CEDLA: Jóvenes más preparados que antes, pero atrapados en la informalidad

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Foto referencial de empleo juvenil. Foto: El Diario

La juventud enfrenta una paradoja: nunca antes había alcanzado niveles tan altos de educación, pero el mercado laboral sigue ofreciendo empleos precarios, mal pagados y sin seguridad social. Un reciente estudio del Centro de Estudios para el Desarrollo Laboral y Agrario (CEDLA), elaborado por el investigador Alejandro Arze, desnuda las condiciones en las que millones de jóvenes bolivianos se insertan en la vida productiva.

El informe revela que en Bolivia más de 3,1 millones de jóvenes tienen entre 14 y 29 años, lo que representa casi el 30% de la población total. De ellos, 1,8 millones están ocupados, lo que aparenta una baja tasa de desempleo juvenil (4,3%). Sin embargo, la cifra oculta una realidad más dura: la mayoría de los puestos disponibles son inestables, informales y con ingresos inferiores al salario mínimo.

Lejos de ser un problema de “falta de empleo”, la investigación subraya que el drama está en la calidad de los trabajos. Según datos oficiales, el 47% de los jóvenes gana menos del salario mínimo, el 60% trabaja jornadas superiores a ocho horas y apenas el 12% cotiza al sistema de pensiones. El empleo juvenil en Bolivia, concluye el CEDLA, está marcado por la explotación y la incertidumbre.

El estudio también muestra que miles de adolescentes de 14 a 19 años, que deberían estar en plena etapa de formación, ya forman parte de la población económicamente activa. Alrededor del 37% trabaja, muchas veces en tareas invisibles o no declaradas, como el apoyo en unidades económicas familiares. Esto evidencia que la crisis económica obliga a miles de menores a incorporarse al mercado laboral prematuramente.

La educación, vista como la vía de escape, se convierte en un terreno desigual. Si bien el 99,5% de jóvenes cuenta con algún nivel de instrucción y el 43% accedió a estudios superiores, la presión de la crisis obliga a muchos a abandonar las aulas. 

Un factor poco debatido, pero crucial, es el peso del trabajo doméstico y de cuidado. Según la Encuesta Urbana de Uso del Tiempo del CEDLA, el 93% de jóvenes de entre 12 y 24 años realiza labores no remuneradas en sus hogares. La brecha de género es amplia: las mujeres dedican, en promedio, casi dos horas más que los hombres a estas tareas, lo que limita sus posibilidades de estudio y empleo remunerado.

Este sesgo se reproduce desde la adolescencia. Entre los menores de 17 años que cumplen roles de cuidado, el 84% son mujeres. Ellas se ven forzadas a una transición prematura hacia la adultez, asumiendo responsabilidades que restringen su desarrollo personal y profesional. El informe concluye que esta carga no es neutra, sino que refleja un esquema estructural de desigualdad de género.

La informalidad aparece como la norma y no como la excepción. Tres de cada cuatro jóvenes ocupados forman parte del sector informal. La mayoría trabaja por cuenta propia, como vendedores, ayudantes familiares no remunerados, campesinos o en servicios básicos, lo que reproduce un círculo de bajos ingresos, ausencia de beneficios y vulnerabilidad social.

Lejos de ofrecer alternativas, la política suele cargar la responsabilidad sobre los propios jóvenes, alentando discursos sobre “emprendedurismo” y “resiliencia”. Sin embargo, el estudio advierte que muchos de estos emprendimientos son apenas estrategias de supervivencia sin respaldo financiero ni cobertura social, que en la práctica descargan responsabilidades del Estado y los empleadores.

La consecuencia es clara: los jóvenes, a pesar de estar más capacitados que nunca, son empujados a encadenar estudio, trabajo y cuidado en condiciones de sobreexplotación. La promesa de un futuro mejor se vuelve, para muchos, un espejismo.

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