Sayuri Loza
Hace una semana, estuve en la comunidad K’usilluni del municipio de Coroico, en una reunión de lideresas; al principio pensé que se trataba de una reunión para ver quién se peerfilaba para candidata de algún partido, pero la realidad me resultó edificante y devastadora al mismo tiempo. Estas lideresas son mujeres que gestionan la obtención de agua para sus comunidades, parece mentira pero en los alrededores de Coroico, centro turístico de La Paz, mucha gente no tiene acceso a este bien vital.
Así que se escucharon los informes del modo en que gracias a donaciones de Caritas, más una cantidad del POA municipal, los habitantes de Glorieta, San José de Suapi, San Francisco de Chicalulo, Chiraparque y San Pablo, con sus propias manos, encauzan algunos ojos de agua para tener el servicio básico en sus casas. En el esfuerzo incluso se pierden vidas humanas, pero todos tienen el objetivo claro: conseguir que sus familias, sus hijos, tengan acceso a un derecho humano que muchos que vivimos en las ciudades damos por sentado.
Debo confesar que me sentí emocionada después de mucho tiempo. Desde hace mucho, las organizaciones que conozco han dejado atrás las luchas importantes y se dedican a pelear por quién tiene más acceso a las cuotas de poder o por acusaciones mutuas de malversación y otros, tanto que casi me olvido que en la Bolivia del siglo XXI todavía hay reivindicaciones que no han tenido fruto.
Y no se trata de cuestiones identitarias ni de reconocimientos culturales, se trata de acceso a los derechos básicos: salud, educación, infraestructura, agua, electricidad y otros. Eso me lleva a recordar a mi amigo Guido Alejo, que cuando un activista expresó emocionado que le gustaría ver una wiphala en cada casa del El Alto, él le contestó que en lugar de eso, preferiría ver agua potable y electricidad en cada casa de El Alto.
Para mí, la experiencia con las mujeres gestoras del agua en Coroico, fue muy fuerte y me dejó pensando porque muchas personas, al verme y saber quién soy, recordaron a mis padres visitándolos y alguien en particular me dijo “nosotros, cuando lo veíamos al compadre pensábamos que él sí haría un buen trabajo porque sabía lo que necesitábamos, él nos conocía… por eso cuando murió, lloramos mucho, porque pensamos que ya no habría nadie tan cercano en el poder”. En esos momentos me dieron ganas de llorar, porque más allá de que CONDEPA hubiera tenido una buena gestión (cosa que dudo, si nos guiamos por la pésima administración de las alcaldías de La Paz y El Alto), entendí que la esperanza que hubo en aquella época y en la época inicial del MAS, es algo que ya no se ve en estos días.
En efecto, tanto oficialismo como oposición están muy lejos de las necesidades del pueblo, y mientras más se enzarzan en peleas bizantinas en la asamblea, más ajenos, más ilegítimos se ven. Un gobierno (esto engloba oficialismo y oposición) que gobierna para sí mismo y no para los demás, es una oligarquía y va a ser muy difícil sacudirse ese concepto, mucho más cuando la crisis saca lo peor de ellos en su necesidad de defender lo indefendible, como decir que quienes se quejan por los precios son flojos, este argumento es tan parecido a los que se daba durante las crisis de los 90s, que resulta difícil creer que son otros quienes gobiernan hoy y que lo que se ha andado no es más que un espejismo.
El viernes, durante la ceremonia principal de año nuevo llevada a cabo por los mandatarios del país, en el momento de recibir los rayos del sol, éste no apareció, dando lugar nuevamente a ideas de malos augurios dentro de la sociedad boliviana. El sol no salió y es quizás el reflejo más claro de la realidad boliviana, cubierta por la niebla, sin un rumbo fijo, a la deriva; de hecho parece ser el reflejo de Latinoamérica misma, lacerada por discursos incendiarios, polarización y regionalismos que nos hacen dar tumbos tratando de salir adelante.
El sol no salió el viernes, y es difícil pensar que saldrá pronto o que llegará alguien que nos dará un rumbo (nosotros que estamos tan acostumbrados a buscar mesías y caudillos). Las carreras políticas se forjan durante años y no parece haber un perfil satisfactorio, ni una luz más allá del túnel, ni un rayo de sol en medio de las nubes. Aun así, todavía hay gente que le hace la lucha, más allá de la política tradicional, para mejorar su calidad de vida. Esta columna está dedicada a ellos.
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Sayuri Loza es historiadora, artesana y bailarina.
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