Sayuri Loza
Cada año mi familia y yo ponemos nuestro stand en la feria de Alasita; es un negocio viejo, iniciado por la bisabuela Clotilde, viuda de la Guerra del Chaco que sola sacó adelante a sus dos hijas. Hacemos sombreros en miniatura, de todo tipo y a escalas ridículas y desopilantes.
En el pasado trabajábamos en familia, la abuela que había aprendido el oficio de la bisabuela, mamá y la tía Cristina que eran las creativas e innovadoras, mis dos tíos que tallaban guitarritas y hacían hormiguitas para el Ekeko, mis otras tías que elaboraban hermosos novios para quienes quisieran casarse y yo, que perforaba los papeles de colores, hacía las t’ikitas de lana y adornaba los sombreros. A menudo venían a casa parientes que se quedaban toda la temporada para dar abasto y aprendían desde cero porque necesitaban ganarse unos pesos.
Ser artesano en el Collao, ha significado representar un gremio fuerte y particular; en ninguna parte como en las casas de los artesanos, dormían juntos aprendices españoles, esclavos comprados para especializarlos e indígenas que alquilaban su fuerza de trabajo en el taller del maestro. Quiero decir que el artesanado fue un gran crisol cultural e ideológico. En la colonia los oficios artesanales de orfebre, sombrerero, cerero, talabartero, bordador, sastre y otros, permitían a quienes los ostentaban, una mayor movilidad social que al resto de la gente.
Ser artesano significaba ser independiente y ganar clientela gracias a la calidad del trabajo. En las regiones andinas y en Cochabamba, los artesanos se volvieron un grupo poderoso y con reivindicaciones propias; para el siglo XVIII ya eran una burguesía con intereses e ingresos que ostentaban en las diferentes fiestas patronales. Con el objetivo de detener sus ambiciones, Carlos III lanzó una real ordenanza, prohibiendo que todo aquel que trabajara con las manos ocupara cargos en la administración real y así el oficio manual se volvió impopular y muchos que aspiraban a cargos de poder, repudiaron a sus padres artesanos.
A pesar de todo, el crecimiento económico artesanal no se detuvo, por eso no es de sorprender que las rebeliones previas a las indígenas, son justamente de artesanos: en 1661 Antonio Gallardo, un carpintero se levantó contra los impuestos en La Paz; en 1730 Alejo Calatayud, un orfebre encabezaría una revuelta con Cochabamba, por la misma razón. Josefa Manzaneda, aliada a los independentistas fue también artesana confeccionista de jubones.
Ya en la República, los artesanos presionaron en primera fila para la renuncia de José Ballivián en 1847 pues debido al conflicto con Perú, éste cerró sus fronteras y la producción paceña no tuvo por donde ser exportada. En el siglo XX, los artesanos se sumaron a las filas de los anarquistas, poniendo en alto su ética del trabajo y demostrando su experticia en la ejecución.
Pero la modernización golpeó duro a los oficios. Desde el 21060 es más difícil competir con los productos chinos y con la mentalidad del cliente que prefiere precios bajos en lugar de calidad porque además, nadie quiere que una prenda le dure mucho porque pasa de moda. Esa vieja generación de artesanos con alta experticia lentamente está dejando este mundo, y no deja herederos porque ya no son necesarios en este sistema donde China produce desde jorongos mexicanos hasta polleras paceñas. Eso también nos lo ha robado el sistema.
¿Qué se puede hacer? Lo ideal sería introducir a estos expertos artesanos en el mundo académico. Permitirles dictar materias a estudiantes de arte, arquitectura, antropología, o a cualquiera que se interese y que se le dé un certificado con carga horaria (que tanto les gusta a los chicos de hoy). ¿Por qué no lo hacemos si es el momento perfecto pues la crisis ha hecho que cada vez más jóvenes se declaren emprendedores? Dejadez de autoridades y esa vieja tara en la mentalidad institucional de seguir con la idea de que trabajar con las manos es una actividad de bajo nivel social.
¿Qué se ha hecho para romper con este estigma? ¿No es hora de superar la ordenanza de Carlos III y romper los prejuicios? Estoy convencida de que nuestra sociedad está lista para esto, pero está en manos de nuestros administradores hacer las gestiones. Claro que eso tendrá que esperar porque por el momento los asambleístas se están ocupando de otro tipo de “trabajos manuales”.
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Sayuri Loza es historiadora, artesana y bailarina.
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