Editorial Sumando Voces
Las dantescas imágenes que a diario nos llegan desde las zonas de los incendios nos dieron una pauta de un desastre nunca antes visto. La Fundación Tierra ha venido a darle fundamento a esta sospecha al calificar los incendios de este 2024 como “la peor catástrofe ambiental de la historia de Bolivia” porque, según sus datos hasta finales de septiembre de 2024 han sido quemadas 10,1 millones de hectáreas, es decir, el 10% del territorio nacional.
Hay que recordar que, en el año 2019, la cantidad de hectáreas destruidas era de 5,3 millones, es decir, poco más de la mitad de las quemadas este 2024.
El informe de Tierra, presentado esta semana, difiere en apenas 3,2 millones de hectáreas respecto al reporte del Gobierno que, a estas alturas, ya resulta irrelevante porque, tanto con el dato del Gobierno como con el de la Fundación Tierra, igual estamos en la peor catástrofe de la historia.
Los datos de la Fundación están basados en la Agencia Espacial Europea, la Nasa y los focos de calor que difunde el propio Gobierno, por lo que tienen una base fáctica que no se puede soslayar, mientras que el Gobierno no ha señalado cuál es su fuente.
De las 10,1 millones de hectáreas quemadas, el 58% son bosques, lo que significa que esta catástrofe, además de afectar a las poblaciones locales que están siendo desplazadas de sus territorios, está comprometiendo el futuro ambiental del país porque los bosques son fuente de lluvia y responsables del equilibrio climático del planeta.
La tragedia no ha terminado, porque las lluvias habitualmente llegan para quedarse a finales de octubre o principios de noviembre y esto implica que los números del horror podrían ser mayores.
Hace poco, Amnistía Internacional sacó un informe que señala que Bolivia es el segundo país que más bosques está destruyendo este año solo por debajo de Brasil, pero hace notar que al tener un territorio más pequeño la afectación es mayor, lo que quiere decir que el daño causando no sólo es el más grande de la historia, sino que es el más grande del planeta en función al territorio.
No es poca cosa lo que nos está heredando este modelo de desarrollo, que en tiempo de crisis muestra sus debilidades. Su base es el extractivismo y es deleznable porque sólo funciona en contextos de altos precios para las materias primas mientras contribuye a la destrucción del medio ambiente.
Frente a esta realidad, tal como lo plantearon más de 130 organizaciones de la sociedad civil en una carta a los poderes estatales se debe iniciar un debate del modelo de desarrollo que nos conviene a los bolivianos/as y al futuro de nuestros hijos/as. Esta postura ha sido también planteada por la Fundación Tierra en la conferencia de prensa en la que se dio a conocer el informe devastador sobre las quemas.
A este pedido general, se suma una consulta popular que diversas organizaciones de la sociedad civil están promoviendo para que sea la gente la que diga si se deben abrogar las leyes incendiarias, si se deben revertir tierras donde se producen los incendios, si se debe aprobar una pausa ecológica para la restauración del bosque, si se debe fortalecer la agroecología como modelo de vida y si se debe subir el presupuesto del Estado hasta el 10% para temas de medio ambiente.
Ante el desastre que nos enluta, lo más probable es que los resultado de esta consulta sea un contundente SÍ, lo que les dará legitimidad a sus resultados para exigir a los poderes estatales que, de una vez por todas, se cambien las políticas mal orientadas para que el año 2025 nos encuentre listos para evitar otro récord histórico en la destrucción del país. Es hora de hacer un alto y reconducir las acciones desde el Estado y otros actores que al pensar supuestamente en desarrollo están dejando desolación.
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