Gonzalo Colque
Se dice que el salpicón de pollo es una opción infaltable en el menú del almuerzo que los restaurantes ofrecen todos los lunes. Y se dice que la razón sería el reciclaje de la carne de pollo sobrante del fin de semana. Se dicen muchas otras cosas de nuestros hábitos culinarios, como que reutilizamos el aceite de cocina hasta las últimas consecuencias.
Sin embargo, la buena fortuna de los “recicladores” parece estar llegado a su fin. El gobierno nacional planea recolectar todo el aceite usado posible. Se tomó en serio la idea de construir una megaplanta de producción de diésel, cuya principal materia prima son los residuos aceitosos de cocina. Específicamente, planea producir diésel de aceite vegetal hidrotratado o HVO (Hydrotreated Vegetable Oil por sus siglas en inglés) para luchar contra la escasez de los combustibles. La tecnología HVO es relativamente nueva y funciona principalmente en los Estados Unidos y Europa. El producto final también es conocido como “Diésel Renovable” porque, precisamente, resulta de procesos de reciclaje de residuos de cocina.
El presidente Luis Arce, no sólo proclamó que Bolivia sería pionero en América Latina en cuanto a la adopción de la tecnología HVO, sino que la megaplanta producirá nada menos que 9 mil barriles diarios de diésel HVO. Equivalen al 22% de los 41 mil barriles de diésel que se consumen a diario en el país. Demasiado bueno para ser verdad, pero ¿existe suficiente materia prima?
La respuesta inicial y sin medias tintas es “no”. Se estima que, anualmente, el consumo nacional de aceite de cocina ronda 150 mil toneladas entre todos los hogares, negocios e industrias bolivianas, de las cuales sólo una parte mínima acabará como desecho. Pero, para producir a un ritmo de 9 mil barriles diarios, hacen falta al menos 500 mil toneladas de aceites usados. Simplemente, la diferencia es demasiado grande entre lo que podría reciclarse y lo requerido como materia prima. Como es previsible, las autoridades del sector no brindaron explicaciones al respecto y tampoco existe información pública sobre las características técnicas del proyecto o estudios de mercado.
Algunas autoridades de YPFB insinuaron que la megaplanta no dependería únicamente de aceites reciclados, sino que también usarían aceites vegetales vírgenes, principalmente de soya, palma, jatropa y macororó. Para ello, incluso se creó una nueva empresa pública: la Industria Boliviana de Aceites Ecológicos (IBAE). Excepto la soya, el resto existe solamente en papeles en forma de planes de producción a mediano y largo plazo. Esto significa que el escenario más realista sería producir el hidrocarburo pesado a partir de aceite de soya
Ahora, producir diésel HVO de soya tiene dos grandes inconvenientes. Primero, no tiene sentido utilizar la tecnología HVO para aceites vírgenes que generalmente son sometidos a procesos menos sofisticados y menos costosos, como es la “transesterificación”; es decir, la técnica convencional que se utiliza para obtener biodiesel. El principal inconveniente con el HVO son los altos costos de instalación y producción, además de la dependencia de conocimientos especializados inexistentes en el país. Por eso, el plan gubernamental se parece a una idea de negocios consistente en la compra de autos de alta gama para hacerlos trabajar en calidad de taxis o trufis de transporte público.
El segundo inconveniente es más delicado. La principal motivación del gobierno para producir diésel HVO es combatir la escasez de dólares, además de la escasez de diésel. Al producir en Bolivia, espera importar menos combustibles fósiles, por lo tanto, reducir el gasto público en dólares o divisas. Sin embargo, el aceite de soya es un producto exportable, por lo que destinarlo a la megaplanta significa dejar de exportar o exportar menos. El resultado será mayor escasez de dólares, de modo que el remedio acabará siendo peor que la enfermedad. Por eso, con toda razón los soyeros son los menos interesados en la propuesta estatal de comprarles aceite de soya. Vender al Estado era atractivo cuando el dólar no era un problema; pero, ahora, es escenario es distinto. Para cualquier exportador soyero, vender en dólares es la mejor alternativa que hacer negocios con el Estado en moneda nacional.
En conclusión, la principal apuesta del gobierno de Arce para solucionar la escasez de dólares y de diésel está condenada al fracaso desde un inicio. Desde ya, el diésel HVO es una falsa promesa para el país, pero parece tener sentido para algunas autoridades. ¿Acaso tienen motivaciones ocultas? Esta tecnología de punta tiene su razón de ser en países distintos a Bolivia y América Latina, donde el aceite de cocina se desecha en grandes cantidades y casi de inmediato después del primer uso; en consecuencia, no sólo tienen grandes oportunidades, sino grandes necesidades de reciclaje.
Sirve de poco consuelo saber que la buena fortuna seguirá sonriendo a los que reutilizan el aceite de cocina hasta las últimas consecuencias, y a los negocios de comidas que mejoran sus ingresos con el salpicón de pollo.
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Gonzalo Colque es economista e investigador de la Fundación TIERRA.
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