de los pueblos indígenas y de los campesinos, y en algún momento surgen las preguntas en mí mismo: ¿será que yo y mi propia gente en Suiza tuvimos también un territorio? Sí. Tal vez allá pasó de maneras algo diferentes, pero se dieron cambios comparables, incluso en tiempos relativamente recientes. Es pensando en eso cuando decidí escribir el libro, y escribirlo no solo para acá, sino sobre todo para la gente en los países del norte, donde estamos mucho más desarraigados, viviendo en esa modernidad que nos viene como un ideal único y al que hay que adherirse. La ruptura radical con la naturaleza y con nuestro territorio es algo bastante nuevo y relativamente reciente, también en los países del norte.

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