Carlos Derpic
Desde 2019, se ha vuelto lugar común que los “socialistas del siglo XXI” llamen “golpe de estado” a todo reclamo de los opositores frente a los abusos y las barbaridades que cometen. Por ejemplo, en octubre y noviembre de 2019 tuvo lugar una rebelión ciudadana en contra del fraude montado por el MAS para eternizar en el poder a Evo Morales (fraude que fue la continuación de las decisiones del TCP al pretender inventar el derecho humano a la reelección indefinida y de la decisión del TSE de avalar la candidatura de Morales y su acompañante), que terminó con la fuga del expresidente. El fracaso del plan masista de incendiar Bolivia y la salida constitucional que se produjo con el ascenso de Jeanine Añez al poder, fue llamado por Morales “golpe de estado”, expresión con la que encubrió su fuga y el fracaso de su plan y dio paso al procesamiento y encarcelamiento de inocentes que se inició en 2020.
En los días presentes vemos cómo otra protesta popular en contra de otro fraude, escandaloso como el de Venezuela, está siendo no sólo reprimida ferozmente por el dictador Maduro, sino que éste ha hablado de que se está produciendo un “ciber golpe imperialista fascista” en contra de su triunfo, cuando la documentación existente ha probado fehaciente e incontrovertiblemente que el ganador de las elecciones del 28 de julio pasado fue Edmundo Gonzales Urrutia.
Por último, estamos viendo cómo las protestas de la ciudadanía boliviana por la escasez de diesel y gasolina y por la desaparición de dólares, producto del fracaso del pretendido “modelo socio productivo comunitario” y de la inacción y desconcierto del gobierno, es llamado también “golpe blando”.
En todos los casos, las reivindicaciones ciudadanas pretenden mostrarse como “golpe de estado”, lo que nos lleva a reflexionar e informarnos acerca de este fenómeno político, opara lo que hemos acudido principalmente, aunque no de manera exclusiva, al Diccionario de Política de Bobbio, Mateucci y Pasquino, en el cual se encuentra material muy interesante y revelador.
Para empezar, se debe señalar que el significado de la expresión “golpe de estado” ha cambiado con el tiempo y que la configuración del fenómeno presenta diferencias que van desde el cambio sustancial de los actores (quién lo hace) a la forma misma del acto (cómo se hace). Sin embargo, el diccionario aludido señala contundentemente que sólo un elemento ha permanecido inmutable y es el referido a que un golpe de estado es llevado a cabo por parte de órganos del mismo Estado, no de la población.
En cuanto al cambio de actores, se puede afirmar que fue golpe de estado la decisión de Catalina de Medici de eliminar a los hugonotes la noche de san Bartolomé, y también la prohibición del emperador Tiberio a su cuñada, que había enviudado, de contraer nuevas nupcias para evitar el peligro de que los eventuales hijos de esta pudieran aspirar a la sucesión imperial contra sus propios hijos.
Pero, claro, con el transcurso del tiempo, los actores del golpe de estado han cambiado y en la actualidad, quienes se adueñan del poder político a través de este medio son los titulares de uno de los sectores claves de la burocracia estatal: los militares. Sin embargo, como novedad del proceso de cambio boliviano, aunque no exclusivamente de él, los jueces, que por ejemplo determinan que la reelección indefinida es un derecho humano y se estornudan de ese modo en los resultados de un referéndum (caso único en el mundo); o que suprimen, con una resolución, las atribuciones de fiscalización del Órgano Legislativo (con el acatamiento inconcebible de parte de los miembros de éste), o que paralizan las elecciones judiciales.
En cuanto a cómo se hace un golpe de estado, hay que señalar que no sólo es ejecutado a través de funcionarios del mismo Estado, sino también usando elementos que forman parte del aparato de Estado. En ese marco, de lo que se trata en un golpe de estado hoy es de ocupar y controlar los centros del poder tecnológico del Estado, como la red de telecomunicaciones, la radio, la televisión, las centrales eléctricas, los caminos y, principalmente, los centros del poder político que, en el caso boliviano se expresan en los inmuebles de los órganos Ejecutivo y Legislativo.
Los reclamos de la ciudadanía ante los abusos, los fraudes electorales o la inacción gubernamental, no son golpe de estado, sino rebelión, revuelta o revolución, según cuál sea su resultado.
Estamos, por tanto, confirmando una nueva faceta de los “socialistas del siglo XXI”: su capacidad para cambiar el significado de las palabras o de las expresiones a su conveniencia. Ese cambio de nombres o de significados es el único “proceso de cambio” que viven nuestros pueblos. Pero, felizmente, eso está disminuyendo y en la actualidad sólo sirve para engatusar a los incautos que todavía quedan.
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Carlos Derpic es abogado
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