¡Urgente, el sistema educativo necesita una cirugía mayor!

Opinión

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Hernán Cabrera M.

Como siempre que algo está mal se buscan culpables y los actores se lavan las manos. La educación en Bolivia está en una situación crítica y ya hay un responsable: la Ley Avelino Siñani. Así dijeron los dirigentes del magisterio y algunas juntas de padres de familia.

Es muy fácil lanzar los petardos a los otros, pero reconocer los propios errores y las falencias es mejor no hacerlo y que la situación siga así de mediocre, sin forjar hombres y mujeres libres, responsables, justos y decentes que tanta falta nos hace en Bolivia y sus regiones.

La organización Campaña Boliviana por el Derecho a la Educación presentó un informe sobre la calidad de la educación en el país, destacando que Santa Cruz lidera los últimos lugares y tiene serias debilidades la formación de los jóvenes en los colegios, aspecto que debe provocar un remezón en las tres instancias del proceso educativo: las autoridades del sector, maestros, docentes y profesores y los padres de familia, tríada que debe afrontar con valentía este informe para asumir acciones claras y no generar mayores sospechas de que el otro es el responsable de lo mal que podría estar el sistema educativo en este departamento al que le dicen que es el motor de la economía o el que tiene el mejor modelo de desarrollo económico.

En mi libro Filosofar la vida: manual de supervivencia, en el capitulo  “La Escuela y la Universidad ¿me preparan para la vida o sólo me adoctrinan?”, desde la filosofía, lanzamos algunas pautas para profundas reformas en el proceso de educación-formación.

Hace 132 años, el filósofo alemán Friedrich Nietzsche alertó al mundo sobre las cuatro funciones esenciales que debería cumplir el sistema  educativo: aprender a ver, aprender a pensar, y aprender a hablar y escribir. Esto con el propósito de que el estudiante  pueda adquirir una cultura sólida y rica para enfrentar los desafíos y placeres de la vida.

¿Cumplirá estas cuatro funciones el sistema educativo?, les preguntamos a las autoridades educativas y los theachers, oporomboe o profes, a quienes les pedimos que reflexionen sobre estas otras dudas existenciales: ¿La escuela y la universidad te enseñan a afrontar los problemas  cotidianos? ¿El sistema educativo concluye cuando recibes el  título académico de licenciado, doctor, ingeniero, arquitecto, técnico medio o técnico superior? ¿Tu profesor  te preparó para superar golpes duros de la vida como perder  el trabajo, la pareja, los padres o enfrentar una enfermedad  terminal? ¿El título universitario garantiza un buen puesto laboral en grandes empresas solo por presentarlo? ¿Doce  años entre aulas son suficientes para reflexionar sobre tu presente y futuro? ¿Te sientes plenamente satisfecho al  obtener una buena nota, incluso si implica repetir un texto o copiar respuestas del oficial? ¿Ciencias duras como  matemáticas, física, estadística ayudarán con problemas de escasez de dinero o alimentos? ¿Ciencias médicas curarán VIH Sida, coronavirus, lepra? ¿Ciencias sociales te hacen más humano, más parte de la sociedad? ¿La escuela y la universidad te comprenden, apoyan, empujan al éxito o te moldean para ser uno más del sistema? ¿Profesores te enseñan a ser feliz, ciudadano libre o te orientan para ser un educado sin incomodar a tus padres? ¿Textos escolares estimulan creatividad y apetito de crear, o te encasillan en un prototipo acorde a la sociedad frívola, superficial, consumista e hipócrita? ¿Tecnologías de comunicación, redes sociales humanizan la educación o la vuelven distante para el estudiante? ¿La escuela o la universidad fomentan el pensamiento o descuidan el ejercicio de poner en movimiento las millones de neuronas en el cerebro? ¿La enseñanza basada en memoria neutraliza el pensamiento? ¿Pensar o no pensar, esa es la cuestión? ¿Cómo crees que te formaron en tus años escolares y universitarios, satisfaciendo tus retos y deseos? ¿Una escuela para la vida o …?

Lo cierro es que se ha perdido la noción de «aprender a pensar» en nuestros establecimientos de enseñanza. El pensamiento requiere una técnica, un plan didáctico, una voluntad de maestría; hay que aprender a pensar como aprender a bailar, concibiendo el pensamiento como danza. Aprender a pensar es uno de los grandes retos del sistema  educativo, ¿lo estará  haciendo? o será una quimera.

Aprender a pensar es el fantasma que seguirá  rondando las escuelas, colegios, institutos y universidades hasta que se encarne en los planes de estudio para la formación escolar, técnica y universitaria. ¿Los actuales planes educativos y académicos impulsan a fortalecer o castrar que el estudiante piense por sí mismo o sea un repetidor de fórmulas y conceptos? ¿Las clases de historia que se imparten en las escuelas provocan interés y aprendizaje en los chicos y chicas o son meros espacios de aburrimiento y desesperación por el bombardeo de fechas, nombres y lugares? ¿Las matemáticas son un instrumento para despertar las capacidades del estudiante o son meras cifras para repetir?.

Aprender a pensar es la tarea pendiente del sistema  educativo y también de las universidades. Si se encaminan  hacia esos niveles, sin duda, tendremos mejores ciudadanos, tal como algunos filósofos ya nos plantearon el camino a seguir.

Platón nos dio estos consejos:  “Pues bien, deben tener sagacidad para los estudios y facilidad para aprender. Hay que buscarlos de buena memoria, infatigables y amantes de todo trabajo; inclaudicables en la verdad, la templanza, el valor, la nobleza de espíritu y demás partes integrantes de la virtud. Si educamos con esta enseñanza y estos ejercicios a hombres bien formados de cuerpo y alma, la justicia misma no tendrá reproche alguno y salvaremos la ciudad y su organización política; pero si elegimos a hombres de otra índole, produciremos el efecto contrario y cubriremos a la filosofía de un ridículo todavía mayor”.

¿Cómo no pudo mejorar el sistema educativo si hace tantos pero tantos siglos ya dieron las bases para la enseñanza, para inculcar los valores respectivos y seguimos en las mismas? ¿Es posible sincerarnos para reconocer la crítica situación de la educación o la dejamos tal como está?

El sistema educativo escolar cada año arroja más de 18.000 jóvenes y señoritas, ilusionados, de los cuales, un buen pedazo de esa cantidad, con hambre de seguir estudiando; otro tanto no quiere ni puede, porque llegó la hora de trabajar en algún oficio que siga con la tradición familiar: albañil, carpintero, mecánico, mensajero, agricultor, ganadero; otro pedazo, con recursos económicos a su disposición viaja al exterior a alguna universidad, instituto o de vacaciones. Pero ahí está ese ejército de juventud, que es absorbida por el sistema universitario público y privado, al que también les llegan las preguntas anteriores.

Tanto la escuela como la universidad deben ser medios, no fines, para afrontar la vida y los problemas del diario vivir. Son herramientas que tendrán el niño, adolescente y joven para mirar el mundo de otra manera, no de memoria, ni con prejuicios ni con miedo.

La escuela y la universidad tienen ese poder para convertir a su estudiante en un ser humano dotado de capacidades, de sensibilidades, de sentimientos, de aptitudes, de voluntades, de esfuerzos, de creatividades y de responsabilidades. Si no lo hace, es que ese sistema educativo no sirve para nada, y hay que reinventarlo y relanzarlo, pero en esa perspectiva que hoy los enormes y profundos cambios exigen a las sociedades y a los Estados.

Es decir, la escuela y la universidad deben dar respuestas a las dudas y ser instrumentos para que ese ser humano sepa qué hará una vez tenga su título bajo el brazo. Por ello, nos permitiremos acudir a algunos de los creadores, tomando prestado sus textos para aportar a que el sistema educativo y universitario no sean meros espacios obligatorios, sino que se constituyan en fuentes de inspiración para afrontar los retos y los riesgos de la vida en todas sus dimensiones.

El filósofo y teórico de la literatura, el francés George Steiner nos dio la alerta: “La mala enseñanza es, casi literalmente asesina y, metafóricamente un pecado. Disminuye al alumno, reduce a la gris inanidad el motivo que se presenta. Instala en la sensibilidad del niño o del adulto el más corrosivo de los ácidos, el aburrimiento, el gas metano del hastío”.

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Hernán Cabrera es periodista y Lic. en Filosofía

Las opiniones de nuestros columnistas son exclusiva responsabilidad de los firmantes y no representan la línea editorial del medio ni de la red.

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