Editorial Sumando Voces
Es una cruel ironía que octubre, el mes de la mujer, haya sido uno de los más violentos contra las mujeres. El asesinato de Kamila, a manos de su expareja, en el aula donde pasaba clases en Caranavi, con más de 30 puñaladas, nos dejó paralizados porque tal grado de violencia machista nos cuestiona si avanzamos o retrocedimos en la lucha contra la violencia de género.
Cuando apenas terminábamos de recuperar el aliento por la cruel muerte de Kamila, nos llegó la noticia de que otra mujer, esta vez en el municipio de Coro Coro, también en La Paz, fue victimada con 61 puñaladas por el que fuera su pareja.
Y la lista podría continuar porque, en lo que va del año, más de 70 mujeres fueron víctimas de feminicidio en Bolivia. Sus vidas quedaron truncas, sus hijos son ahora huérfanos y sus familias buscan justicia en un sistema indolente, donde prima la impunidad, la retardación y la corrupción.
Además de estas más de 70 víctimas de feminicidio, hay miles de mujeres que sufren violencia de todo tipo y a veces violencia extrema, como le ocurrió a una mujer en la cárcel de El Abra de Cochabamba, que es considerada de máxima seguridad en aquel departamento. Vaya paradoja, una cárcel y un Estado que ni siquiera pueden garantizar la seguridad de una visitante.
La mujer acudió a cobrar una pensión familiar, pero el hombre que fue su pareja la violó junto a otros reos y le prendió fuego. Ella logró escapar, pero ahora afronta la vida con graves secuelas y pidiendo ayuda para tratarse médicamente.
Bolivia es uno de los países más avanzados en cuanto a legislación que protege a las mujeres, incluso, a diferencia de otros, tiene una ley contra el acoso político. Sin embargo, la violencia sigue y suma, lo que demuestra que legislar no es suficiente.
La lucha contra la violencia hacia las mujeres pasa también por la voluntad política, la dotación de fondos suficientes para la cadena de protección a las víctimas, la prevención, la reforma de la justicia y, por supuesto, el desmontaje del sistema patriarcal que reproduce la violencia en todos los ámbitos de la sociedad.
La violencia que lesiona y mata a las mujeres por el hecho de ser tales, está naturalizada y enraizada en el ADN de la sociedad boliviana. Así lo demuestran diversos informes internacionales que ubican al país entre los más violentos de la región.
Si bien el caso de Kamila ha provocado conmoción, no ha abierto un debate sobre la forma de afrontar este flagelo, por el contrario, ha activado el morbo de medios y audiencias ávidos de consumos violentos, que en vez de ayudar a la causa, la perjudican porque revictimizan a la mujer y a su familia difundiendo imágenes explícitas del crimen.
Estas prácticas naturalizan la violencia hacia las mujeres y alejan el objetivo de mermarla o erradicarla. Por eso, es hora de mirarnos todos al espejo sobre lo que estamos haciendo como sociedad, como medios de comunicación y como autoridades porque, si no encaramos un cambio fundamental en nuestra manera de abordar este drama, seguiremos contando víctimas.
Tener leyes modernas, llevar estadísticas e incluso contar las historias de las mujeres no es suficiente, es momento de contribuir a la erradicación de la violencia de manera efectiva y, sobre todo, con voluntad política.
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