Carlos Derpic
El acuerdo al que ha arribado el gobierno de Luis Arce con la Confederación de Empresarios Privados de Bolivia el pasado lunes 19 de febrero, ha oscurecido otro hecho importante que se dio el mismo día en horas de la mañana y es el referido a la inspección que la Comisión de Pueblos Indígenas y Culturas de la Cámara de Diputados realizó al denominado “Museo de la Revolución Democrática y Cultural” que se construyó en homenaje a Evo Morales en Orinoca, Oruro.
La conclusión de la inspección fue que el museo está totalmente cerrado y deteriorado, que nadie se quiere hacer cargo de él (ministerio de Culturas, gobernación de Oruro, municipio de Orinoca) y que constituye un daño económico al Estado.
Hay que recordar que el museo se inauguró en 2017, y que en tal ocasión se informó que el costo de inversión fue de 7 millones de dólares, aunque la ex ministra “molotov” (así, con “s” minúscula) finja no saber cuánto costó y declare que ella sólo lo hizo funcionar.
Pues bien, el museo en cuestión forma parte de la larga cadena de hechos que convergieron en el culto a la personalidad del ex presidente Morales, que involucró a muchísimos adulones, comenzando por su ex vicepresidente que hoy, repentinamente, clama por un nuevo liderazgo en el MAS, pese a que hace pocos años, antes del referéndum que le dijo NO a la eternización del binomio en el poder, advirtió que el sol se iba a esconder, la luna se iba a escapar y todo sería tristeza si Evo se iba de la presidencia.
Desde luego no fue el único acto de zalamería del ex número 2. En 2011, en Sud Carangas, dijo que el lugar donde nació Morales era especial y sagrado, como los lugares donde nacieron Tupaj Katari y Zárate Willka, y pidió a los asistentes al acto elevar sus rezos para proteger su vida, su destino. Añadió que, sin Evo Morales, el pueblo indígena tendría que esperar otros 100 años para encarar un cambio, porque hombres como él nacen cada 100 años. En 2016, pidió a los niños de Abra Qh’asa, Arque, que, si rezaban, lo hagan por el presidente Evo.
Otros adulones llenaron los oídos de su jefe (y de los bolivianos) diciendo que una persona como Evo es insustituible y nace cada 150 años (Gabriela Montaño), que es fiel seguidor de Jesucristo (Iván Canelas), que es líder espiritual de los indígenas del mundo (varios), y cosas parecidas.
El culto a la personalidad es la sacralización religiosa de un líder, promovida por sus adulones que, de esa manera, emboban al adulado y se benefician de la situación. Se caracteriza por atribuir a un simple mortal condiciones casi divinas, que se expresan, entre otras cosas, en los títulos que le otorgan: “Generalísimo” (Franco) o “Señor de todas las bestias de la tierra, de los peces del mar y Conquistador del Imperio británico” (Idi Amín). Se expresan también en poner su nombre en calles, avenidas, plazas de las ciudades; en atribuirle poderes sobrehumanos, como que el clima variaba según su estado de ánimo (Kim Il-sung) o que nadaba cuatro veces más rápido que el poseedor del récord mundial (Mao Zedong).
Stalin cultivó el culto de la personalidad de Lenin, poniendo monumentos y citas suyas en muchos lugares de la ex URSS. Aún hoy su cadáver continúa en la plaza Roja de Moscú y delante de él suelen celebrarse bodas; después, Stalin promovió el culto a sí mismo.
Otros ejemplos de culto a la personalidad son Ceausescu en Rumania, Castro en Cuba, Pinochet en Chile. En la actualidad, Bukele en El Salvador. Todos ellos líderes de gobiernos dictatoriales cuando no totalitarios, que amargaron y amargan la vida a millones de personas.
Quien combatió el culto a la personalidad en la ex URSS fue Nikita Khrushchev, a la muerte del sanguinario Stalin. Inició el combate con un informe secreto elevado al XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) el 25 de febrero de 1956, que fue hecho público recién en 1988, en el cual afirmaba que “es ajeno al espíritu del marxismo-leninismo elevar a una persona hasta transformarla en superhombre, dotado de características sobrenaturales semejantes a las de un dios”.
Por supuesto, los “expertos” en marxismo, que hablan dislates cada que les es posible, pasan por alto esto y, en su afán de apoltronarse en el poder, adulan a quien les conviene.
En todo caso, el museo de Orinoca es ejemplo vívido del culto a la personalidad de alguien que, algunos años después, a raíz de su fuga del país, ha perdido su condición de omnipotente.
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Carlos Derpic es abogado.
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