Daniela Leytón Michovich
Latinos que votaron por Trump, personas LGBTQ+ que exigen un matrimonio validado por la iglesia, ambientalistas que proscriben las prácticas sociales, culturales y económicas de las comunidades indígenas amazónicas, feministas TERF enfrentadas a mujeres trans. En fin, podemos seguir con una lista extensa de ejemplos que ilustran lo que estamos viviendo: una batalla cultural sobre el sentido y la representación de las demandas de justicia social, un fenómeno conocido como la tensión entre lo Woke y lo Anti-Woke.
El fenómeno Woke (inglés. despierto, surge como voz de alerta) se cimenta en narrativas que intentan explicar, sobre-explicar o incluso apropiarse de la vocería de las demandas sociales, basándose en la lógica opresor-oprimido. Esta práctica abrió la puerta a la caricaturización de demandas legítimas, olvidando que el público de incidencia política está integrado también por personas con criterios y valores continuistas, reaccionarios o tradicionales. Así, por ejemplo, no importa que Trump subraye el vínculo del latino con la delincuencia y prometa expulsar a los migrantes; siempre habrá una facción de latinos conservadores que le den su voto, porque la propuesta republicana resuena con su descontento hacia los regímenes progresistas en sus países de origen.
El académico Pierre Valentín (2023) resalta que lo Woke, como estrategia política, recupera la ética pos-protestante norteamericana, así incorpora prácticas como la confesión, la culpa, la redención y la cancelación. Entonces, un trans como imagen en una campaña publicitaria de una empresa de alimentos, una figura afroamericana representativa del movimiento Black Lives Matter posando para NIKE, son tachados de sospechosos y cómplices de un capitalismo corporativo que no transforma las condiciones laborales de sus empleados, pero que se sube a la ola de la protesta social para comercializar productos, fenómeno conocido como “Woke-washing”. En paralelo, un actor de cine es interpelado por “ser blanco” y pide perdón públicamente por no haber sido consciente de sus privilegios y los de sus ancestros, mientras una actriz “blanca” dice que siente que es una mujer negra y se identifica como tal.
Ante la cancelación Woke, se amplifica la voz de personajes como Elon Musk, un Anti-Wokedeclarado, quien, después de despedir a los empleados progresistas de Twitter, prometió “libertad de expresión” a través de la red X, una total “caja de Pandora” si pensamos que los mensajes de odio no encontrarían freno. Una “libertad” con consecuencias potencialmente destructivas. Mientras, en otra ciudad, seguidores Anti-Woke queman libros de educación sexual y afectiva frente a las puertas de las escuelas.
La búsqueda de justicia social corre el riesgo de diluirse, simplificarse y ser caricaturizada en extremos de Woke y Anti-Woke que resultan ser unas bombas de tiempo. Es urgente retomar el diálogo, rescatar la complejidad inherente a los procesos sociales y pensar en nuevas rutas con espacios de diálogo alejados de la censura y la cancelación, de tal forma que se puedan abandonar estos violentos reduccionismos.
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Daniela Leytón Michovich es psicóloga política y cientista social (El gato de Schrödinger)
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