Defensoras de derechos en Bolivia enfrentan crecientes riesgos por ambiente hostil y patriarcal, señala un estudio

Derechos Humanos

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Yenny Escalante

Foto: Portada del Estudio.

Ser mujer y defensora de derechos humanos en Bolivia implica enfrentar “grandes riesgos” que amenazan su integridad física, emocional y digital, afirma un nuevo estudio titulado «¡Entonces, nos empezaron a amenazar! Violencia contra mujeres defensoras de derechos en Bolivia. El documento revela que las defensoras operan en un entorno hostil marcado por una creciente ola de conservadurismo, el debilitamiento institucional y la criminalización de la protesta.

El informe, elaborado por Alianza por la Solidaridad/ActionAid, subraya que la falta de aplicación efectiva de la Ley 348, destinada a garantizar una vida libre de violencia para las mujeres, contribuye a la impunidad de las agresiones.

«Las defensoras que denuncian la violencia de género, luchan por la protección de los territorios y los recursos naturales o promueven los derechos sexuales y reproductivos, son las más expuestas a ataques. Estos pueden venir tanto de actores estatales como de grupos privados y sectores fundamentalistas», dice el estudio. Y agrega que, en las zonas rurales, las mujeres indígenas enfrentan una doble vulnerabilidad: por ser mujeres y por su origen étnico, lo que dificulta aún más su acceso a la justicia y a la protección del Estado.

La Alianza por la Solidaridad/Action Aid convocó a 140 mujeres defensoras de derechos humanos, entre activistas, lideresas indígenas, policías, artistas, periodistas y promotoras comunitarias, y presentó el estudio en el Hotel Presidente.

El estudio identifica diversas formas de violencia y estrategias de reacción patriarcal:

Hostigamiento y amenazas: Incluyen agresiones verbales y psicológicas, represalias, insultos sexistas como «rompe familias», «solterona», «mala madre», y amenazas directas. “Cuando hacemos alguna entrevista, siempre están los comentarios hacia nosotras (…) Que queremos el aborto porque somos unas putas y queremos embarazarnos todos los días y ya. Ese tipo de cosas nos ponen. Incluso me han mandado la típica foto diciendo que como soy una p…, seguro me gusta”, relata Gabriela Yañez.

Daño a la reputación y discriminación: Son tildadas de «abandonadoras de su entorno», «odia hombres» o «destructoras de familias» para deslegitimar su imagen pública. La discriminación es sexista, racial y de clase, especialmente en liderazgos locales.

Amenazas al entorno cercano: Se ejercen represalias contra sus familias, generando temor por la integridad de sus seres queridos.

“Esa amenaza dirigida a mí yo pienso que abarca ya a la familia, porque corre riesgo toda la familia. Pero a veces decimos: ojalá esté todo bien en mi familia, pero no por eso voy a renunciar a lo que estoy haciendo, porque ellos eso quieren, que una deje de hacer lo que está haciendo, pero si lo hacemos les daríamos el gusto y además nosotros no hacemos nada malo en realidad”, dice Gladys Bolívar.

Acoso digital: Amenazas, difamaciones y ataques cibernéticos buscan silenciarlas y aislarlas de sus redes de apoyo, siendo el internet un espacio propicio para el asedio anónimo.

Reacción institucional: Se manifiesta en la falta de reconocimiento a su trabajo, la escasa voluntad política para asignar presupuestos a la prevención y atención de la violencia sexista, y la deslegitimación de su rol por no tener una «credencial». Las autoridades priorizan proyectos de infraestructura sobre las demandas sociales de las mujeres.

«A veces vamos acompañando a una víctima y nos dicen, ¿qué son las promotoras comunitarias? ¿Quiénes son? ¿Por qué están aquí? Y tenemos que estar explicándoles todavía a las personas y a las autoridades, cuando todos ellos ya deberían conocernos, ¿no? Eso ha sido una limitante fuerte también al hacer nuestro trabajo”, agrega Gladys Bolívar.

Criminalización de la protesta y judicialización: Se «fabrican» casos contra activistas usando leyes no relacionadas con los derechos de las mujeres, como daño al ornato público o difamación, buscando desarticular las protestas colectivas y asociar el feminismo con vandalismo. Dirigentes varones interponen demandas legales contra lideresas que exigen rendición de cuentas, causando un gran desgaste emocional y económico.

Bolivia presenta un contexto de profunda violencia de género. En 2021, el Sistema Nacional de Información en Salud (SNIS) registró más de 38.000 embarazos en niñas y adolescentes, en su mayoría por violencia sexual. La Fiscalía General del Estado reportó 84 feminicidios en 2024 y 45.396 casos de violencia familiar o doméstica entre el 1 de enero y el 24 de noviembre de 2024, además de miles de delitos de abuso sexual y violaciones, destaca el estudio.

El documento señala que, a esto se suma el creciente rechazo a la «ideología de género» promovido por figuras políticas y religiosas conservadoras, quienes manipulan los «valores familiares» tradicionales para promover el acoso y la persecución de las defensoras y debilitar el avance de los derechos de las mujeres.

Foto Erbol

A pesar de estos desafíos, las defensoras desarrollan estrategias clave de resistencia y empoderamiento:

Acciones de denuncia: Recurren al «escrache» o «funa» para denunciar públicamente a los agresores y visibilizar la injusticia de género, sirviendo como una herramienta para equilibrar la carencia de poder ante un sistema judicial en el que no confían.

Autocuidado: Protegen sus datos personales, modifican sus rutinas, registran fotográficamente sus actividades en protestas y buscan formación en seguridad digital y normativas de protección. También buscan apoyo en entornos familiares, amistosos y en instituciones feministas con asesoramiento legal.

Cuidado colectivo: Forman grupos o colectivos de pares para compartir espacios de contención, autoconciencia, cuidado emocional y ayuda mutua. Utilizan herramientas como WhatsApp para coordinación urgente y forman redes de apoyo en sus organizaciones de base, como los clubes de madres. La sororidad es un principio fundamental.

El estudio advierte sobre la invisibilización de las amenazas y riesgos específicos que enfrentan las defensoras en Bolivia, y añade que los medios de comunicación, por ejemplo, suelen criminalizar sus acciones: «En los medios de comunicación su labor y los riesgos que enfrentan son temas invisibilizados, y suele estar más presente la criminalización de sus acciones de protesta, en las que se las acusa de vandalismo en lugar de sensibilizar y apoyar sus reivindicaciones».

Foto Erbol

Entre las recomendaciones urgentes, el estudio propone fortalecer la conciencia colectiva sobre la defensa de los derechos específicos de las mujeres en un contexto de violencia estructural; crear redes de apoyo accesibles que ofrezcan un sistema de seguridad alternativo a la justicia formal; capacitar a las defensoras en aspectos legales y mecanismos de defensa; recoger testimonios para denunciar cómo el patriarcado afecta la defensa de los derechos de las mujeres.

También, crear escenarios de escucha seguros para compartir historias de vulnerabilidad; mejorar la visibilidad de su labor y riesgos en los medios de comunicación, promoviendo una cobertura que apoye sus reivindicaciones; fomentar el autocuidado entre las defensoras; y un desafío pendiente, dice el Estudio, es institucionalizar el cuidado colectivo y abordar la naturaleza no remunerada y voluntaria de su trabajo, que a menudo se percibe como una «tarea gratuita» vinculada al rol de «cuidadoras del bien común».

Aquí puede leer el estudio:

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